El hombre que se parecía a Balzac (y a todo el mundo)

Honorato Matamorón

Pedro Matamorón, el hombre que se parece a todo el mundo, tiene un don natural para la interpretación, nunca explotado, quizá porque hizo muy pronto virtud de la necesidad, al punto de entregar su talento al servicio de causas no siempre brillantes. He conocido pocas personas más literarias y a la vez más desinteresadas por lo literario que él. Delante de mí lo han confundido al menos con Manolo Vázquez Montalbán, con Constantino Romero y con Diego Carcedo. Nunca se despeina ni desmiente a nadie en tales ocasiones. Lo he visto ligar con una joven aparente, de apellido Paños, asumiendo la condición del televisivo Constantino. De esto hace ya un par de décadas o quizá algo más. Lo han tomado por policía, por guardia civil, por director de Radio Nacional. He visto como un grupo de reporteros gráficos descargaba sus cámaras sobre él a la entrada de un acto público. Obviamente no sabían quien era, pero suponían que sin duda era alguien importante y no podían perderse la foto. Y claro que es importante. Don Pedro, licenciado desabrido, tosco cuando toca e impulsivo casi siempre es un tipo sencillamente memorable. Todavía me río cuando Pedro Soler me cuenta cómo durante casi dos años ambos Pedros entraron por la cara en Rock Ola, el templo de la movida y trasegaron cuantas copas quisieron, cientos. ¿Por qué lo dejaban entrar sin pagar? Él no lo supo ni tampoco se extrañó, sencillamente llegaba, levantaba la ceja y el portero le daba vía libre. El asunto se descubrió mucho después, la noche en que fue a buscarlo a la barra, con mucha urgencia y secreto, un empleado de la discoteca so pretexto de que había una pelea en el local.

–       ¿Y a mí que me cuenta?-  preguntó tan pancho Pedro, con el cubata en las manos.

–       Ah, ¿pero usted no es policía?, replicó todo escamado el buen hombre.

Algún día tendré que escribir la novela de Pedro, aunque solo sea con la esperanza de que lea alguna en su vida.

                                                          I

El hombre que se parecía a Balzac corbatea todas las mañanas en una oficina de patentes. Madrugador sin tacha, este fulano es un trabajador con temple en unos tiempos en que predomina el escaqueo, el absentismo y el ya volveré mañana. Que se llame Pedro no pasa de ser un azar onomántico, por más que su cabezonería le empareje con otras piedras legendarias. Tiene un bigote de farsa mejicana y una barriga extensa como un mapa de Extremadura. En todo caso, nada comparable a su trasero oceánico, distendido y a ratos cómico. Que esta mole graciosa y algo absurda se mueva con elegancia, baile sin perder el ritmo y tenga el don de la ubicuidad no deja de ser un milagro de la fisiología, un venturoso enigma del cuerpo y sus misterios. Tiene Pedro una labia suelta e inspirada, la facundia de un orador sin notas, el discurso discreto y elegante de quien sin tener nada que decir sabe qué contar en cada momento. Habla a chorros, y todo por no callarse, anota en su mente rápida la frase oportuna e improvisa una salida airosa que con frecuencia es la mejor entre el sondeo urgente de las posibles.

Pedro Balzac

Mi amigo Pedro Matamorón, el hombre que se disfraza de Balzac, tiene más frente que pelo y más espaldas que bibliografía. Podría ser un analfabeto con título y es un ilustrado sin lecturas. Sabe en cada momento cuál es el libro que ocupa el centro del debate, la película incuestionable y el titular con derecho a portada. Hubiera podido forjarse una notable cultura, pero ha preferido pasar por la vida entre el ruido de las marcas y el fragor de los billetes. Testarudo hasta el hastío, sentimental y adolescente, Pedro, el don Pedro de tantos hogaños es un cincuentón muy largo, regordón y cautivante. Un hombre con corbata, adosado y coche gris. Un amigo sin fianzas, al que le fascina la muerte abstracta tanto como le espanta la propia esquela.

                                                          II

Cita a las cinco en la puerta de la Facultad de periodismo con Balzac. Yo soy el hombre del paraguas. La tarde de febrero es de sol tierno y frío dulce. Por la puerta del recinto pasan niñas de pelo espeso, pantalones a cuadros y traseros misceláneos. A las cinco y cuarto aterriza en su coche gris y largo mi amigo don Pedro Balzac, el francés de Extremadura a quien alguna vez confundieron con Manolo Vázquez Montalbán o con Constantino Romero. Voy a recibirlo con mi paraguas imitación de Burberrys tan pronto como atisbo el auto; el hombre del mostacho negro gesticula con el exceso alegre que acostumbra. Las jóvenes estudiantes nos envejecen en un segundo. El hombre del paraguas imitación Burberrys y el que se parecía a Balzac son figuras transparentes entre el denso tráfico de cuerpos con golosina, muchachas de trenza y andares largos, y fámulos de barra enfadosos.

Hace treinta años nos paseábamos por aquí con nuestra cabeza en sueños, hoy somos ya padres de nosotros mismos. En el bar de estudiantes parecemos tal vez un par de catedráticos majaras, gente de corbata y pasta, de aburridos monólogos y efímeros acosos. Dejamos el sótano y nos vamos a la planta central o noble, al limbo donde se juntan la secretaría, la oficina de conserjes y el bar de profesores. El último, claro, es nuestro objetivo. Llegados, cogemos mesa y nos pedimos un par de ginebras con tónica. Un hombre de dicción antigua y algo plúmbea, que será por lo menos agregado, aburre a una de por sí aburrida dama. Balzac y el caballero del paraguas dejan el bar de la facultad y parten hacia la cervecería de José Luis donde se encuentran con un tal Jonás, que fue de la radio, tripuló ballenas y anda buscando leyendas de garitos. Luego Balzac desaparca su coche y el del paraguas vuelve a casa con la alegría de quien sabe que la tristeza es apenas lujo y voluptuosidad de holgazanes. Dentro de unas horas será jueves, como toda la vida.

