Vista cansada


imagesA Alberto, que es librero. A Joaquín, que lo fue

La presbicia es una menopausia/pitopausia que no entiende de géneros. O que los engloba. Otra manera de mirar el mundo. La vista cansada es una metáfora de la vida largamente vivida, de ese cansancio tranquilo que da la pérdida relativa de entusiasmo, el encogimiento del deseo, la juventud perdida y en ese plan. No hago crónica general, que se me escapa, sino relato personal, atisbo de lo que intuyo corriente, primores de lo vulgar, que decía Azorín. Podría escribir, con Neruda: “Sucede que me canso de ser hombre”. Pero ese cansancio, que no es hartazgo, puede asaltarle a uno cualquier tarde de cualquier edad, juvenil por ejemplo. Ya digo que no hago crónica general, de modo que cada cual va tirando como puede. La vista cansada es una metáfora, sí, pero es también una evidencia de corto alcance. Cuando hay que echar manos de las gafas para leer un mísero prospecto lo fácil es dejarlo inédito de ojos. Ayer caí en la cuenta, que es algo que ocurre tras mucho suceder, pero en lo que uno repara en un cierto momento. Caí en la cuenta de que ya no amo tanto las librerías y no es cuestión de gafas, sino de perspectiva, de expectativa, de déficit, tampoco exagerado, de aliento. Desaliento lo llaman también. Tenía la mañana libre y casualmente fui a caer en el entorno de “La Casa del libro” de Gran Vía, el santuario Espasa. Nunca me resultará, creo, cosa lejana una librería, pero me es ya distante la sensación de cuando entonces, cuando llegué a Madrid en 1979 y me pasaba horas en ese local, a veces ni iba a clase por perderme entre sus estantes. Sobaba todos los libros, los abría, leía párrafos y páginas y soñaba con tener una cuenta corriente que me permitiera llegar un día a la librería y pedir: póngame esta cesta. Tanto anhelaba los libros que a veces los robaba, aunque no en el templo de Espasa sino en El Corte Inglés, Galerías y Sepu, que consideraba lugares de mercadería menos sagrada. Ayer hubiera comprado tal vez un par de libros, uno de prosas, otro de poesía, y aunque podía habérmelo permitido no sentí una necesidad compulsiva de arrastrarlos conmigo. Ahora que escribo no recuerdo ni los títulos. Cuando joven, ya digo, me guarecía de la lluvia, real o tornada metáfora, en esa librería. Me pasaba horas. Ayer, salí ligeramente hastiado de libros, y fue cuando con María me metí en la cervecería de nuestro amigo José Luis. Un par de cervezas inglesas me valió por las obras completas de Virginia Woolf, igual que otros días una belga de abadía me suple bien a Simenón. Será que la cerveza se toma bien sin gafas. Será.

22 Responses to “Vista cansada”

  1. Comparto tu presbicia vital respecto a libros, librerías y literatura.Cada vez me cuesta más transmitir entusiasmo después de una lectura por eso valoro tanto a gente como Joaquín, que aún es capaz de compartir su amor por los libros en un blog magnífico. Hace años estaba seguro de que los libros y la literatura eran vías de conocimiento y transformación para hacernos mejores y para ayudarnos a interpretar con más clarividencia el mundo. A día de hoy, tras sufrir ese desaliento que defines, me cuesta mantener esa creencia en pie. En cualquier caso, todos los días me interrogo sobre ello mientras leo y me gano la vida vendiendo libros.
    Muchas gracias por tu dedicatoria y recordatorio

