YO NO APLAUDO A LAS OCHO. Colaboración especial de Macaón

imagesSupongo que estos días todos hemos leído algún que otro escrito reivindicativo y quejoso de la actual comunidad sanitaria. Me llama la atención el comienzo de la carta de una joven médica malagueña: “Yo no necesito aplausos… quiero que me trates con respeto como profesional y como persona…quiero que no pongas en duda mis criterios por lo que dice Internet…quiero que confíes en la sanidad pública y hagas buen uso de ella…quiero que no me digas que tú me pagas, ni me llames niña porque soy joven, quiero que no utilices las urgencias sin ser urgente y que me cuides como nosotros estamos dispuestos a cuidarte…”. Me parece muy bien que aprovechen estos momentos de angustia general, de esperanza médica, para apretar los tornillos a los impertinentes y desagradecidos. Aunque las protestas sean a posteriori a mí me valen. Cierto que otros profesionales de variados gremios pueden sufrir parecidas imprecaciones, al igual que muchos eficientes funcionarios. La historia de este mundo también es la historia de la medicina, y viceversa. En un principio tuvimos al mítico Asclepio, fulminado por Zeus por sanar a los muertos, Hipócrates, el verdadero padre de la medicina, Galeno, cuyos estudios anatómicos perduraron 1.400 años, Avicena, creador del primer canon sobre enfermedades. Y tantos otros. 200404005149_20200403_484389_PacienteBalearesMO_1_22Eran tiempos donde la casta científica y la casta médica, incluso la filosófica, se hermanaban. Aún pasada la Edad Media los sabios sanadores sólo estaban al alcance de ricos y poderosos, el resto, la inmensa mayoría, tenía que conformarse con los ambulantes “sacamuelas”, que lo mismo asistían un parto que te hacían una trepanación. Con el crecimiento demográfico, con sus necesidades sanitarias, los médicos iban alcanzando un estatus y poderío cada vez más alto. En nuestro país, hasta bien pasado el siglo XX, en las poblaciones pequeñas y medianas, el gobierno lo ejercían el alcalde, el cura, el sargento de la Guardia Civil y el médico. Pero la vida se democratiza. Con la llegada del llamado estado del bienestar, el de la medicina universal, la figura del médico, su estatus social y económico, está bien asentado, muchos son los que presumen de tener un pariente, un amigo o vecino médico, pero al tiempo también son muchos los que cuestionan, se quejan, exigen y denuncian ciertas fallidas prácticas, no sólo profesionales, también humanas, de trato, de comportamiento. Todos conocemos, por experiencia propia o ajena, errores médicos que han terminado de forma dramática. Sabemos de profesionales de la medicina sin mucha sapiencia, vagos, que desprecian al enfermo, que no escuchan sino a sí mismo, con egos que aburren (como ciertos periodistas que se piensan de élite). Yo mismo sufrí que me arrancaran un buen trozo de pulmón por un diagnóstico de cáncer, que no fue tal. Cuando volví a pedir explicaciones me contestaron con voz alta que debía de dar saltos de alegría en vez de quejarme. Pero sé que estos casos son minorías. Sé que, actualmente, la relación médico-paciente es más o menos equilibrada, y también sé que existe bastante excelencia sanitaria. Y, así, de repente, llegó la gran pandemia. El estupor. No sabíamos, no nos lo creíamos, no lo entendíamos, pero algunos sí lo comprendieron. Y se pusieron la bata. Todos se pusieron la bata. Ya no existe estatus, sólo muertos. 700.000 intervenciones, 40.000 sanitarios contagiados. Números de escándalo. Números para espantarse. ¿Qué_balconesriauriau_cda54286 sanitario se atreve a ponerse una bata? Todos, y aún más que todos. Tengo una amiga enfermera (el gremio más abnegado, más castigado) que ha renunciado a su baja por maternidad para volver a su puesto de trabajo, su íntima compañera ha caído, me dice, y me necesitan. Sé de jubilados médicos que generosamente se han reintegrado a sus antiguos puestos aportando conocimientos, experiencias y riesgo físico, y contra más caen más surgen voluntarios para sustituirlos. Me siento culpable, con la mala conciencia de estar confortablemente protegido en mi casa mientras otros te limpian la vida arriesgando la suya. Me da congoja ver a esos cualificados profesionales cómo sienten a flor de piel el miedo, la angustia, hasta la ternura de los agonizan. Y esto no es ninguna película. No sé si seremos mejores o peores personas al final de esta infamia. Creo que depende de cómo y cuánto dure. De algo estoy casi seguro: miraremos a los médicos de otra manera, y ellos a nosotros también. Confieso que nunca he salido a las ocho a aplaudir, por algo de pudor y un poco de escepticismo, pero creo que a partir de ahora saldré el primero y el que más fuerte aplauda.

