Ética y política. Escrito por Macaón

Etica-y-politica“Estrépito de explosiones, de crujidos, de gemidos, de gritos, de címbalos entrechocados que amenazan romperse, deprisa, cada vez más deprisa…” (Th. Mann, “La montaña mágica”). La guerra, las guerras. ¿Qué nos empuja a ella? Algunos científicos, como el prestigioso y premiado biólogo evolucionista R. Dawkins, establece que todo ser vivo posee genes egoístas y genes empáticos. Son los genes egoístas, generadores de conflictos, los que consiguen que evolucione la especie, que la sociedad avance. Algo así creían los nazis. En una película sobre la guerra de Secesión, en mitad de una batalla, dos confederados se refugian en una trinchera atestada de cadáveres. ¿Para qué luchamos? exclama uno con amargura, estamos matando y muriendo para que salven sus cosechas los grandes propietarios. Yo lucho por el honor de mi tierra, dice el otro. Justicia y patria, o ética y política, todo muy diluido. Desde Vietnam hasta las guerras del Golfo, muchos soldados y civiles americanos se hacían parecidas preguntas: ¿qué hacemos aquí tan lejos de nuestras casas? Por la justicia humana y divina, por el orden mundial, por el orgullo de la patria. Respondían con ambigüedad los políticos. Casi nadie hablaba de los oscuros intereses por los que mataban y morían. En 1913, a meses del comienzo de la primera guerra mundial, el demócrata estadounidense Wilson se presenta a presidente con la promesa de no participar en la contienda europea. Ganó las elecciones. Poco después envió sus ejércitos a la guerra. Ética y política. El cielo se ha vuelto negro, el sol se ha apagado en el humo de los hornos crematorios. Pero estos crímenes sin precedentes en la historia del universo, fueron cometidos en nombre del bien, del progreso de la humanidad. En las banderolas nazis puede leerse “Gott mit uns” (Dios está con nosotros).  En política, todo impulso de masas, se nutre del nacionalismo, de la droga del odio, que hace que los seres humanos se enseñen los dientes a través de un parapeto. Maquiavelo no tenía ninguna duda de que era posible llegar al bien a través del mal. Incluso para Montaigne el bien público requiere que se traicione y se mienta, y considera que la política debía dejarse en manos de los ciudadanos más vigorosos, que sacrifiquen el honor y la conciencia por la salvación de sus ideales. En estas fechas nuestro país se encuentra en variadas elecciones, especie de “guerras”. Se respira corrupción, cohecho, compra de voluntades, chaqueteo. Se recurre a un populismo castizo, un populismo de bragas transparentes y transpirables, populismo arcaico con olores a boñiga. El sociólogo Max Weber apunta que el político en vez de ocuparse de la bondad de sus actos se ocupa sobre todo de la bondad de las consecuencias de sus actos. Su oficio consiste en usar medios perversos para conseguir fines beneficiosos. Los partidos buscan perpetuarse, que es una especie de dictadura, la suya claro. Se cuestiona la democracia. Algo que discurre entre la metafísica y la conjetura. Claro que no existe la democracia perfecta, porque lo que define a una democracia de verdad es su carácter flexible, abierto, maleable, es decir, permanentemente mejorable.  

 

