Paseando por la Gran Vía

 

 

"La Gran Vía" de Antonio López

"La Gran Vía" de Antonio López

Vine a Madrid en septiembre del 79 (¡del siglo pasado!) para licenciarme en periodismos y vivir mientras se pudiera de ese cuento largo. Tenía entonces 18 años recién estrenados y la Gran Vía contaba ya 69, que no es mal número, sobre todo mirando a los afluentes de Ballesta y Montera, que desembocaban o casi en esa gran avenida que todavía llevaba el nombre de José Antonio. Yo me instalé en una pensión de la calle de la Puebla, enclavada en toda esa cordillera urbana de sexo barato y trajín de hombres grises, olor a fritanga y conversaciones recias y a veces bien fundamentadas. A la caída de la tarde, de aquella primera tarde remota y fundacional, me dejé caer por la Gran Vía, a la altura de Callao, y mis ojos bañados en fantasía e ilusiones porveniristas imaginaron un futuro de esplendor a la medida exacta de mis afanes de mitómano a tiempo completo. Aquella sucesión de cines, con inmensas y sugestivas carteleras, los neones que ponían un brillo caprichoso en la noche recién estrenada… En fin, la Gran Vía, como París, como el amor la lleva uno puesta y la vive y la sublima o la degrada de acuerdo con ese termómetro interior.

La Gran Vía ya no es la que era, pero menos todavía lo soy yo. Ella va a cumplir cien años y yo, a paso demasiado ligero para mi gusto, me voy acercando al medio siglo, que no se si se confiesa a medias, como el de Ruano, pero que queda grande a mis espaldas de adolescente no del todo curado. Para una calle, y más si es ancha, un siglo no es cosa de mucha importancia, aunque por la Gran Vía ha pasado la historia y la vida a ritmo muchas veces enloquecido, desde aquellos años de entreguerras en que la avenida empezaba a estrenar sus primeros tramos, con ruido de coches futuristas, sobresalto de sombreros femeninos y un arrebato de cosmopolitismo en el corazón castizo de Madrid, hasta los días al principio jubilosos y esperanzados y después tormentosos de la República, cuando Perico Chicote se inventó un bar americano que terminaría formando parte de la leyenda. Los años del franquismo, siendo tantos, dieron para muchas cosas, y en los tiempos de la escasez y el ambre que se había comido hasta la hache, aquel garito de la entonces llamada Avenida de José Antonio era bar de cócteles o combinados, dispensario de medicinas, casa de citas para estraperlistas y casa de citas a secas. Aquellas noches vieron pasar a príncipes de Hollywood, millonarios sin miedo a gastar, toreros como Dominguín o mujeres improbables como Ava Gardner.

Los años de estreno de la democracia fueron en Madrid los de la “movida”, aquella cosa que patrocinó un alcalde genial y cínico, Enrique Tierno Galván, y en la que sobresalieron nombres como los de Almodóvar, Ouka Lele, el Hortelano, Fabio Mcnamara, Alberto García Álix, Antonio Vega o los hermanos Cano. A su ritmo bailó toda una juventud ávida de novedades, excitable y con el cuerpo preparado para metérselo todo. Fue Tierno quien en 1982 le puso Gran Vía a la Gran Vía, que aunque siempre fue conocida así, nunca había llevado oficialmente ese nombre. Desde su creación, el kilómetro y medio corto que va de la Calle Alcalá a Plaza de España se concibió en tres tramos. Al primero se le llamó Conde de Peñalver, al segundo Pi i Margall y al tercero Eduardo Dato. A partir del 36 y durante la guerra la calle se conoció sucesivamente como Avenida de la CNT, de Rusia y de la Unión Soviética. Franco la rebautizó con el nombre del fundador de la Falange, José Antonio, y Tierno le colocó el nombre con el que ya se la conocía 25 años antes de iniciarse las obras, a través de una famosa zarzuela con música de Chueca, “Gran Vía”.

Ahora la estoy andando mucho para un reportaje con motivo del centenario y me gusta, soy sentimental y no olvido las aceras ni las caderas que me hicieron feliz, tiene encanto y su punto, que diría un castizo. El glamour, claro, es otra cosa. Hoy los cines están siendo sustituidos por teatros musicales, que no está mal, pero la Gran Vía es sobre todo un negocio de ropa, muchos locales por doquier en edificios primorosos para tiendas con productos más bien mediocres, más hamburgueserías, tiendas de todo a cien, sin olvidar grandes referentes que permanecen en pie como la Telefónica, que en su momento fue el edificio más alto de Europa, la Casa del Libro, el Cine Callao… Lo peor es que han ido desapareciendo los cafés e incluso las cafeterías como Nebraska, tan típicas, y hoy uno puede andarse la Gran Vía sin encontrar un sitio donde tomar café y mear, a menos que entre en la cafetería de un hotel. Alfredo Amestoy, que es presidente de la sociedad de amigos de esta cosa, me decía que no sabe muy bien adónde va la Gran Vía, pero que la proliferación de hoteles para turismo de 48 horas podría hacer que lo que empezó siendo New York acabe convertido en Benidorm. ¡Vivir para ver!