  2. Pues a mí me siguen gustando las librerías, pero menos. Tengo poco tiempo para husmear como antaño y descubrir libros que no tenía y que deseo leer. Los pagaba y luego llegaba a casa con la ilusión de desvirgarlo lo antes posible , oler sus aroma a papel nuevo, a tinta reciente… Ahora que tengo ebook no me atrae tanto leer, porque no se pueden pasar literalmente las páginas de una en una y comprobar por dónde voy o cuánto me queda aún. Todo es más sofisticado. El ebook satisface tu curiosidad y te advierte que llevas leído el 25% del texto escogido.
    Ahora estoy desprendiéndome de los muchísimos libros que compré en esas incursiones en librerías nuevas y de viejo. Ya llevo ocho cajas grandes llenas y apuntado por fuera su contenido: novela, ensayo, historia, humor, poesía… Es un totum revolutum que para nada me sirve. ¿Voy a leer de nuevo el “18 Brumario de Bonaparte”?. O ¿El mundo de Sofia?. o ¿”La divina comedia” o “El shock del futuro” o la Historia del Pueblo Judío” o “Madera de boj” o “Las perlas peregrinas”?. He pasado ya la frontera del descuento y me queda aún mucho por leer. Porque ahora, en esta depuración casi nazi de la biblioteca, he descubierto libros que no he leido aún y que me gustaría descubrir. Me queda tanto por leer que no se si me va a dar tiempo. O sea que, yo también he perdido la ilusión juvenil por las librerías, para no volver a abarrotar la bilioteca de libros que para mis hijos ya no serán porque ellos leen en pantallas de tablets o como se llame… A mí sólo me ocupan un sitio que hay que despejar para las cosas nuevas.
    O sea que me estoy desprendiendo de libros queridos comprados en esas librerías cuyo tiempos han pasado y ya no volverán. Como yo no volveré entrar en una librería salvo por curiosidad cada vez más escasa en mi vida. Acaso por eso olvidé el periodismo. Porque me faltó la curiosidad…
    Y porque hay otras cosas más importantes en la vida…

  3. En aquellas tardes de lluvias lejanas entraba en Espasa Calpe buscando lo ultimo de Benet y te encontrabas de golpe y porrazo con el de Felix de Azua y un poco mas allá, en aquel estante semioculto, vislumbraba algún ejemplar extraviado por alguna misteriosa mano de la editorial Losada. la mirada saltaba de libro en libro sin poderla sujetar en alguno concreto. Onetti, luego sin apenas pausa, tomaba aquel tomo que alguien te habia comentado de Garcia Hortelano. Cuando llegaba al fondo habia una fila de personas esperando el ascensor que me llevaria al piso de historia contemporanea. Era un ascensor ni muy grande ni muy pequeño con una luz blanca y palida, que convertia las caras de las personas que entraban en él, en coagulos de leche fermentada. Y alli a un lado sobre una pequeña banqueta estaba el ascensorista.
    Aquel hombre llevaba unas gafas de circulos concentricos y , creo, que intentaba averiguar por las expresiones de las caras si el chico de barba pelirroja buscaba un libro de fundamentos tecnicos de ingenieria o aquel otro de incipiente calvicie la ultima biografía intima de Napoleón.
    Todo el dia subiendo y bajando por los pisos con algún pequeño apoyo cuando las lumbares le torcian el gesto por el dolor.
    El ascensor abrió las puertas y salí en el piso de historia contemporanea buscando algo sobre la batalla de Madrid que nunca encontré.
    Volví a bajar y en la calle habia dejado de llover.
    Un galán pintado en la cartelera del cine Imperial te daba las buenas tardes mientras sonreia con un punto de melancolia.

  4. Has cambiado tú y ha empeorado, y mucho, la Casa del Libro. Recuerdo que cuando trabajé en una de sus tiendas me llamaron la atención por leer. “Da mala imagen”, me decían. Había que aguantar las 6 horas y media de la jornada de pie, como un flamenco mirando al horizonte, presto a encontrar el libro que el cliente no era capaz de recordar. “Me da Guillermo el Marica, por favor”. “Abajo, en infantil”. “No, no, es un libro de Historia” contestaba el cliente y tendía la hoja a cuadros de un cuaderno en el que su hijo había escrito “Guillermo el marica, gorg dubi”. Yo sigo disfrutando de las librerías, quizá porque mi horario no me deja visitarlas cuando quiero, y sigo, todavía hoy, con la misma fantasía que tú has perdido, llegar con una cesta y cargarla de libros, aunque sepa desde hace muchas estanterías que no seré mejor por haberlos comprado y que la mayoría los olvidaré tras haberlos leído, aunque tenga que guardar los libros bajo las camas. Muchas gracias por la dedicatoria.