QUEREMOS SALIR DE NOCHE. Escrito por Pilar Pineda

toque de quedaEl sábado último, 13 creo que era, vinieron a atragantarse dos amigos a los que hacía tiempo no veía. Había mucho que charlar, y también mucho que comer y beber, entre lo que puso la anfitriona, servidora, y lo que trajo la pareja. No era cosa de empezar a cenar de día, así que llegaron poco después de las ocho y, entre los saludos, el charloteo y los entremeses, todo ello a la vez y a gran velocidad, nos dieron las diez y media. Y antes siquiera de poder probar al plato principal, hubieron de salir corriendo mis amigos para no vulnerar el toque de queda decretado durante la pandemia. Yo me tuve que comer, en tres etapas, el plato principal, rape con almejas, parte de los entremeses y el postre helado que tampoco probaron.
A mí me parece que el toque de queda tiene mucho de romántico, a pesar de su dramático paso por la historia. Hasta esta insólita situación que nos ha tocado vivir, los toques de queda eran consustanciales a la guerra, a las muchas guerras que han padecido otros, afortunadamente para quienes sólo hemos visto la guerra en las películas. La Francia ocupada, el Londres arrasado por las bombas, ese Berlín o esa Viena, trufados de espías… También conocieron los toques de queda, con su generosa ración de alarmas antiaéreas, quienes vivieron la guerra civil española, algunos todavía vivos. Franja horaria de paseíllos, de temblor de cunetas, de policía política hurgando en los escondites clandestinos…
Con todo, la franja horaria prohibida ahora ha llegado a ser mucho peor, de nueve de la noche a seis de la mañana. Anhelo severo de los afters, donde te podías acurrucar a dormir precisamente a partir de las seis. Nostalgia de los botellones, tan ajenos a cualquier clase de ley. Te daban las nueve de la noche en la caja del Mercadona, en los interminables pasillos de los chinos, hay que ver cómo se han vuelto de obedientes; en la consulta del dentista, la ducha del gimnasio, la cola de los pésames en el funeral (me pasó), graduándote los cristales nuevos de las gafas… Daba igual. A las nueve se acababa el baile; el autobús era una calabaza y los trajes de príncipes o princesas, un horroroso mono rojo-naranja como esos que llevan en Guántanamo. Todos a la cárcel, digo, a la casa. Todos culpables de zascandilear demasiado por la calle, que los españoles nos hemos pasado siempre tres pueblos con eso desde tiempo inmemorial.
Esto me trae a la memoria cómo son las tarde-noches belgas, luxemburguesas, suizas… Estéril cualquier toque de queda en esa Europa color ceniza que tanto envidia nuestro cielo. Ni una severa ley contraria, es decir, salgan ustedes de 9 a 6 por pelotas, tendría el más mínimo éxito.
Mi país es de mucho tocarse pero de poco quedarse. Hubo un tiempo, lejano e inolvidable, en el que podías comerte un cocido en Madrid, en Málaga o en Barcelona a la hora que te diera la gana. Que podías dormir sobre una toalla en el Postiguet. Y ahora un bañito, y ahora a dormir, y luego otro bañito, y así non stop. En las gasolineras de pro, es decir, las cercanas a los suburbios de peor pelaje, había su correspondiente fritura-tablao, un rebujo de cante, baile, vino y boquerones que no terminaba ni con la salida del sol. Detrás de la Plaza del  Callao, no lo olvidaré jamás, había un tugurio llamado El Salero, donde los mendigos, los delincuentes, las putas, los señoritos y las damas de alta cuna compartían sopas de ajos, alcohol, y un polvito blanco que se puso rápidamente de moda.
Toque de queda, dicen. Tóquenme ustedes los cojones. O sigan, al menos, el ejemplo de la bella ciudad de Los Angeles, donde hay numerosas librerías abiertas de madrugada. O al menos las había, cuando nadie sospechaba que viviríamos este permanente y soporífero black-out. Queremos salir. Con mascarillas, con distancia, con ungüentos, como sea, pero ¡por Dios, queremos salir de noche!

Tragedia, impostura y muerte del hijo del chófer de Pla

Alfons Quintà en su época de "El País"

Alfons Quintà en su época de “El País”

“El hijo del chófer”, de Jordi Amat, es un ensayo audaz, una biografía rigurosa construida con técnicas novelescas a partir de un personaje trágico: Alfons Quintà, uno de los periodistas por antonomasia de la Transición en Cataluña: genial botarate, rebosante de información, con una adolescencia golfa y una vida errática, con un suicidio ruidoso, precedido del asesinato de su mujer. Quintà puso contra las cuerdas a la recién restaurada Generalitat, a través de la denuncia persistente y sólida del llamado caso Banca Catalana en el diario El País. Pujol reaccionó envolviéndose en la bandera de la nación y amenazando con volar si era preciso el entramado de la novísima democracia española. González, y el fiscal general del Estado, e incluso el rey, se tomaron en serio el desafío pujolista. El País, que entonces era una máquina de contrapoder poderosísima, detuvo el fragor de las rotativas, a Alfons Quintá se le retiró de la primera línea informativa y este, en un salto inverosímil, propiciado por el cinismo de Jordi Pujol, fue el encargado de crear TV3 y su primer y muy exitoso director. Ahí, cual emperador del Paralelo, vivió de dos años de éxitos y arbitrariedades, a la

portada_el-hijo-del-chofer_jordi-amat_202009031817altura enloquecida del formidable profesional del periodismo con acceso a fuentes informativas a las que no llegaba nadie que era. Una vez convenientemente amortizado, Quintà recibió la correspondiente patada en el trasero. Quedó a la intemperie, pero aún le quedaban treinta años de vida y trabajos, y los tuvo desde pintorescos a relevantes periodísticamente, aunque no volvió a alcanzar su estatus de periodista catalán más influyente de la Transición.

 

Alfons Quintà es el hijo del chófer de Josep Pla, un personaje, este conductor, que aprovechó su cercanía con el poder catalán de los últimos años del franquismo para fraguar una red de contactos, que después aprovecharía su hijo. La relación entre ambos fue traumática. Alfons odió al padre de manera sostenida a través de los años e hizo de la venganza contra el mundo su razón de ser. El libro, con ser la historia de un personaje lleno de matices es también, y sobre todo, un retrato sin complacencias del populismo/pujolismo, un régimen que parte del pecado original del saqueo de fondos (Banca Catalana) y se consolida como una maquinaria formidable de poder, en la que cabe todo para sostener el edificio de la corrupción nacionalista. De aquellos polvos, estos lodos. Jordi Amat ha escrito un libro imprescindible, si tal cosa existiera, tan vibrante como sugestivo. Se lee con la fruición de una novela, la novela de la creación de una nación. Ah, y al fondo del cuadro ese extraordinario tipo que fue el escritor Josep Pla. Pasen y lean el sugestivo y apasionante tablao de la farsa nacionalista.