 

 

 

9 Responses to “Paseando por la Gran Vía”

  1. Tirado, ramillete de metáforas. Sabes que me cuesta hacer comentarios, pero es que hoy te has salido.

  2. Lo has bordado. Como el Informe Semanal dedicado a Miguel Hernández. Lástima de los recitadoreso rapsodas histriónicos y desmelenados. Mejor y más intimista tu guión. Enhorabuena,

  3. Hace cien años, quienes desbrozaron lossolares q hoy sustentan la Gran Vía de Madrid, soñaron quizá dar esquinazo al particularismo patrio, y cimentar con el nuevo siglo la orteguiana noticia de una nueva sociedad de la masas, en el intento más válido de despertar a Madrid su vocación de metrópoli.
    Labraron a golpe de martillo, pico y pala, un camino cívico y directo al comercio, el arte, y la cultura de Oxford St, FriedichStrasse, Rue de Rivoli, Broadway, Av Mayo. Como tantas avenida europeas, fue objetivo de los bombardeos, de los que sí pasaron, del censo del millón de muertos, de la colmena humana, de Copas de europa cuando no había Europa, de desfiles militares, de estudiantes y los grises detrás o Viceversa, manifestaciones de pancartas, carteleras de estreno, dealers y putas, y confetti de dragsqueen.
    Desde antes la Gran Vía, aquel artefacto dibujado por Palacios y Muguruza, tiene toda la vida por delante. Necesito soñar con tu noche.

  4. Quizá (siempre quizá) la Gran Vía encarne con cierta justicia a este dudoso Madrid que se menea entre el quiero y no puedo o el puedo y no quiero. Cambiante, atravesando el tiempo, dentro de lo cambiante de toda ciudad grande, pienso que tal avenida no es buen motivo para nostalgias o añoranzas, aún menos para manida poética tópica. De Madrid, si acaso, salvo el galdosiano y poco más. La Gran Vía siempre tuvo y tendrá automóviles, comerciales y gentío caminando a ninguna parte. Para lo que se hizo, y esto es su único emblema. Todo demasiado hostil para que el madrileño encuentre en su ladrillo el rostro y el alma de la vida y las cosas (puede que algún deseo). La Gran Vía como camino no promisorio, donde no se pasea, simplemente se va…De el dodecafónico Schönberg , de quebradiza salud y debido a ello habitante una temporada en Barcelona, se cuenta que su casa siempre estaba atestada de gente. Schönberg propiciaba tal ambiente porque así era como mejor componía. Lo entiendo, pues, salvando todo tipo de distancia, a mí me gusta transitar por la Gran Vía porque tanta muchedumbre y bullicio me aísla en mí, hace sentirme más conmigo mismo. Lo bello desconcierta al alma y la distrae, la absorbe, pero lo ingrato, como la Gran Vía, obliga a mirarte, a recogerte, a ser más tú, a encaminarte al espacio interior. Asunto que todo buen solitario agradece. En fin, la Gran Vía como camino del diapasón, sirviendo al sentido del asfalto, donde nadie camina al mismo paso o te van pisando los pasos. ¡Qué tontería de camino!

  5. Tirado, te ha salido redondo. Nostalgias de Chicote, El Abra, Sepu (el todo a cien de antaño), Pasapoga, el cine Rex, La trompeta… Y Manila, y California, y los sótanos de Sto. Domingo…

    Bueno dejemos la nostalgioa y busquemos la belleza en la Gran Vía de hoy.

    Un beso y buen trabajo, Juan.

  6. Por cierto, Juan. ¿Por qué no pones un enlace para que podamos publicitarte en nuestros blogs?. Y además no tienes suscripción con email, para recibir todas tus entradas y así visitarte a diario.

  7. De La Coruña, se decía antaño “La ciudad en la que nadie es forastero”.
    Madrid nos acogió a muchos que llegamos de niños o de jóvenes.
    Ahora están de moda los programas de “Ciudadanos por el mundo”, y yo me pregunto, ¿de donde se es, de donde se nace o de donde se pace?

  8. Por escrito, como pedía Umbral a los que le ensalzaban: su escritura, querido JAT, mejora con los años, al igual que los buenos vinos y deja un retrogusto dificil de olvidar y hasta de superar: Pero para que no sea una unanimidad a la búlgara, como se desprende de la mayoría de las entradas del blog, un único reparo: ahora que AE se ha puesto los toros por montera, tal vez hay un exceso de filigrana, en la mejor tradición de la escuela de Camas, que empaña la dimensión de la hondura

  9. Firmo y confirmo todo lo dicho por Teófilo. Por cierto, la montera de quien es?: de AE? o de EA? ¡Necesito aclaración urgente!
    Pero si el maestro Tirado no se adorna con la Gran Vía! Son los Núñez del Cuvillo y se ha adornado muy bien, por cierto. Literariamente, está en el Top-3 de sus post. (Cómo me jode la palabreja.)
    Comienza la temporada y habrá que estar atentos a la hondura que demuestra frente a otras divisas.
    De momento lo sacamos a hombros.

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