El rey de coplas. Una colaboración especial de Pilar Pineda

Manolo Escobar

Manolo Escobar

Si la del carro es una pérdida asumida y prácticamente olvidada, la de la España charnega, tan rumbera –tan rumbosa- ha debido de producirle al coplero fallecido más de un dolor ¿Dónde estarán aquellos diez mil fans que el artista congregó en el Palacio de Deportes de Barcelona en 1975? ¿Dónde aquella juventud bailona que le seguía de kermés en kermés y de sala en sala por el Barrio Chino, por Badalona, por Playa de Aro? Esa sí era su Cataluña, habrá pensado el hombre en las vísperas de su despedida, y no lo que han hecho de ella ¡Ay mi Cataluña! ¿Dónde estará?

Ni idea, amigo Escobar. Ya se enterará Vd. de cómo termina el tema desde ese más allá de los grandes artistas, los que ya disfrutaron en vida de los mejores camerinos y los hoteles de lujo. Las que sí están donde siempre son su Almería natal, (“los metales de tu entraña son tu gloria y tu esplendor, eres lo mejor de España, Almería de mi amor”), la imprescindible Sevilla (“Es Sevilla casi na, abanico de colores. Abanico de colores, es Sevilla casi na”) y la poco inspiradora Valdepeñas, a la que Vd. también cantó. (“Y ole con ole mi Valdepeñas, porque tiene salero y el mejor vino que hay en la tierra”). Y casi todas las demás, pero no su muy amada patria adoptiva, hoy descarriada. Tampoco esta se libró del cante, que hay que ver el repasón tan exhaustivo que le ha pegado Vd. al mapa.: “Altiva y serena, por lo señorona, alegre y bonita como un madrigal, yo ví a Barcelona cuando, muy chiquito, lleno de ilusiones, llegué a la ciudad..”

Pues va a ser eso, que su Barcelona nos ha salido altiva, igual que nos ha salido Vd. rural y pecholobo, arrojadizo, campeador, inflamable… Como agrimensor sentimental de las capas mediobajas, socioculturalmente hablando, se apuntó tempranamente a un menú musical sin errores, compacto y perfecto como el corazón de un reloj suizo. Mi carro, mi toro, mi caballo, mi madre, mi virgen, mi novia (por ese orden las tres últimas), el polvo del camino y un surtido vegetal abundante en el perímetro ibérico: olivo, viñas, trigo, jazmín, amapolas…

Sobre el papel no parece difícil, pero tampoco ha sido fácil. El guerrillero de la copla plebeya y desilustrada nunca se doblegó, nunca se desdijo y nunca pidió perdón, ni siquiera disimuladamente, por su pertinaz defensa –en realidad vitalicia- del españolismo más tosco y primitivo. El más fácil, a decir de su también pertinaz y vitalicia legión de inquisidores ¿Los ha perdonado usted, ahora que le toca rendir cuentas?

Como hombre de bien, no creo que el rencor le haya durado más de un suspiro. Pero es de justicia señalar que se han pasado con usted tres pueblos. Que le han metido en sacos miserables de totalitarismo y dictadura, que le han equiparado con diferentes vergüenzas del franquismo más rancio, que le han humillado sin ninguna clemencia por herir la sensibilidad amarillenta de la progresía, esa que preferiría dejarse matar antes de cantar, al menos una vez, siquiera una vez en el fragor de una borrachera, ¡Que viva España!

Que viva España, Manolo, yo sí lo deseo. Y muchos otros, que ni se saben la letra ni parece que la necesiten: ¡La-lairo-la-la-la-la-laa… Que viiiva España! Con eso se apañan. Nos apañamos.

Me despido de ti, como corresponde a los amigos. Que te vaya muy bien. Te lo mereces.