Jordi Amat, autor de " El hijo del chófer"

Jordi Amat, autor de ” El hijo del chófer”

PARTIDA. Un post de Macaón

Henry Wallis's Chatterton-1“… En estas calles que hondan el poniente, una habrá, no sé cuál, que he recorrido ya por última vez, indiferente y sin adivinarlo. Si para todo hay término y hay tasa y última vez. ¿Quién nos dirá de quien en esta casa sin saberlo nos hemos despedido? Creo en el alba oír atareado rumor de multitudes que se alejan, son los que me han querido y olvidado, espacio, tiempo, ya me dejan…”. Nostalgia, melancolía, dolor de Borges delante de la muerte. Recuerdo un pasaje de una novela histórica donde un rico romano, ya mayor, agonizaba. Fue a visitarlo un amigo que ante las quejas del enfermo le dijo: “Has bebido, comido y gozado como un romano, hora es ya de que te vayas”. Le arrancó una leve sonrisa al moribundo. La muerte es un asunto enojoso, pero hay que conformarse, parece decirle el amigo. Es otra interpretación. Hay mucha verdad en pensar que se olvida con mayor rapidez la muerte de un padre que la pérdida de los ahorros. Hace pocos días murió un íntimo y querido amigo. Le pilló la enfermedad de la China. Inexpresable su pasión. De él sólo me ha quedado las lágrimas de su mujer. ¿La meditación de la muerte nos enseña a morir y facilita la partida? Creo que no, creo que uno pertenece a su muerte como a su infancia. “Yo veré la muerte con la misma cara que oigo hablar de ella”, dijo

Jorge Luis Borges

Jorge Luis Borges

alguien. La ventaja de interesarse por la vida y la muerte es que se puede decir de ellas cualquier cosa. Los antiguos griegos abordaban la cuestión con frecuencia. Un principio estoico dice: No al éxito, no al fracaso, no a los dioses, no a la muerte. Sócrates iba a lo suyo: “No es evitar a la muerte lo que es difícil. Lo es mucho más evitar el mal, pues corre mucho más deprisa que la muerte”. Anaxímenes decía con bastante razón: “¿Qué provecho puedo yo sacar del conocimiento del secreto de las estrellas cuando tengo siempre ante mis ojos la muerte y la servidumbre?”. Montaigne, con su natural escepticismo confiesa que no le aterra tanto morir como entrar en confidencia con la muerte. “Yo me conformo, nos dice, con una muerte recogida en sí misma, sosegada y solitaria, cabalmente mía, que concuerda con mi vida retirada”. Todas las muertes son un escándalo, pero nadie resuelve el gran enigma de la vida y la muerte. Habría que aprender a convivir con los contratiempos que nos manda el destino y aligerar el alma para poder flotar sobre la vida sin que la adversidad o la fortuna, ni el tedioso discurrir de la vida, ni sobre todo el terror a la muerte, puedan hundirnos en el fango de la frustración. Yo no sé cómo se hace. 

GABRIEL CAMPO

Gabi con Alicia

Gabi con Alicia

A Gabriel Campo le fascinaban la muerte y los muertos. Cuando llegaba a una ciudad desconocida, lo primero que hacía era visitar su cementerio. Conozco a algunos tipos abducidos por la muerte, gente lánguida y de espíritu caedizo, que viven a medio gas. No era el caso: nuestro hombre de la Mancha (Alcázar de San Juan, 1943) era un vitalista torrencial. No fue tímido ni timorato; ni discreto ni cauto. Excesivo en todo, con un motor potente y ruidoso, un todoterreno en el cuerpo de un utilitario. Ha sido mi amigo, amigo de los de verdad, y escribir eso es una cosa perfectamente seria. Gabi vivió frecuentemente en el malentendido. No era fácil de comprender alguien como él, que  a menudo aparentaba justo lo que no era. En pocas ocasiones he visto encarnarse en alguien de una manera más clara eso de que las apariencias engañan. Así como hay muchos que tienen trazas de generosos y no mueven un dedo por nadie, otros, como él, hacían favores sin darse casi ni cuenta, con perfecta naturalidad. También hay gente que nace para mandar y otros que nacemos para despistar a los que mandan. Gabriel fue de los primeros, desde muy joven. Primero en la empresa Erickson y después en el periodismo. En Radio Nacional, en Onda Madrid, en TVE y Antena 3 ocupó puestos muy relevantes. Ha tenido mando en muchas plazas, y unas veces lo ha hecho con más acierto y otras con menos, pero siempre con entusiasmo. Tenía muy buen ojo para descubrir a quienes creía que tenían talento y a esos les facilitaba todas las pistas de lanzamiento, cosa inusual en esta profesión.

