Ana Frank, historia de una confinada

                                                                                       descarga                                                     A mi amigo Mariano Rodrigo

Hasta que hice un reportaje en 2008 en la Casa Museo de Ana Frank, en Ámsterdam, la historia de la niña judía escondida de los nazis tenía para mí algo de impostado. No había sentido curiosidad por acercarme a su libro, uno de los más vendidos en el siglo XX, al que caprichosa y equivocadamente yo confinaba a una especie de biblioteca del kitsch. Pero esa vez, las circunstancias me obligaron a leer el diario y quedé impresionado. Era una historia emocionante y terrible, y al mismo tiempo delicada y naif. Las ilusiones de aquella adolescente, que con su familia había huido de la Alemania nazi, su carácter abierto y entusiasta, su tendencia soñadora y su aire vitalista la dotaban de una simpatía natural con la que era fácil empatizar.

Ana tiene 13 años recién cumplidos, y un diario que acaba de estrenar, cuando su familia se ve obligada a buscar un escondite en la parte trasera de un edificio de oficinas junto a un canal, en Ámsterdam. La cuestión es de vida o muerte. Allí, en un desván permanecerán recluidos los padres y una hermana de Ana, y otras cuatro personas. Una convivencia intensa y difícil, y también entrañable y profunda. Con amores y rencores entre los ocho. Ana, al principio, se siente contenta en el refugio. El 13 de enero de 1943, cuando llevan seis meses confinados, escribe en su diario: “Nos va bien. Estamos en un sitio seguro y tranquilo y todavía nos queda dinero para mantenernos. Somos tan egoístas que hablamos de lo que haremos después de la guerra”. Dos años permanecen en el escondrijo, gracias al apoyo de varias personas del exterior. En ese tiempo, refleja en su diario su primera regla, sus enfados, sus afanes, el miedo permanente, pero también la felicidad, sobre todo cuando después de compartir  durante meses el mismo espacio se enamora de un niño, Peter, un poco mayor que ella. Lo cuenta, eufórica, y describe el primer beso. El 2 de mayo de 1943 es domingo y Ana Frank escribe: “A veces me pongo a reflexionar sobre la vida que llevamos aquí, y entonces por lo general llego a la conclusión de que, en comparación con otros judíos que no están escondidos, vivimos como en un paraíso”.

Ana es coqueta, caprichosa y con frecuencia impertinente. Así lo refleja ella misma en las páginas de su diario. Es también reflexiva y muy observadora. En el libro discurre la vida interior en la casa, la vida íntima de Ana, pero también hay salidas al exterior, a partir de lo que les cuentan los protectores y de manera muy especial gracias a una radio en la que los recluidos van siguiendo con inquietud y esperanza los avances de los ejércitos aliados en la guerra contra los nazis. La vida pende de un hilo y ese hilo, desgraciadamente, se rompe . En una novela es probable que la historia acabara bien, pero la vida es casi siempre más despiadada que la literatura. El 1 de agosto de 1944 es la última vez que Ana escribe en su diario. El 4, entran los nazis en la casa secreta. Los ocho confinados acaban en varios campos de exterminio. Solo se salva Otto, el padre de Ana. Miep Gieps, una de las mujeres que ayudó a los escondidos encontró el diario de Ana y se lo entregó a Otto. De vivir hoy, Ana Frank tendría noventa años y estaría confinada, pero  en una condiciones mucho más llevaderas que las de aquella dramática reclusión. El coronavirus, con ser un bicho indeseable, es enemigo menos terrible y odioso que el nazismo.

Es un milagro que un libro como el “Diario de Ana Frank” exista. Un milagro de la vida, ese tesoro escondido en el corazón del tiempo donde la memoria crece como una hierba misteriosa.

 

 

 

12 Responses to “Ana Frank, historia de una confinada”

  1. Sí, es un milagro que el diario de Ana sobreviviera y eso prueba que, en ocasiones, la vida supera en mucho la ficción. Fue uno de los libros que regalé a mi hijo y que leyó con gusto, además. Supongo que se trató de otro milagro. Como creo en ellos, aún espero que se produzca el tercero.
    Hermoso texto, señor Tirado, en el que se sincera con nosotros, sus lectores, y nos participa que con el diario de esta adolescente tuvo la fortuna de apearse de un prejuicio. Deseo que, muchos sigan su ejemplo, no el de la confesión (no es necesario, a menos que escriban igual de bien que usted), sino el de tener coraje de no blindarse prejuiciosamente frente a la realidad y poder cambiar de opinión, abandonando sectarismos y posturas a veces poco racionales. Su admirado Aute decía algo así : “que no, que no, que el pensamiento no puede tomar asiento, que el pensamiento es estar siempre de paso”. Ya ve, qué cortito el paso de Ana por la vida y cuántas cosas ha transformado.

  2. Tu experiencia como entrevistador y tu gusto por la historia hacen que este acercamiento en concreto me venga de perlas.
    Los principales momentos de preocupacion me vienen por la gente menuda y cómo hará la digestión de este confinamiento sanitario.
    Seguramente unos pocos descubrirán que son afortunados.
    En Israel están glosando las vidas de quien cae por este asesino virus. Lo hacen en la televisión y los medios informativos.
    Respetan cada singladura vital y cada esfuerzo.
    Si aquí hiciéramos lo mismo, en vez de series de entretenimiento y distracción, le daríamos a cada vida el homenaje que merece.
    Y tendríamos muchos ejemplos vitales para una juventud en la encrucijada.

    No dejes de escribir y compartir, buen Tirado. Eres luz entre mucha oscuridad.