  5. Leer tu post, querido amigo mío, me ha hecho recordar la extrañeza que provoqué en mis compañeros del grupo de teatro, en el instituto, cuando nos pidieron que decoráramos un telón con pinturas de nuestros sueños y yo dibujé una biblioteca. Nadie me comprendió. Pero para mí significaba el resumen de todos los sueños posibles, soñados y por soñar, puestos a mi disposición para ser vividos en cuanto leídos. Yo sí, aun hoy, me emociono al entrar en las librerías. Pero reconozco que la emoción se mezcla con la ansiedad que me provoca no tener el tiempo necesario para leer todos los libros que querría degustar. ¡Tantos! Así que ahora en mis sueños me veo jubilada, sentada al sol de otoño o primavera en mi jardín, sin prisas, y con un libro entre las manos. A ratos deteniéndome en sus letras, y a ratos dormitando. Espero que la presbicia me deje leer y la vida disfrutarlo.

  6. No le creo Sr. Tirado. NI Vd. mismo se lo cree. No puede ser. Es posible que uno se desencante al ver que los muchos libros no nos proporcionan la sabiduría adecuada (más bien al contrario, pueden llegar a confundir, a crear cierto estado de insatisfacción) el estado de gracia al que tenemos derecho, pero da igual. El adicto nunca se recupera. El que ha pasado por “eso”, no tanto el olor y el silencio como las expecttivas de títulos cuya existencia no habíamos sospechado pero que estqban ahí, esperándonos… El que ha sentido eso, digo, nunca se desenganchará, aunque los años le enseñen que ni los ibros llenan el vacío, como no lo llenan el amor, la gloria y tantas cosas. Con el vacío se convive, y si tenemos una mijita de estilo, hasta nos adorna.

    Y no me diga que ha descubierto la cerveza belga de abadía ahora. En fin, enhorabuena, si es así. Pero como dice el Nuevo Testamento (¿o es el Antiguo?, hay un tiempo para los libros, otro para la cerveza y otro para el Atleti. Vd. lo sabe

  7. Vamos doctor no sea usted lastimero. No sé la de años que necesité bifocales de esas. A principios me desconcerté, me sentí viejo, pero con ellas se me asentó el carácter, y claro, ligué más Pero usted creo que mal liga su presbicia con lo otro, por muy metafórico que intente ponerse. Ando de viajes y no tengo cabeza para serios matices, pero me parece una gilipollez eso de los santuarios literarios y el olor de las tintas negras. Es asunto hormonal que con el paso del tiempo se pierda interés o entusiasmo por variados asuntos pero, además de la cerveza (que bien vale) se gana con la edad en vericuetos y argucias suficientes para poder tenerse en pié. Quizá todo esté en encontrar la plusvalía. Cierto que la lectura es conocimiento y el conocimiento sabemos que es poder (aunque también sepamos que ni la lectura, el conocimiento o el poder nos conduzcan al cielo). En resumen (remedando a Nietzsche), la lectura significa voluntad de dominio. Me siento casi incapaz de leer cualquier historia de Pérez Reverte o de su colega Javier Marías, no digamos Muñoz Molina, sin embargo leo, en la actualidad, con gusto “La guerra de Jugurta”, por Cayo Salustio Crispo, por cierto recomendado por el propio Nietzsche. Aparte de los mínimos profesionales ¿quién lee a Salustio? Nadie. El libro, además de instructivo y entretenido, es divino. Cuando se los cite a mis colegas madrileños los dejo dominados. Y acabo de leer un libro que por su fama llevaba un tiempo buscando, lo encontré en Internet a través de Ares, es el “Malleus Malificarum” (El martillo de las brujas), el más reconocido de todos los libros sobre brujería escrito en 1486 por dos monjes dominicos alemanes. Fue a lo largo de los tres siglos siguientes el manual indispensable y la autoridad final para la Inquisición para todos los jueces, magistrados y sacerdotes, católicos y protestantes, en la lucha contra la brujería en Europa. Transcrito un ligero párrafo: “…en la segunda era del mundo comenzó la idolatría, que es la primera de todas las supersticiones, tal como la Adivinación es la segunda y la Observación de los Tiempos y las Estaciones la tercera. Las prácticas de las brujas se incluyen en el segundo tipo de supersticiones, a saber, la Adivinación, ya que invocan al demonio en forma expresa. Y hay tres tipos de esta superstición: la Nigromancia, la, Astrología, o más bien la Astromancia, observación supersticiosa de las estrellas, y la Oniromancia”. Cuando les hable de tales asuntos a los listillos del pueblo de mi mujer me invitan a todas las copas. Cuánto sabía el tal Nietzsche. Entre nosotros, esa “voluntad de dominio” es para mi voluntad de risa (interior), y esa es la plusvalía de la que antes hablaba. Perdonen ciertas ligeresas en el escrito, estos viajes de ida y vuelta me distorsionan, pero sigan buscando los “rulos” a la lectura.