Gabi fumando en la primera tertulia del Podólogo 2005

Gabi fumando en la primera tertulia del Podólogo 2005

Donde más brillaba y se divertía era en las tertulias de amigos. Las anécdotas, a cual mejor, le salían a puñados, como quien se abanica con la memoria. Lo que decía era sustancioso, pero lo verdaderamente inolvidable era cómo lo contaba. Mi preferida es la del día en que el toro mató a Manolete. Año 1947. Gabi tenía cuatro años. Vivía en Alcázar de San Juan. Cuando su padre regresó a mediodía a casa dijo: “¿Cómo es que no tenéis puesta la radio? Un toro ha matado a Manolete”. Gabi, a quien unos días antes habían regalado una muleta de cartón y un estoque, porque decía que quería ser torero, quedó espantado. Así, cuando sus padres se fueron a dormir la siesta, él decidió que ya no quería ser torero y, asustado, le prendió fuego a la muleta, la echó al cesto de la ropa y estuvo a punto de provocar un incendio. Uno de sus mejores registros era el musical. Se sabía infinidad de canciones, desde tangos de Gardel a la Marsellesa, el Eusko Gudariak o La estaca, de Lluis Llach, y cuando venía a cuento, o a veces sin venir, las entonaba con gracia y formidable aparato vocal. Llevaba la fiesta en su corazón de hombre grande, ese cacharro imprevisible que se le ha venido a parar en un viernes raro de febrero, en que la muerte le había citado temprano.

Su última peripecia profesional la vivió en el Buenos Aires de “el corralito”, y de ahí guardaba alguno de sus mejores recuerdos. Amaba la Argentina, porque esa patria lejana rimaba con sus afanes de hombre rico en melancolías, próspero en ilusiones y en tristezas sin fondo. Recuerdo que me ha hablado con entusiasmo de la novela “El olvido que seremos” del argentino Héctor Abad Faciolince. Somos muchos los que le recordaremos a él hasta el momento exacto en que nosotros mismos crucemos la raya en el agua de Caronte. Gabi fue asiduo de este blog desde el día de su aparición, fue un visitante muchas veces incómodo, porque no era un tipo fácil. En octubre de 2012 murió Beatriz, una querida amiga de estas páginas. Yo la despedí con una inspiración que ahora me falta, y Gabriel (con su seudónimo Seitaridis) dejó ese día este comentario.

“No soy un gran aficionado a los blogs. Me aficiono más a los amigos. Por eso estoy aquí, ahora. Por Tirado. Y por Beatriz. A media tarde del domingo me ha llamado Juan Antonio. Sollozaba y no le entendía. Tardé más de un minuto en enterarme que se había muerto Beatriz. Le dije “luego te llamo”. Y colgué.  Un cuarto de hora más tarde, calmado, me lo explicó. El blog, este blog, te invita a entrar y, en ocasiones, a irte. Yo me considero el primero en producir deserciones. Pero también se suscitan afinidades. Incomprensibles y fuertes, habida cuenta de que no conoces a la persona. Yo no conocí a Beatriz pero me interesó, la admiré y la envidié. Y la quise. Por eso le pregunté a Juan Antonio por ella. Y estuve al tanto de su travesía. Lo menos que se merecía es este artículo tuyo. Sentido y literario a la vez. Adiós Beatriz”.

Me gustaría haberte dedicado a ti, Gabriel, una hermosa página, con metáforas seductoras y adjetivos felices, pero las musas van y vienen a su antojo, sin que uno pueda hacer mucho por sacarlas a bailar a capricho. La próxima vez que te mueras, querido amigo, prometo que te voy a escribir un artículo preciosista, de esos que tú tanto me criticabas, porque decías que eran pintureros y que lo que tenía que hacer era arrimarme a la prosa, como los toreros valientes. Como te has arrimado tú, hasta que la otra mañana te ha corneado mortalmente el toro invisible que hace tiempo te acechaba.