Pilar Pineda

Pilar Pineda

 

9 Responses to “El rey de coplas. Una colaboración especial de Pilar Pineda”

  1. Qué bien escribe usted, Doña Pineda. Manolo Escobar: ayer mi padre recordó aquella tarde. La tarde en que llevó a mi madre a la plaza de toros de la Condomina para ver a Manolo Escobar. Murcia, años sesenta. Todo un acontecimiento. Mi abuelo se ofreció a ir a cuidar los bebés que años después serían mis hermanas mayores. Un signo de modernidad. En aquella Murcia de riadas mis padres y mi abuelo ya eran ye-ye.

  2. En el cantante que se fue vivió una España que también se va. Ambas idas son de lamentar. La España jocunda que reía y lloraba de verdad, y el cantante que creía en el mensaje transmitido con sinceridad. A ambos se ha superpuesto el barniz lustroso de la mentira, de lo que no es auténtico. A lo étnico de la copla, lo foráneo del ruido ensordecedor de discoteca, sin mensaje otro que la brutalidad, que la anulación del sentimiento, que el aniquilamiento del romanticismo. Manolo Escobar fue el triunfo del hombre del pueblo, de su mensaje fresco y sencillo, alejado de esa superchería que los imbéciles nos han vendido como modernidad. Conocí al artista en Benidorm, le oí cantar…, es decir: más que oír era ver; Manolo Escobar era un espectáculo cabalgado por una voz; también hablé con él y vi en sus palabras al hombre descomplicado que el artista lleva siempre dentro. El arte es aquello mediante lo cual lo pequeño se hace gigante.

  3. El hombre descomplicado, qué maravillosa expresión, querido Pancracio. Suena a título del gran Ramón Gómez de la Serna. Es verdad que existe mucha impostación y miedo a lo natural, demasiado afán por el confite. Manolo Escobar, cuando yo era niño, ponía siempre el cartel de no hay billetes en el cine de mi pueblo, Archidona. Sus películas, preferentemente con Conchita Velasco, eran una de las atracciones fijas en los días de feria.

  4. Pancracio, me alarma ver que una voz tan autorizada como la suya despacha de un plumazo precipitado un asunto con demasiados reveses y no menos derechos. Los buenos, sinceros, ingenuos y bien intencionados que nos precedieron no han podido “con esa superchería que los imbéciles nos han vendido como modernidad” ¿Dónde está esa brutalidad de la que Vd. se queja? ¿En las discotecas, en la música pop anglosajona, en la música pop española, que se despelota con Manolo Escobar y su discurso agropecuario; en el tiempo presente, que desarma sin piedad las huellas más frágiles del pasado?

    No me sea Vd. apocalíptico, amigo mío. Escobar ha sido y será siempre magnífico. Igual que muchas otras voces y sonidos, mensajes, intenciones, etc. que han llegado después. El paso del tiempo nunca es perverso, aunque el pataleo de sus víctimas menos adaptadas resulte un pelín patético.

  5. Eran los finales de los 70, época de auto- stop y de los cines de verano y donde muchos renegábamos del cantante de nuestras abuelas y de nuestras tías….
    Ya después de casi todo un verano, paseando por Europa con poco dinero y muchas ganas, ya en el regreso en un camping del sur de Francia, como un “Zombie” me senti atraído por una música que sonaba de fondo en una de las tiendas situada a tres o cuatro parcelas de distancia.
    Que lagrimones……Porompompón