  8. Había pasado tres años cuatro meses y tres días corriendo de punta a punta del país. Un día, como el que no quiere la cosa, le habían entrado unas ganas locas de correr y como nadie entendía aquello de ir dando zancadas de un lado a otro sin ningún fin aparente, muchos optaron por seguirle. Sin duda aquello de correr y correr infundía ánimos a la gente, hasta que un buen día Forrest Gang se dio media vuelta, esbozó un tibio “estoy muy cansado, y tomo el camino de regreso a casa”. ¿Y ahora qué hacemos nosotros?-increpó la gente que lo seguía-. “No sé, estoy muy cansado” -respondió Forrest. A mi se me empezó a cansar la vista el día que un constructor afamado colocó un moderno edificio entre mi balcón y la playa de la Carihuela (en Torremolinos), pero no busqué consuelo en ninguna librería, ahora bajo a la playa y me conformo alzando la vista hasta donde el verde y el azul se confunden ante mis ojos. Tampoco debería conducir ni leer o escribir cosas como esta sin gafas, ahí es donde la vista cansada puede jugarte una mala pasada. Después de haber pasado años mirando un horizonte incierto estoy descubriendo las distancias cortas en el simple y natural hecho de poder levantarme cada día. Y cambio la vista de lince por la mirada corta pero limpia que hay entre el contorno de unos ojos y el cristal de las gafas que los abrazan.

  9. He leido, en este distinguido blog, unos comentarios de un tal Marciano a quien no conozco, ni deseo conocer.
    El texto tinen varias inexactitudes que debo aclarar desde mi experiencia de 34 años y dos meses trabajando de ascensorista en esa docta Casa.
    En primer lugar, dificilmente se podia encontrar en la cartelera del cine Imperial un galán (americano), ya que tales apariciones eran casi excluxivas de los cines hermanos mayores como el Callao, Capitol o Palacio de la Musica. El Imperial era más modesto, menos importante en su fachada se exhibia algún que otro Bambi junto a caras desconocidas de peliculas de Bergman.
    En segundo lugar, es mentira que yo llevara gafas con circulos concentricos, mis gafas eran gruesas, eso si, propias de unos ojos con muchas dioptrias que se habian secado despues de muchos años subiendo y bajando en el ascensor con aquella luz tan artificial y blanquecina, aunque un amigo mio aprendiz de poeta me dijo un dia, no sé si en broma o en el ejercicio pleno de su inspiración, “trabajas bajo una luz nívea que yo envidio”.
    Y en ultimo lugar, quiero aclarar para que nadie se confunda, que no habia libro alguno de Fundamentos Tecnicos en nuestras estanterias.
    En la planta tercera, donde podian haber estado, estaba ocupada por algun que otro ejemplar de campos magneticos, de electricidad aplicada a los problemas domesticos y sobre todo por libros de medicina, clasificados por multiples temas: “metabolismo y catabolismo”, “cardiopatias congenitas y adquiridas”, “diabetes durante el embarazo”…..
    En la mesa central estaban los más deseados. Eran los ejemplares de sintomatologias. Alrededor de ellos habia un batallon de lectores maduros que con los ojos abiertos,
    manos temblorosas y seguramente las bocas resecas buscaban el consuelo de sus males, algunos imaginarios. Era una sala, que en horas determinadas estaba ocupada por aquellos hipocondriacos que en el desasosiego de las horas vespertinas llegaban hasta alli para descartar la enfermedad fatidica. Miraban y remiraban el indice hasta encontrar los ultimos sintomas que habian experimentado; buscaban la página la leian con atención y luego suspiraban no sé si por pesadumbre o por felicidad contenida.
    Algunos esperaban de reojo a que otro terminase la consulta para confirmar el diagnostico que ya habian leido.
    Eran libros manoseados que pasaban de unas manos con ictericia a otras con psoriasis, que se impregnaban con alientos acetónicos o con toses enigmáticas.
    No voy a extenderme más en mis modestos comentarios, creo haber demostrado las inexactitudes del Sr. Marciano, voy a buscar en Google las causas de un carraspeo que ultimamente padezco y que no me dejan dormir con tranquilidad.