 

CRUELDAD ANIMAL. Un artículo de Macaón

matadero-k5vF--1248x698@abc“Los animales no sudan ni se lamentan acerca de su estado. Ellos no se quedan despiertos en la sombra a llorar sus pecados” (W. Whitman). Una noticia, sin grandes titulares, podía leerse esta semana en la prensa: “Agentes del Seprona  han desmantelado en Parla (Madrid) una perrera clandestina con 100 animales en estado de abandono. Los primeros informes veterinarios denunciaban que la mayoría de los perros allí alojados padecían enfermedades tales como dermatitis húmeda, enfermedades periodontales graves, otitis y presencia de parásitos internos y externos, ocasionando a los animales un dolor, sufrimiento y estrés graves e inútiles. Varios habían muertos”. Pero no es una noticia insólita. No hay que hurgar demasiado para encontrar muchas otras semejantes: “Solo 3.000 pollitos de una partida de 26.000 han sobrevivido abandonados, como carga, en la terminal del aeropuerto de Barajas. De ellos, 6.000 ejemplares murieron víctimas del canibalismo”. “Dos detenidos por torturar a un gato hasta la muerte en Manacor. Los arrestados ataron al animal con una cuerda y lo maltrataron hasta terminar con su vida en plena calle”. “Un hombre lanza a su perro por el balcón y lo remata en la calle tras ser denunciado por romper el confinamiento”. “Seis meses de prisión para un vecino de Chantada (Lugo) que dejó morir 39 vacas por privación de alimentos. 24 reses que sobrevivieron tuvieron que ser sacrificadas”. “Un ritual de santería fue interrumpido por la guardia urbana de Barcelona rescatando 13 animales. Los agentes salvaron de ser decapitados a un gallo, nueve gallinas y tres codornices” … En ningún ambiente escuché comentarios sobre estos sucesos. Sin embargo, no hay rincón en la Tierra en el que cada día y cada hora, no se golpee a los animales, se les mate a trabajar o por capricho o se les cace por entretenimiento. Es como si el hombre estuviera poseído por el deseo de eliminar los vestigios que quedan de un paraíso perdido. “¿Qué crimen había cometido la hermosa novilla que degolló Ulises con el fin de hacer de su sangre un señuelo para los sedientos espíritus de los muertos?” (G. Steiner). Pgalgoeleas de gallos o perros, mutilaciones diversas por pura estética, explotación intensiva en la industria alimenticia donde los animales padecen hasta la extenuación antes de ser convertidos en productos de consumo, trabajo en circos, galgos ahorcados (más de 20.000 en España) cuando ya no son útiles para la caza o porque se terminó la temporada. Amén de actos de barbarie, como el triturado de pollitos machos vivos, incluso en granjas artesanales. Aún queda el llamado “horror discretogallinas del matadero”. Apenas se distinguen señales de culpabilidad. La prioridad de la superioridad y el bienestar humano es utilizada por muchos para justificar la vivisección. Se ha dejado morir de hambre o de sed a la mula después de una vida entera de servidumbre, se ha abandonado al perro, atado, a un terror enloquecedor y al hambre cuando sus dueños se cambian de casa. “Nunca se dice de los animales que son mortales, qué fatuidad del hombre” (E. Cioran). No somos conscientes que cuando matamos o maltratamos a un animal estamos cometiendo una especie de parricidio genético. Cuando miramos a los ojos tristes de un chimpancé enjaulado, estamos mirando un espejo acusador. Buena parte de la Tierra ha sido ya despojada de su fauna natural. Según un informe del Foro Económico Mundial, 1.500 millones de cerdos son sacrificados anualmente. Con los pollos la cifra asciende a 50.000 millones. Mientras que en los últimos 50 años el número de personas en el planeta se ha duplicado, la cantidad de carne consumida se ha multiplicado por tres. No vamos por buen camino. Querer a los animales más que a las personas puede ser testimonio de un no declarado desprecio por la inhumanidad del hombre, por su “bestialidad”. Estoy convencido de que la crueldad, la codicia, la rapacidad territorial y la arrogancia humana exceden a las del reino animal. El maltrato que infligimos a los animales son síntomas de una ceguera o de una indiferencia colosal. El filósofo y escritor inglés Jeremy Bentham, hace 200 años, se preguntaba respecto a los animales: “La cuestión no es ¿pueden razonar?, ni ¿pueden hablar? sino ¿pueden sufrir?”.  

LA MUJER Y EL AJEDREZ. Un post de Macaón

Protagonista de la serie "Gambito de dama"

Protagonista de la serie “Gambito de dama”