18 Responses to “YO NO APLAUDO A LAS OCHO. Colaboración especial de Macaón”

  1. Ese texto vale por un aplauso largo y sostenido. Usted tiene algo de tímido misántropo, pues toda misantropía conlleva algo o mucho de timidez, pero por encima o por debajo de su capa de hombre rigurosamente serio, y con bigote, o quizá sin bigote, se esconde un niño deseoso de jugar a la pelota con los demás en el perdido patio de otra glaciación. Usted, Macaón, escribe buenos textos en este papel volandero, hecho de aire y nada, y sus lectores, no sé si muchos, pero doctos, se lo agradecemos. Como nos congratulamos de que el coronavirus pánico haya vuelto a darle velocidad, urgencia y presencia constante al blog.

  2. Me parece muy bien narrado. Es lo que pensamos la gran mayoría. Enhorabuena.

  3. En todos los ámbitos laborales existen personas que no dignifican su profesión. Todos tenemos el ingrato recuerdo de un mal maestro, un mal médico, un mal fontanero, etc. que se nos cruzaron en el camino. Pero hoy, por encima de todos esos mastuerzos los políticos son quienes no dignifican su trabajo como gestores y reguladores de nuestra vida colectiva. Tal vez ahí se encuentra la clave de tantas cosas mal hechas: que la política no debería ser una profesión, o no al menos, la profesión de quienes no tienen profesión o de quienes teniéndola, no podrían llevar con la suya el tren de vida que la política sí les permite llevar. Dejando esta cuestión atrás, tan traída y llevada y tan comentada y tan sin arreglo, porque los que venían a resolverla resulta que no lo han hecho, lo que quisiera expresar con miedo en la garganta (porque nos va la vida, la salud, la libertad y el trabajo) es que el único escudo que en estos momentos poseemos frente al virus son los profesionales de la salud. Y lo terrible es que los “profesionales” de la política no están cumpliendo con el cometido inaplazable (subrayo lo de inaplazable) de cuidar ese escudo, de pulirlo y bruñirlo. No, en lugar de eso, dejan nuestro escudo a la intemperie… Y ahí tenemos a nuestros profesionales utilizando equipos vergonzantes de (des)protección individual, insuficientes en número y en calidad. Ahí los tenemos sin pruebas diagnósticas que les permitan saber si ponen en riesgos a sus pacientes ( y a sus familias, que las tienen, igual que los muertos que España no llora tienen las suyas). Salgo todos los día a aplaudir a las ocho, más que nada por mis vecinitos, los chiquillos de enfrente (varias familias con criaturas pequeñas de Primaria); siento hacia ellos una estúpida obligación pedagógica. Yo también soy padre y he querido educar a mi hijo en el respeto y en el cuidado de lo común.
    Mientras aplaudo triste y sin muchas ganas, la verdad (no me siento bien aplaudiendo con 18000 familias en duelo) me pregunto si esos “profesionales” que no bruñen nuestro escudo, acabarán capitalizando el aplauso que tributamos a nuestros guerreros . Confieso que que a veces vivo los aplausos de las ocho como una estrategia de control social. (Sí, en mis cuatro paredes y sin información transparente, empiezo a volverme conspiranoico). Yo no soy un héroe por estar encerrado en casa, soy un damnificado. Un cautivo, en primer lugar de quienes pudiendo haber amortiguado esta situación no lo hicieron y ahora cautivo -no sé hasta cuándo- de quienes continúan sin prestar la ayuda debida a los que sí están en la trinchera. Cuídense.