                                    (¿continuará?)

7 Responses to “El hombre que se parecía a Balzac (y a todo el mundo)”

  1. No podíasa haber hecho descripción mejor del personaje que nos ocupa. Verdaderament se parece a Balzac, pero con toques de paleto cultural y sabiondo que va por la vida riendo-que no sonriendo- y diciendo lo que piensa sin ningun rubor. Hurra por Pedro. Y por quien lo ha descrito tan magníficamente. Gracias

  2. También tiene un aire a Pacho Villa. Habria que ponerle un sombrero…

  3. Cuando mis deberes lo permiten me engatuso en un pueblecito playero de la más propia Andalucía. Allí tengo un amigo. Le llaman el Profeta. No se parece a Balzac, yo diría que es un Tolstoi, con sus greñosas barbas. Lo de Profeta viene porque de niño ejerció de monaguillo y se aficionó a lecturas más o menos sacras. Gusta jugar con el divino verbo aunque esté más cerca de la apostasía y la coprolalia que del bíblico sentimiento. Mi amigo el Profeta tiene un pariente al que llaman el Torero, tuteado así por su antiguo oficio como desollador de toros y caballos. El Torero tampoco se parece a Balzac, más bien una barata copia, pobre y palurda, de Vizcaíno Casas. No me gusta el Torero. Gran bisbiseador, un mala lengua, el mayor muñidor del pueblo, un bellaco de lengua tártara que marea. En mis paseos siempre encuentro al Torero que parece ubicuo, un huellero que me oliese que estomaga toparme al marmolejo. Llego a la taberna profunda y allí está fumando una panetela (¿o es el dedo largo de un negro?). Ocurre. Lo que ocurre que el Profeta, infeccionado por el Torero, se ha enamorado de la joven mujer del Cojo, la del culo bonito. El Cojo (remedo de Verlaine) es una colodra, un dipsomaníaco, un vinolento aguardentero. Según cuentan cuando está beodo, y sin estarlo, usa su muleta a modo de sable exterminador sobre los ijares de la mujer. El cojo y su joven mujer viven en una casita con jardín sembrado de avena loca. Son casitas con la soledad de unas bragas puestas mil veces al sol: las que el profeta y yo miramos (“¡cariño, lávame las bragas!”, ensueña el profeta). Le digo: no creo que sea buena chica, las buenas chicas no se casan con un viejo cojo borracho, las buenas chicas se casan enamoradas. Pero el profeta no escucha y arde en las zarzas del deseo y dice que el Torero dice (quién sabe que dice y a quién lo dice, cuando lo dice y cómo lo dice) que las gaviotas dicen que la mujer del Cojo, la del culo bonito, está por su nervudo y velludo cuerpo. Empujado hacia la impenitencia, acorralado por las trapacerías del Torero, el excogitado Profeta es poseído por la leche negra, la de la mala risa, la de fea sangre roja por muy bonito que sea el rojo. Y yo, aún bien dispuesto a contemplaciones humanas, aún crédulo en incertidumbres, lo del torero y lo del cojo me da el replique nauseabundo. Debería haber palabras irascibles con el embrocado cojo, con el infidente torero, pero sé que no hay más hidra que la que arde y las palabras no sofocan ninguna situación, son ridículas discusiones sin nada que sacar siempre acabas jodido y además quién soy yo para decir a nadie lo que está bien o lo que está mal. Me encantaría tener un amigo con las virtudes del tal Matamorón, seguro que él sería capaz de solucionar tantas pueblerinas cuitas.

  4. Sin conocer a este señor don Pedro debo decir que este señor don Pedro es un perfecto caballero Balzac con un pequeño hibridaje de Dumas y, sí, un guardia civil de la agrupación de tráfico de Cartagena. Magnífico retrato, don Juan Antonio. ´Toméselo como una inocente declaración que no busca que suban excesivamente las aguas de su vanidad, sino hacer justicia a su prosa.

  5. ¡OLEEEE!

  6. Pero que pelotas sois todos sus amigois¡¡ los del bloguero aunque hay que reconocer que está sembraoooo

  7. Señor Tirado, buenas tardes. Sigo recuperándome en el hospital ingresado ya dedsde hace casi seis meses, si usted echa cuentas. Yo no conozco a este señor Matamorón, aunque sí llegué a conocer a uno, que se le parecía, que trabajaba en Radio Cadena Española, cuando esta emisora tenía su sede en la gloriosa calle Ayala de Madrid, y hacía un programa nocturno llamado ‘Luces de la ciudad’… Pero la descripción que usted ha hecho es magnífica. Evidentemente este hombre, que anda bien entrado en carnes, se parece a Balzac, no a mi admirado, pero enjuto, don José María Pemán. Dice mucho de él que lo tomaran por Policía, lo que indica que es persona de bien. Y que no sea periodista, sino que se dedique a vender patentes. Si algún día decido patentar algo, lo llamaré. Pero no quedaremos en una discoteca, sino en Chicote. Buwnas tardes señor Tirado.

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