Por estas fechas parece estar de moda una serie televisiva, “Gambito de dama”, protagonizada por una atractiva muchacha que lleva desde los 8 años jugando al ajedrez y ganándolo todo. Dicen que un niño/a prodigio es el que destaca antes de los 10 años en algún dominio o especialidad, a un nivel superior al de un experto ejecutante adulto. ​No obstante, la prodigiosidad en la niñez no siempre predice o anticipa la eminencia adulta. Dicen que son tres las especialidades donde un infante precoz puede distinguirse: música, matemáticas y ajedrez (yo incluiría algunas artes visuales). La diferencia por sexo no se contempla, pero en el territorio del ajedrez es notorio. Nadie sabe explicar con suficiente lógica el porqué de la escasez de presencia femenina en este bello y enigmático arte. Es innegable que el buen cálculo, la capacidad intelectual y memorística, la concentración, el estudio teórico, el talento natural y otras cualidades son claves para ganar las partidas, pero ¿acaso todos estos factores están más desarrollados en los hombres que en las mujeres? En absoluto. Es de antiguo la presencia de cierto machismo en los círculos profesionales y amateurs del mundo del ajedrez, cierto desprecio a la capacidad de la mujer para este juego. El excampeón mundial soviético Gary Kasparov (1985-1993) alardeaba de que podía vencer a cualquier mujer con un caballo de menos, claro que en toda la historia de esta juego los únicos 20 campeones mundiales absolutos que han existido han sido hombres. Hay que decir que una mujer, la húngara Judith Polgár, allá por los años 80 del pasado siglo, llegó a estar un tiempo en el selecto listado de los 10 mejores del mundo.

ajedrezGYo amo el ajedrez, me obnubila, ciega y confunde desde que muy de joven me lo enseñó mi hermano mayor, un gran jugador ya fallecido. Nunca llegué a ganarle. Me considero un jugador medio-bajo. Tengo la convicción de que el ajedrez, ese “deporte-ciencia”, es un “cabrón”. Bajo la apacible máscara de la imperturbabilidad el jugador de ajedrez, el ajedrez en sí mismo, destila casi todos los vicios capitales: soberbia, avaricia, ira, envidia… He jugado de joven todos los días a todas horas, incluso durante un año fui socio de un club (no había presencia femenina), acabé saliendo del club por asco, deprimido. Puedo contar desagradables anécdotas que aburrirían. Del ajedrez solo he sacado culpas sin arrepentimientos, más enemistades que lo contrario, pero sigo amándolo. Hace tiempo que dejé de jugar, a excepción de alguna que otra partida en solitario contra la máquina del ordenador. Pienso que los motivos, el desapego de la mujer (cada vez es menor) hacia este interesante, atractivo y milenario deporte es debido a factores circunstanciales, son exógenos. Esta agresividad (masculina) que subyace en este mundillo creo que no va con ellas. Jugadores, aficionados, organizadores, seguidores, periodistas del género, críticos, historiadores, espectadores, todos son hombres que suelen mirar con desconfianza (¿miedo?) la presencia de la mujer, circunstancias que en absoluto favorecen su participación, solo un natural y lógico rechazo. Estoy casi seguro de que el argumento de la entretenida serie televisiva, las andanzas de la protagonista, están calcadas de la historia, la vida y trayectoria de Bobby Fischer, para mí el más grande ajedrecista de todos los tiempos. Son muchas las coincidencias. Ambos fueron hijos adoptados, ambos niños prodigios que obtuvieron el grado de grandes maestros casi en la adolescencia, los dos eran rebeldes, transgresores, extravagantes, paranoicos (en el caso de ella también alcohólica y drogadicta). Ambos aprendieron ruso para poder estudiar mejor los libros y tácticas de los rusos, y con unos veinte años llegaron a lo más alto del escalafón con opciones de competir por el campeonato del mundo, pero ambos fracasaron sufriendo grave crisis psicológica. Ambos la superaron llegando a competir por, lo que la crítica y prensa de todo el mundo llamaron, “la partida del siglo”. Todo sucedía en los años 60, en plena “guerra fría”. Fischer, tras duro, largo y controvertido enfrentamiento ganó al que era número uno y campeón Boris Spasski, convirtiéndose en el primer estadounidense, en el primer no ruso, en ser campeón mundial absoluto. Lo que en la ficción le ocurrió a la mujer tendrán que verlo en televisión.  

 

 

 

El silencio que suena

escritor-15Lo difícil es encontrar el tono, no dejarse engañar por el sonido de las palabras, las putas palabras, que como pedradas traicioneras descalabran al escritor; al autor prolijo en talentos le merman no poca de su fortuna y al menesteroso lo dejan en harapos. Las palabras son las sirenas de la literatura. Pero, ¿cómo desprenderse de los vocablos si de ellos está hecha la invención? Ahí radica el quid y por lo mismo la gloria cabe a tan pocos. ¿Qué mérito tendría escribir una gran obra, si esta se hiciera por acumulación de palabras? ¿En qué se distinguirían entonces las lecciones de un jurisconsulto de la magia de Flaubert? Sugiero una literatura sin palabras, de espacios en blanco; tal vez sea éste el sueño de cualquier creador. Frente al boato verbal el silencio, un silencio que suene como un puñetazo. Que en el texto la mierda huela, que el miedo haga al lector tentarse la ropa, que sólo quepa una palabra para cada cosa y que los sinónimos perezcan de muerte natural. Lo que debió sentir Santa Teresa cuando escribió, y si es dulce el amor, no lo es la esperanza larga. El gozo que cupo a  San Juan cuando dijo en verso, entréme donde no supe, y quedéme no sabiendo. Y ayer, no más, lo que pasaría por el corazón del poeta al concluir, mi madre me miraba, muy fija, desde el barco, en el viaje aquel de todos a la niebla. Y el es, el fue y el será cansado, y el ser o no ser, ésa es la cuestión, y el endecasílabo que rescató en Ginebra un ciego que se parecía a Borges, y la espuerta de cal ya prevenida, y el humilde sueño de un bendito. Y la intelijencia, que me da el nombre exacto de las cosas.