  10. Adoro los libros y las librerías, esos sitios limpios y calientes, frente al mal olor y la frialdad que desprenden por ejemplo las pescaderías y las carnicerías. Junto a las boutiques las librerías son mis tiendas preferidas, aunque confieso que me molesta que con frecuencia los libreros (suelen ser hombres) son tiesos y antipáticos.

  11. Ese ascensorista no debería ser, o haber sido, ascensorista, sino catedrático. Me recuerda al Borges de la Torre de Babel, si acaso mal recuerdo.

  12. ¡Qué cosas! A mi las pescaderías me hacen muy feliz, especialmente las del Barrio de Salamanca de Madrid y la de El Corte Inglés, de cualquier Corte Inglés. En cambio, la zona de librería de ese mismo Corte Inglés, me entristece una barbaridad. Muy muy pocas veces he comnprado un libro allí. Por cierto, ¿alguien se acuerda cómo se llamaba la enorme librería que había en Alcalá, inmediatamente antes de llegar al Corte Inglés de Goya? Era un nombre mítico, un nombre de muchos años ¡Maldita sea, no me acuerdo! Eso sí es vejez, Tirado.

  13. ¡Rubiñós! ¡Se llamaba Rubiñós!

  14. Lo primero: Juan Antonio, estás en perfecto estado de forma estilístico y personal. Resultaría preocupante que a tu edad prefirieras una librería a una cervecería y perfectamente acompañado. Y mi felicitación a El Marciano Indiscreto por su aportación en este blog. Aquel ascensorista de La Casa del Libro siempre me llamó la atención. Un tipo gris, con un trabajo insoportable que consistía en pasar ocho o diez horas al día en ese ascensor, y con aquellas gafas de cristales inmensos que deformaban su figura. Era como un jorobado con la joroba en los ojos. Nada me hacía suponer cuando yo estudiaba Periodismo y subía en ese ascensor que aquel tipo iba a ser años después noticia en todos los periódicos e informativos nacionales de radio y televisión. Yo recuerdo su aspecto blancuzco y mortecino de persona enterrada en vida. Sólo transmitía un síntoma vital: a veces casi introducía las gafas en el canalillo de alguna estudiante que subía al ascensor. Recuerdo especialmente una tarde en la que fui a la librería con una compañera de clase que se llamaba Marina, y que en vez de canalillo solía lucir directamente el Canal de Panamá. Lo de aquel escote justificaba en sí mismo la Transición, el diálogo entre las dos Españas. La manera de mirar a Marina de aquel hombrecillo… Pues bien, yo vivía ya en Huelva desde hace años cuando el Premio Gordo de la Lotería de Navidad tocó íntegramente en la Casa del Libro de la Gran Vía de Madrid. Todos los trabajadores se hicieron millonarios o multimillonarios. Pero los periódicos subrayaban una salvedad: Menos el ascensorista, que no había comprado niunguna participación. Ni una sola. Al poco tiempo volví a esa librería y todos los dependientes eran nuevos. Los de siempre se habían marchado, forrados de millones de pesetas. A vivir que son dos días. Menos el ascensorista, que allí seguía, ascensor arriba, ascensor abajo, aún más mustio, más muerto -si cabe- y ya sin ganas siquiera de asomarse a los nuevos y emergentes canalillos, que Marina había cumplido años.