  3. Hace muchos años leí una versión del Diario de Anna Frank y me encantó. Creo recordar que en aquella versión se informaba o rumoreaba que ella era hija del último Zar Ruso o creía que pudiera serlo.

  4. Estupendo artículo, muy pertinente, además, por el momento. Sirve para dejarnos claro que hubo confinamientos mucho más duros que los nuestros, así que mejor no quejarse tanto.

  5. Lo leí hará un par de años, aunque hacía muchos más que adornaba mi biblioteca. Lo leí casi de un tirón. Me emocionó. Verdad que en alguna ocasión he comparado la situación de arresto de ellos con la que muchos estamos padeciendo ahora. Desde luego es preferible esconderse de una peste vírica, que de una peste nazi. Pero creo que en su confinamiento, a pesar de las disputas y riñas, las incomodidades, celos, casi odios, existía vida. Era la vida viva. Aunque se presagiara la muerte. Aquí, ahora, solos o en pareja, no existe vida alguna. Aunque al final la presagiamos feliz. Tuvieron muy mala suerte. Triste decirlo, el depender del azar. Apenas un par de semanas de que los nazis los descubriesen, los aliados ocuparon Holanda. A las dos hermanas las habían enviado a Auschwitz. Duraron muy poco, primero murió la hermana, al día siguiente ella, ambas de tifus. Poco tiempo después el campo de concentración fue liberado. Mala suerte. Un horror.

  6. El enemigo actual,visto al microscopio, puede tener incluso una apariencia risueña. Pero es un temible asesino. Se ensaña con los más débiles: los ancianos. El coronaviris supone una gran desgracia. “El coronavirus, con ser un bicho indeseable, es enemigo menos temible y odioso que el nazismo”, escribe Tirado Y es cierto. Pero no sé si alguno de ustedes se ha enfrentado contra los nazis de ahora, los actuales. También son terribles. En estos momentos alivia algo pensar que la vida no solo se conoce por haberla leído, sino por haberla vivido. Este artículo de Tirado me ha gustado -dentro de que sí me ha gustado- menos que otros, porque transita por él el toreo de salón. Y no la verdadera vida. Porque el autor fue incapaz de percibir el sufrimiento que otros pasaron y él contempló con indiferencia e incluso cierto desprecio desde el ventanal del Café Comercial. Y creo que ahí sigue. Menos Ana Frank (libritos) y más bemoles. Y más solidaridad auténtica. Prefiero no seguir.

  7. Miro deprisa el blog antes muerta de sueño, anoche dormí muy mal. Me gusta el aartículo y me impresionan los malos aires del cebolla. Mañana contesto a ambos..

  8. Se espera su respuesta, Doña Perfecta, con el máximo interés.

  9. Doña Perfecta debe despertarse ya, porque lleva quince horas durmiendo. Yo, que soy un dormilón de cierta categoría raramente me paso más de diez horas en la cama, y eso en los días de verdadera fiesta entre las sábanas. De manera que yo, como Madriles, espero su doble respuesta. Por cierto que me asombra lo de la falta de bemoles y demasía de libros que Madriles achaca a Tirado. Quizás también él podría aclararnos algo, pues los comentaristas vivimos en ascuas. Y hoy nos vamos a quedar sin siesta. Hablo de mí y de mi hermano Gerundio, pues los demás cada uno anda en su casa. Mi gemelo y yo andamos confinados en el mismo hogar, dulce.

  10. Joder! como se defiende el personal de una leve crítica del Cebolla! Cuestión de bemoles.

  11. Naturalmente, Seitaridis. Tirado ha escrito un texto pulcro, pero funcionarial y con el que todos estamos de acuerdo. Por eso hay que introducir lo de los bemoles. Para crear algo de polémica y, quizás, de cabreo. Además ahora no hay fútbol. De modo que no hay árbitros ni VAR. Pero aquí está Tirado con su rectitud de oficinista de los 60 en este escrito. ¡¡Qué gran guionista para ‘Cine de Barrio’!!

  12. Tirado, Vd. sabrá, pero que me propongan para guionista de Cine de Barrio no me termina de parecer un piropo. el Cebolla le reprocha a Vd. que vió la vida y las injusticias a través de los relajados cristales de El Comercial (quién los pillara), pero yo debo decir, en apoyo de Vd., que ser periodista es cualquier cosa menos toreo de salón. El periodista acaba metiendo la nariz en todos los olores, peores y mejores, y ningún cristal de café tradicional borra del alma de nadie esas huellas de la vida en directo. No hay que ser corresponsal de guerra full time para haber visto dolores y olores de los que hieren el alma. Yo no leí a Ana Frank, ni Mila 18, ni tantos libros sobre aquella pesadlla que afortunadamente no viví. Deben de haber sudo muchos los libros sobre los campos de concentraciòn y/o las víctimas del horror nazi. Dice Cebolla que esos nazis todavía existen y están por ahí, pero yo le digo que los cojones. Y que, además, es de una frivolidad inaceptable decir eso. Por mucho que Abascal eche espuma por la boca o Rajoy haga footing en época de confinamiento. Por mucho que el vicepresidente envidie el uniforme militar del rey, y por eso le lance pullas. Si estuviera en esa América de baratillo (mil perdones a quienes la padecen), no dudaría en hacerse del ejército por la vía rápida y lucir uniforme con mucha chatarra. Aquí no ay nazis, Cebolla.Demomento, y gracias a Dios. Hay mamarrachos, pero su los hay en el resto de la sociedad, y en qué número, no se por qué no había de haberlos en las parcelas del poder. Terrible lo de esa pobre niña, cuya vida me se de sobra, pero no he leído. Esto es otra cosa, como ha dicho muy bien Macrón. Es unsuceso universal, insólito, sin precedentes, impredecible, temible…

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