Allegro molto

Está costando. Mucho. Hablar de “Iglesia en salida” se presenta como difícil e incluso incomprensible para muchos. Supone cambios, pero no queremos cambiar. Es renovación y transformación, pero se está tan cómodamente establecido en “las nadas”.

El Papa Francisco nos presenta “la salida” como una metáfora de la condición humana. La transformación misionera que nos pide es el cambio en la mirada, desde una eclesiología pastoral que se sustenta en el ser humano que solo se realiza cuando se abre a otros, cuando sale de sí mismo.

Es el éxodo continuo del hombre. Es el permanente encuentro con los otros y con el Otro. Es ponerse en movimiento. Es no sentir miedo. Es, simple y llanamente, atreverse a salir con todo el ser, con todo el corazón, con toda la pasión misionera.

Francisco, en la carta con motivo de la beatificación del cura Brochero, lo señaló bellamente:

“Era un hombre normal, frágil, como cualquiera de nosotros, pero conoció el amor de Jesús, se dejó trabajar el corazón por la misericordia de Dios. Supo salir de la cueva del «yo-me-mi-conmigo-para mí» del egoísmo mezquino que todos tenemos, venciéndose a sí mismo, superando con la ayuda de Dios esas fuerzas interiores de las que el demonio se vale para encadenarnos a la comodidad, a buscar pasarla bien en el momento, a sacarle el cuerpo al trabajo”.

Salir de la cueva del “Yo-me-mi-conmigo-para mí”… ¡qué difícil para todos! Ahora que nos hemos acostumbrado a la conjugación de todos los verbos en primera persona del singular. Diríamos algo más, ya solo conjugamos en primera persona del singular, solo nos preocupa lo tocante a nosotros, haciéndonos nuevamente un solo “ombligo del mundo”. Todo lo demás, da igual; todos los demás, no importan; todo lo demás, son indiferentes para nosotros.

Es un drama verdadero: la indiferencia parece ser la constante y lo habitual para todos nosotros, también en la Iglesia Católica. El entonces Cardenal Bergoglio lo apuntaba de manera clara en su mensaje de Cuaresma del año 2009:

“Con el acostumbramiento viene la indiferencia: no nos interesan sus vidas, sus historias, sus necesidades ni su futuro. Cuántas veces sus miradas reclamadoras nos hicieron bajar las nuestras para poder seguir de largo. Sin embargo es el paisaje que nos rodea y nosotros, queramos verlo o no, formamos parte de él”.

¿Os imagináis lo que nos puede ocurrir? Cuando vivimos encerrados, cuando vemos y vivimos en una una comunidad encerrada, se atrofia la mente, el cuerpo, llegando a la paranoia y al autismo.

Cuando estamos en salida, cuando ponemos todos nuestros esfuerzos realmente para favorecer el encuentro sin exclusión con los otros… vivimos una Iglesia Misionera, porque la pastoral misionera es la única que nos ayuda a superar el autismo y la paranoia de la cerrazón.

Es un pequeño cambio el que tenemos que hacer. Se trata de cambiar la conjugación de los verbos. ¿Qué os parece si comenzamos a conjugar la primera personal del plural? Nosotros, para nosotros, con nosotros… ¡cuánto lograríamos y podríamos aportar con este pequeño cambio!

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