  6. No existe la muerte, existe el muerto, que decía don Francisco Umbral. El muerto que hoy nos coge, o para algunos sobrecoge, es el del sr. Escobar. Hace tres días el muerto fue un amigo de gran valía. Nadie habló de él, pero sufro su ausencia. Estoy con los que sinceramente padecen la ausencia del sr. Escobar. El dolor siempre queda en los vivos, el otro ya no siente. Como también dijo Umbral: tener a un ser en la muerte es tenerlo ya seguro, a salvo, fijo, como una estrella, libre de todos los peligros, más allá de todas las riadas de la vida. Este año se celebra el bicentenario del nacimiento de Verdi (y de Wagner). Para los italianos decir Verdi es decir Italia. Para los ingleses decir Shakespeare es decir Inglaterra. ¿Decir Manolo Escobar es decir España? ¡No te digo! Leyendo o escuchando a ciertos memorialistas así lo parece. Cómo gustan a los folicularios los panegíricos. No entra aquí la señorita Pineda, la cual me deja pasmado no tanto por su bien escribir como por su cultura “escobariana”. Es usted una atrevida. Ningún periódico nacional o subnacional se atrevería a publicar lo suyo. Está usted muy por encima. Por ser un muerto no que hay ser un insincero. “Pecholobo, arrojadizo, campeador, inflamable”, quizá se pase un poco pero, ante tanto lacayuno, sus adjetivos son, como mínimo, creativos. A mí el personaje, sin serme antipático, me cae muy lejos: en lo cultural, en lo estético, en lo personal (pecaré de pedante pero en música patria me deleitaba más Mompou o Luis de Pablo, que pocos saben si están vivos o muertos, claro que la música rechaza toda paráfrasis, si acaso consideramos música lo del Escobar). Siempre creí, y sigo creyéndolo, que lo suyo era un simple subproducto de la España (que aún subsiste) de “charanga y pandereta”. No más daba franco (con minúscula).

  7. Siempre hay dos personajes públicos, el que sigue vivo y el que muere. Los juicios son radicalmente distintos, las opiniones, las semblanzas… Para los muertos, jamás, pero jamás, hay palabras críticas. Un obituario es un besamanos protocolario tirando a dulce, muy dulce. No fue “un subproducto de la España de charanga y pandereta” sino la España de charaga y pandereta manifestándose con toda su ímpetu.

  8. Señor Tirado, el otro día, acompañado por mi amigo Ricardo, lo invité a ver un partido de fútbol por televisión en la Residencia de Ricardo. Usted se presentó con otro amigo, que le dijo que a ver si usted me invitaba algún día a escribir un post en este su blog de la Revista 21. Y usted dijo que yo no tenía categoría para escribir aquí… Yo no sé si usted hubiese dicho éso cuando yo lo dejaba pasar sin pagar, a usted y a la entonces su novia, al Metro por la estación de José Antonio, que ya me decían mis compañeros: “Pancracio, ándate con ciudado, que te pudes meter en un lío, porque él es tu amigo y lo conocemos todos, pero a ella no la conoce nadie”. De modo que como yo no sé escribir, porque soy del Metro, desaparezco de este blog. Y bien que siento no responder a la siempre sublime Pilar Perfecta. O a Don Macaón. Un saludo, Pancracio (el del Metro)

  9. Señor Pancracio (el del metro): ¡No desaparezca Vd. de este blog, por Dios y por la Vírgen, quédese! Como dice la canción, “Staaaaay, just a little big loongeeer…”

    A tirado, ni caso, claro. Y en cuanto a mí, es verdad que soy perfecta, pero no Pilar, que esa es otra. Esa jarrea (acto de ir en jarras como una flamenca de éxito) sobre el escenario de la clase media literaria (Tirado dixit), y de tanto jarrear se ha quedado tiesa y afeada (dícese de alguien a quien de vez en cuando le hacen algún un feo sin gran premeditación, solo de pasada).

    La tal Pineda se nos presenta escobarista, pero luego deambula cínica entre el halago y el estoque. Allá ella. Yo también comprendo al coplero, porque hizo lo que ahora quiere hacer todo el mundo: aterrizar sobre un nicho (de mercado) y no soltarlo hasta que la máquina junto a la cama empieza a a hacer “piiiiiiii” sin pausas. Que Dios me perdone, y que me perdone él intresado también, porque lo que he dicho tira a irrespetuoso y amargo, pero es la pura verdad. Hay dos formas de intteractuar con un país de paletos: o crees que merece la pena convertirlos en otra cosa, o te empeñas en que se queden de por vida como están para que el negocio dure y dure…

    Pancracio, por cierto ¿Sigue Vd. en activo? Y en ese caso ¿En qué estación? Lo digo por saludarle cuando me acerque por Madrid.

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