  4. Esto lo hubiese arreglado Aznar en un plis-plas.

  5. El odio. Ese que altera el sueño, produce un fétido aliento y encoge la picha. El odio no salva vidas, O. Salinas.

  6. No recuerdo muy diligente a Aznar en el envío a la costa gallega de recursos y efectivos cuando la catástrofe del Pestrige. Tal vez a usted, Sr. Pepe, sí se le pareció un gestor eficiente.
    Pero volviendo a los balcones, diré que durante la primera semana del confinamiento sentí que aplaudía a héroes. Semanas después, mi sentimiento ha variado: Ahora no me siento cómodo aplaudiendo a personas sistemáticamente desprotegidas que luchan contra la enfermedad y la muerte (¿martires?). Y no estoy muy seguro de que sea cívico aplaudirles cencerrilmente desde nuestros balcones sin, de modo paralelo, reclamar desde esos mismos balcones, que se los dote de los recursos necesarios para defenderse (también los romanos aplaudían desde la gradas del circo el espectáculo atroz de personas indefensas a merced de las fieras). Protestar, denunciar (ojo, no difundir bulos), criticar, reclamar se ha convertido hoy en un comportamiento desleal, incívico y antidemocrático. Por eso me pregunto a quién benefician los aplausos a las ocho, y si finalmente, esos aplausos son una estrategia de control social que capitalizará un gobierno incriticable.

  7. Como es mi costumbre, leo con atención el artículo del blog y sus comentarios. No suelo intervenir más que cuando creo que falta algún matiz por expresar. En este caso, me asombra la intervención de M. Moreno, al que supongo señor por su soez manejo de la membradura masculina. Mire usted, caballero, tanto el post de Macaón, como el resto de las intervenciones han sido modélicas, ¿a qué viene su salida de tono? Aquí el único que apesta es usted, el único odio que se trasluce es el suyo y quédese usted con su picha,flácida o empalmada. Si lo que le molesta es que de la intervención del señor Salinas puede desprenderse una crítica a la actuación del gobierno, sepa usted que: la crítica es educada en extremo, no destila ningún sectarismo. Y, sepa usted, señor de los odios y las pichas, y esto lo digo yo, que el papel del gobierno en esta crisis deja mucho que desear, que desde las mascarillas a los falsos test hay toda una reguera de cosas mal hechas, no digo que intencionadamente. Y pregúntese usted, por qué España es el lugar del mundo donde el coronavirus ha producido más muertes por número de habitantes. No creo que sea casualidad, ni que el bichito nos tenga manía. Tal vez el modo de intentar combatir la epidemia tenga algo que ver. Deje usted de apoyar al gobierno y, sobre todo, sea más educado.