  15. el final estupendo, a mi entender amigo LES, es que al ascensorista le hubiera tocado la lotería y, a pesar de eso, hubiera seguido en el ascensor

  16. El caso, doña Perfecta, es que la vida no es necesariamente tan redonda como los cuentos. Esta historia es literal y la puedes encontrar en cualquier hemeroteca, a mí me la contó hace ya muchos años Luis Eduardo Siles (LES), aunque confieso que la tenía olvidada. En todo caso es una historia fascinante, y que enlaza, por cierto, con la estupenda intervención del ascensorista de Espasa que quizá tendría algo que decir al respecto, para volver al enredo, tan perfecto, entre literatura y realidad.

  17. La historia del ascensorista es real, tal y cómo la cuento, pero no puedo recordar el año exacto en el que cayó el Premio Gordo de la Lotería de Navidad en la Casa del Libro. Fue, eso sí, a principios de los 90. Y las radios contaron la historia del ascensorista. Yo la escuché sorprendido porque estaba haciendo guardia en la emisora de radio en la que trabajaba cuando entonces por si tocaba el premio en zona próxima y tenía que coger la Unidad Móvil. Por eso me ha parecido un acierto descomunal del Marciano el desenterrar el recuerdo del ascensorista. Que sí estaba medio ciego. Yo iba mucho por Espasa y nunca reparé en los hipocondríacos, por lo que felicito al otro contertulio que los recuerda. Además, en aquella época yo era hipocondríaco y me pude haber unido a ese angustiado pelotón de personas en busca en los libros de la enfermedad inexistente. En fin, lo dicho, lo del ascensorista es totalmente real. Ahora podemos especular: ¿De qué equipo era el ascensorista? Estoy seguro que un tipo del perfil que venimos describiendo sólo podía ser del Real Madrid.

  18. Alguien que vive por, de y para el ascensor, no hubiera soportado la libertad, creo. Los que se doctoran en la infelicidad o la esclavitud, acaban allí por algo. La lotería no le hubiera hecho feliz, igual que nunca son del todo felices los hinchas del Real Madrid.

  19. Y en relación con Ana R. A mí lo libreros no me parecen tipos “tiesos y antipáticos”, sino gente que, en ocasiones, desconocen el alma de los lectores, como deberían. En 2007 yo llegé a una librería de unos grandes almacenes y me encontré 25 ejemplares de ‘Las Ninfas’, de Francisco Umbral, libro que obtuvo el Nadal en 1975, una maravilla de la época más creativa y poética del autor, me topé, decía, con ‘Las Ninfas’ en Libros de Ocasión y a un euro, junto a volúmenes de jardinería, de guerras, en fin una humillación para esa obra maestra del genio Umbral. Y le dije al librero: “Me llevo los 25 libros de ‘Las Ninfas’. No podía tolerar esa trato a un libro excepcional. El librero puso cara rara, llamó a otro librero, tras una espera trajeron una bolsa recia, y mientras introducían los libros me miraban de reojo. Hasta que uno de los libreros preguntó:
    -“¿Y esto qué es, para un colegio?”
    -“No, son para mí”
    Entonces siguieron con su labor, mirándome disimuladamente, ya de manera abierta como a un perturbado.
    Pagué y me fui con los 25 ejemplares de ‘Las Ninfas’ en esa desdichada edición y la mayoría ya están entregados a amigos.
    Yo escribí una columna en el periódico sobre lo sucedido, tratando de humillar a esos libreros que habían intentado humillar al maestro Umbral y que me habían tratado mal. Algún contertulio de este blog vió en su momento algunos ejemplares de ‘Las Ninfas’ en mi librería, todos juntos, uno junto al otro, y con el mismo diseño. Como si fuean octillizos.

  20. Creo que todo lo que sucede con el ascensor, el ascensorista, el libro, la lotería y las tetas es lo que nos dice Avicena en su “Naturalium”, libro 3, último cap.: “Muy a menudo el alma puede tener tanta influencia sobre el cuerpo del otro en la misma medida en que la tiene sobre su propio cuerpo, pues tal es la influencia de los ojos de quien con la mirada atrae y fascina a otro”.

  21. Por cierto que Ana R. no anda muy descaminada. Muchos libreros son tiesos y antipáticos. Distantes, cuando menos

  22. Ha de ser por eso que desconoce el alma de sus lectores. Porque permanecen lejos

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