Respecto a si es mejor escritor el millonario en vocablos que el pedigüeño que acude a los diccionarios para aumentar su menguada cuenta verbal, no estoy seguro. Y calculo que no es extraño que ocurra que el autor que llevado de su facilidad siembra términos sin empacho arruine el texto antes que quien administra su poquedad. Véase la fábula de la liebre y la tortuga. Por ejemplo, Jesús Cerezo. No atesoraba más allá de un puñado de palabras, no obstante, rezumaba infinitas amarguras, dolores como navajas en reyerta, muertes súbitas al amanecer, la gangrena de un escupitajo repetido, la furia del odio vuelto contra sí mismo, la indelicada madeja de sus pesadillas, un puñetazo opaco, el desvanecimiento de un reloj. Cerezo no sabía escribir, ignoraba los sinónimos, desconocía el baile de salón de la sintaxis, despreciaba las comas, huía de los acentos, sin embargo el arma infernal de sus adentros, la fuerza incontinente de su alma, le hacían inventar idiomas, registros, silencios y párrafos. En las convulsas aflicciones de su mañana sin retorno nació Arroyo Lobo, novelisco o nobelisco, torrente de amores muertos, de soles sin carisma, de margaritas deshojadas, de viudas amanecidas, de muerte y sangre de morcilla rota. Cerezo era hijo de una condesa, a la que solo le quedaba el título, y de un terrateniente sin tierras. Jesús no dudaba un segundo de su estatura narrativa, una reputación que sólo existía en su desquiciada imaginación de hombre inteligente que gusta de no aparentarlo. Se quería escritor sin obra, genio sin mácula. Su único libro, Arroyo Lobo, lo dio por escrito en su imaginación caliente y torturada. ¿Gloria? La que le deben.

 

 

LEER, ESCRIBIR, HABLAR. Colaboración especial de Macaón

     epistolas librescas verano  Aburrido de lecturas y con traumático insomnio (la vida es un gran insomnio) me dedico a buscar el sueño, o a malgastarlo, elucubrando. Me pregunto: ¿a qué instante, a qué momento, de mi ya larga existencia desearía regresar, revivir? Respondo: a un paseo cogido de la mano de una amada muchacha. No sé explicar aquellos sentimientos. Ni ganas de intentarlo. Los estremecimientos que nos conmueven son incomunicables, suceden en un ámbito donde no llegan las palabras. La naturaleza última de las cosas trasciende a las posibilidades del lenguaje. El habla no puede  transmitir la prueba sensorial de la flor, la forma del rayo de luz o la llama y su divino ardor.  Hay quienes piensan que todos los conocimientos se encuentran en los libros, y leen y leen y escriben y escriben y hablan y hablan. Las lecturas enriquecen, dicen, pero también, en muchos modos, engatusan y hacen que te olvides de ti mismo. Ilustran vidas e historias ajenas mientras ignoras la propia. Desear saber mucho no instruye la mente. A través de las palabras sólo aprendemos palabras. “¿Es el pergamino una fuente sagrada de la que un sorbo saciará nuestra sed para la eternidad? No, no repararás tu sed si la bebida no brota de ti mismo” nos dice Goethe. La verdad se vive, está en ti, no en conceptos ni en libros. Si lo real no se sostiene ¿por qué tomarnos en serio las teorías? Sólo en el interior del hombre habita la verdad. La lectura, la escritura, la palabra, acaban cuando empieza la vida. Hay que apreciar el pensamiento indefinido que no llega a la palabra. Sólo la música se abre camino por entre el alambre de púas del lenguaje. El acto creativo, el auténtico, nos habla en el momento en que las palabras fracasan. Por muy exactas y honradas en su propósito o sugerentes que sean en su energía metafórica, las palabras son de manera ridícula, desesperada, insuficientes para alcanzar la sustancia resistente, la manera existencial del mundo y nuestras vidas interiores. Qué falso puede ser el más profundo de todos los libros cuando se pretende aplicarlo a la vida. Al oír palabras, el hombre cree que estas ofrecen materia para pensar. Vivimos una época en la que, sobre el mandato de la libertad de expresión, todos se sienten autorizados a sostener en voz alta las propias opiniones, inmaduras o insulsas, en su mayoría, palabras contaminadas por el uso de la tribu, dejando de lado toda reserva. Lo que se toma por inteligencia suele ser vanidad y tontería. El hombre vano debiera saber que la elevada opinión de los demás, objeto de sus esfuerzos, se obtiene mucho más fácilmente con un silencio continuo que con la palabra, aun cuando se tuvieran las más bellas cosas que decir. “Y di mi corazón por conocer la sabiduría y por entender la insensatez y la locura, y percibí que esto es vanidad. Nada hay de nuevo en este mundo ni puede nadie decir: he aquí una cosa nueva, porque ya existió en los siglos anteriores a nosotros” (Eclesiastés). Aquél cuyo motivo primario es el deseo de aplauso carece de una fuerza interior que le impulse a un modo particular de expresión. “Solamente el hombre en la plenitud de su soledad, perdido en el mundo y tembloroso, acosado por la presencia enemiga de las cosas enemigas y adoradas, rechazadas y amadas, sólo así puede nacer la necesidad de apresar las sombras” (M. Zambrano). Deberíamos hartarnos de oírnos, deberíamos hablar cada vez menos. Abreviar. Saber dialogar con el silencio, ese silencio vivo, sonido dulce y armonioso. La mejor parte de humanidad dentro de nosotros guarda silencio. Lo interminable de la palabra frente a la santa ocurrencia del silencio. Cuesta trabajo, pero hay que aprender a renunciar, a asquearte de tener o no tener razón, saber que el lenguaje es oscuro y la sabiduría inculta. 