  8. Señor Macaón, este texto que acabo de revisar es de lo mejor que he leído entre las cosas que usted ha escrito. Y he leído aquí muchos artículos y muy buenos de usted. Me queda la interrogante de saber el motivo por el cual, cuando aquel galeno le comunicó el error médico del que fue víctima su pulmón, usted no dejó caer su puño, desde la posición de los nudillos, hasta la mejilla del doctor, de una manera eficaz, contundente, dura y significativa. Por otra parte, a Doña Perfecta, y en relación a su comentario en el anterior post, le diría que sólo había conocido una señora antes que utilizara de manera tan grosera y sucia el vocablo “cojones”. Y esa mujer era alguien a la que gustaba la utilización de uniformes militares en la intimidad. Exactamente uniformes de guadinha portugués. Y a usted, señor Tirado, me dirijo para aclararle que, de su siempre escasa inteligencia, espero que diera en acertar la ironía en mis comentarios del anterior post en referencia a su lamentablemente gris carrera profesional. Por lo demás, le felicito por los buenos amigos y amigas con los que cuenta usted, que muestran esa decidida disposición a defenderlo. Está usted en deuda conmigo una vez más: he traído a este adormecido blog el afán de la polémica.
    (PD: Espero señor Macaón que en ese brillante paréntesis en el que usted habla de “periodista de élite” se refiriera a mí, persona a la que considero de unas luces sólo comparables con las de Hercules Poirot).
    Saludos y buenas tardes. Van a ser las cinco de la tarde y tengo que prepararme un te.

  9. Cuando dan esas noticias se protegen. El sentado detrás de una mesa y a su lado, de pie, un joven con los brazos cruzados, mirándote con desconfianza. Me dí media vuelta y me largué sin más.Días después me llamaron, otro médico, que intento darme extrañas explicaciones: que si tenía restos de una tuberculoma o algo así. Cosa que comprobé eran mentiras. Lo último que quería era tener litigios médicos.

  10. Tendré mucho gusto en conestarle cuando termine la colada, Cebolla, que no hay servicio en esos tiempos de infecciones. Bona vesprada, como dice -extasiado durante cualquier conexión con Cataluña- el simpar Ferreras.

  11. Es usted una gran persona, Macaón. En serio lo digo.

  12. Quiero creer, doña Perfecta, que en su colada no habrá ningún uniforme de guardinha… Y no me explico cómo no aprendió usted del maestro Matías Prats -el del bigote, el abuelo- el extraordinario uso que realizaba del término “collones”. ¿Habrá uniformes militares en el ropero en Galapagar de los señores de Montero?.

  13. Fascinado con la imaginación desbordada de M.Moreno. Señor mío, ve usted gigantes donde solo hay molinos de viento

  14. ¡Qué acritud, Cebolla, qué avinagramiento! No se a qué viene eso, Vd.siempre ha sido un tertuliano respetuoso, amistoso, francamente llevadero.Y ahora se asusta por una palabra tan castiza y tan profundamente española. Yo saqué los cojones a relucir cuando leí, entre varios remilgos que no quiero ni puedo recordar, la palabra “nazi”. Esa palabra se ve que no le asusta a Vd., ni a sus amistades portuguesas, o de donde sean. Nazi puede uno decirlo cuando y como le salga del alma, pero cojones no.Hay que ver.

    No tengo ganas de volver a leerlo, pero sí estoy segura de que se quejaba Vd. de los muchos nazis que nos rodean… ¡Los cojones! No sabe cuánto me alegro de que no hayan vivido Vd., ni sus parientes y amigos, la siniestra participación de esa gente en nuestra historia reciente. ¿Será Vd. de los que llaman nazis a Aznar, a Rajoy, al mismo Abascal? Si no era una broma, ni una añagaza perpetrada junto a Tirado para darle a este triste, y gris, y no se qué más, blog de opinión, un poco de pimienta y sal, quiero decir, si eso lo dijo Vd. porque le salió del alma, pues que Dios le ampare. Esas opiniones son propias de gente miope, tullida y envenenada.

    Y en cuanto a sus piniones sobre Tirado, su lamentable carrera, etc., etc., tampoco creo que sean sinceras. Esto es como un minúsculo “Sálvame”, y en Salvame siempre hay truco. Los odios son falsos y los amores también. Pero, podría ser, si también esa opinión sobre nuestro anfitrión es sincera, le compadezco. Y ya sabe Vd. por qué, no tengo que recordarselo yo. Sencillamente, relea su curriculum y haga examen de conciencia.

