Duende y fantasía de una selección hecha para ganar
Llegábamos a la Eurocopa con el alma en vilo, rescatados, medio muertos, abismados y con la prima en chanclas. Claro, está claro que esta ha sido la Euro de la prima, cada día más alta, más subida, más despatarrada, más puta. Nunca me hubiera imaginado escribiendo tamañas palabras sobre mi prima, a quien tanto he querido, sobre cuyas bragas erigí mi leyenda de fornicador precoz, a cuyas piernas largas como un invierno palentino escalé con inconsciencia de alpinista. La prima, ya digo, y España con pelos de arpía, con los rulos amargos del desayuno con rulos, con la tristeza tibia del presidente incapaz, todo muy de golpe, muy de veras, inasumible pero cierto, lejano y baldío. Y la prima, puta prima.
El cuento de la Roja nace en otro sitio, en un punto indefinido y mágico de nuestra existencia colectiva, quizá en ningún sitio. La historia de esta selección, de esta forja fantástica de energía futbolera, se escapa de los lugares comunes y se alza victoriosa sobre un altar hecho con el i más d más i de la imaginación. España, la España del balón y de la gracia, la toca cadenciosamente, en un concierto de música callada, buscando siempre el hueco, encontrándolo, aburriendo al contendiente, en horizontal que se envenena y se vuelve vertical con olor a gol, defendiendo, templando, mandando. La selección es una máquina que en noches como esta de la final frente a Italia se vuelve estanco expendedor de olés, y los españoles enloquecen del gusto de verse reflejados en el espejo y los espectadores neutrales se rinden al sencillo virtuosismo.
Mañana la prima puede ser otra vez una fiera indomable, otra vez viviremos al filo del rescate final, los números no saldrán de tan embarullados, pero la alegría sin barroquismos, hecha de clasicismo y autenticidad de nuestra selección nos habrá permitido un sueño breve e inolvidable. Casillas, Iniesta, Xavi, Silva, una ristra de nombres imprescindibles, de cromos que ni el coleccionista más iluso hubiera podido imaginar enfundándose la misma camiseta. Roja, la nuestra. Mejor apagar el ventilador de los adjetivos porque podría volverse empalagoso mejunje que atufara a algún lector sensible. En el futuro bastará con decir que nosotros vimos jugar a aquella España. Y de prima y primas mejor no hablar. Por hoy.
No ha sido -aunque también- la Eurocopa de la prima, sino la Eurocopa de Sara. A la Carbonero la han atacado excesivamente, porque tiene despistes, sí, pero sobre todo porque es guapa. Y representa el triunfo, en su profesión -de periodista- y en su vida -novia de Iker Casilas, tal vez boda en este mismo mes dejulio-. La Carbonero no es mejor, pero tampoco peor que otras/otros. Profesionalmente prefiero a Suana Guash, aunque últimamente Susana da unos gritos en las retransmisiones de la Sexta que parece el padre, don Tomás Guash. A mí me gusta la Carbonero. El dia que dejemos de criticarla ejercerá mucho mejor como periodista. Y además, trae suerte. La Roja sólo ha ganado títulos con la Carbonero en la banda, micrófono en mano. Gracias Sara.
Bravo por el magnífico artículo.
No suelo ver el fútbol, no lo entiendo además, pero me encantó España. Y me encanta tu artículo. Chapó, maestro.
no puedo por más que reiterar lo dicho por Inma,no soy futbolera en absoluto pero es que la roja es mucha roja para no gustar,al igual que tu articulo que como la mayoria de las veces me encanta
En la mítica final de Kiev vi correr a la selección húngara de los cincuenta. En mis adentros.