MARILYN Y LA SOPA FRÍA

marylin-monroeUna exposición fotográfica ha recreado en París las últimas semanas de Marilyn Monroe, la rubia de celuloide que se muere cada agosto, y que cada día está más hermosa, a la manera en que Gardel canta mejor según pasa los años. Marilyn es una diosa rubia y delicada de estos tiempos en que los grandes almacenes son el equivalente de las catedrales góticas. Fetiche oxigenado y feliz del capitalismo, la carnalidad arrolladora de la muñeca rubia de Hollywood llena los bolsillos de todo tipo de mercaderes, que encontraron en ella un filón inagotable. Hay quien tiene siete vidas, pero la Monroe, como casi todos los elegidos por los dioses, tuvo una vida breve, y a partir de ahí cayó en una muerte de sesión continua de la que no la dejan escapar. Su mito crece a medida que los almanaques pierden hojas y los siglos cambian de dígito.

Ahora que las modelos nos enseñan ufanas sus huesos, en días de anorexia y tallas pequeñas, pudiera pensarse que ha caducado el prototipo con curvas de Marilyn, pero nada más falso, porque el erotismo masculino brota antes en cualquier descampado que en las pasarelas donde la moda se homenajea a sí misma. La libido del hombre de hoy, también del intelectual, no hace ascos a los pósteres que ilustran las cabinas de los camioneros, esos lugares en los que difícilmente encontraríamos un libro de Arthur Miller, pero en los que Marilyn, su mujer, tuvo siempre barra libre. La rotundidad de Norma Jean no necesita pasar la prueba de la masa corporal, esa pintoresca regla de tres de la nueva feminidad. Volvió a París, sí, siempre regresa, Marilyn, reina lasciva de la comedia, ángel animadamente humano, muñeca sobada por presidentes, escritores y magnates, niña infeliz de los orfanatos, adolescente regordeta y ambiciosa, joven tonta y caprichosa de los

Con Arthur Miller, su tercer marido

Con Arthur Miller, su tercer marido

salones, actriz incomprendida por críticos y metodistas del séptimo arte. Su sola presencia era una factoría que hacía rugir de gozo a las máquinas de fabricar dólares; su ausencia se ha tornado mil veces más rentable. Los sumos sacerdotes del capitalismo expoliador se hacen cada día más ricos a costa de la mujercita incomprendida y lúbrica. Ni muerta la dejan descansar. Más allá del feroz capitalismo, lobo que come hombre, Marilyn Monroe es un ángel de museo, lleno de gracia y mar de celuloide.

La sombra inmortal de Norma Jean es una de las creaciones exclusivas de la cultura pop, la mayor expendedora de mitos de la segunda mitad del siglo XX. La década de los sesenta, la de la llegada del hombre a la luna y la guerra de Vietnam, la del mayo francés y las baladas de los Beatles es una apoteosis de gestos informales y rebeldías juveniles que inventan su causa a la par que se ganan el derecho al cuarto de hora de gloria. La edad de oro del pop congeló la instantánea del Ché en Bolivia y la de Kennedy tiroteado en Dallas. Allí baila Juan XXIII con Martin Luther King, mientras Truman Capote se mira en el espejo de su solipsismo. En ese salón de la frivolidad con denominación de origen pocas marcas pueden competir con la de Marilyn, salvo quizá la sopa Campbell, pero comparada con la temperatura de Norma la sopa se quedaría inevitablemente fría.