    Sobre los uniformes militares nada añadiré, pero alguno daría su coleta por vestir muchos galones. Si de verdad viviéramos entre nazis no quedaba de ese mamarracho que Vd. y yo sabemos ni la sombra. Y ahí le tiene…

  15. De verdad, Cebolla, vuelva a ser el que era. Este “adormecido blog” (ahora si me he molestado en releer su calificación) brilla más con su concurso y todos estamos contentos de tenerle aquí. Tampoco es tan grave que no estemos a la altura de Vd., menos a la de Monsieur Poirot, pero lo pasamos bien con sus cosas. Nos dijeron que la vida eran dos días pero ahora resulta que son dos horas. Una y media metidos en casa y sin poder ir al bar. No sea sieso.

  16. Señora, como decía la señora Francis cuando intentaba regañar a alguien, y a quien imagino que, por lo que se desprende de su tradición cultural, usted debió escuchar mucho, Doña Perfecta. El otro día vi un reportaje sobre Benito Pérez Galdós en TV, en un programa de los sábados por la noche, Informe a la Semana, se debe llamar, en todo caso un espacio nuevo, sin tradición ninguna en las pantallas, y ese reportaje era colosal de texto, magnífico de locución, con unos personajes perfectamente elegidos para la entrevista, y unos escenarios sublimes. Y me dije: “Qué lástima de Tirado no sepa hacer estas cosas con el tiempo que lleva en la tele”. Igual puedo decirle sobe reportajes en torno a la Gran Vía, o alguno en el Café Gijón, que he visto por la tele. Casi a la misma hora de los sábados… Pero tengo que dejarla que voy a grabar un texto para una emisora de radio madrileña. Saludos y que tenga usted un buen día.

  17. Mi “tradición cultural” que es como Vd. llama a la edad que el destino me ha permitido alcanzar, tuvo de banda sonora, entre otras muchas cosas que están en la memoria de todos, a aquella mujer-cura con que el sistema se encargaba de quebrar la pata de las mujeres, caso de que tuvieran la osadía de sacarla del tiesto. Créalo Vd. o no, yo era muy pequeña, por lo que aquel soniquete no era para mi tan importante como los ríos de España, la tabla del 9 o los tebeos de Pumby.

    El Informa a la Semana sí me fascinó desde el principio, y aunque ya era un poquito más mayor, tampoco tenía edad para absorber y decodificar los sucesos del mundo y sus intrincadas claves. Sencillamente me seducía y convencía aquel “appeal” de periodismo sobrio e impecable, que no sacaba pecho, ni asustaba al personal, ni aliñaba asuntos de máxima gravedad con exceso de adjetivos, ni locuciones enfáticas, ni música de suspense. Era bueno de pelotas, siempre lo ha sido (ya vé que me voy rehabilitando).

    En uno de aquellos informes, habiendo ya pasado por la facultad y ejerciendo de periodista, escuché una voz y a través de ella, un texto. Creo que el tema era intrascendente, no de los que paran el reloj del mundo, pero precisamente por ello, ese texto giró y giró con poética sabiduría y poderoso ingenio, así que me detuve a mirar un nombre, el del autor de aquella perla televisada. Así supe quién era Juan Antonio Tirado, a quien seguramente sólo ayudó la casualidad, o un rarísimo momento de inspiración, porque a veces la flauta suena. Una pena que no haya sabido seguir por esa senda de la genialidad que Vd. también echa de menos. Como Vd. dice, bien cargado de razón: ¡Qué lástima de Tirado!.

  18. Don Cebolla, me pide mi comadre Perfecta que la eche una mano para contestarle a Vd. a propósito de ese otro tema quen nos ha venido ocupando, que le queda un poco grande. Yo le he dicho que incluso a mi me queda grande, de modo que me documentaré un tanto e intentaré decirle a Vd. (y seré yo, y no ella, que es buena mujer pero no alcanza a según qué cosas) por qué creo que no nos referimos a lo mismo cuando hablamos de nazis. Un saludo cariñoso, pese a todo.

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