SÁBADOS LITERARIOS. En el mundo inverosímil de Jardiel Poncela

 

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(A Carmen Bayón, felizmente jardielesca o jardeliana) 

Decía Jardiel Poncela que hay dos maneras de ser feliz: la primera, hacerse el tonto, la segunda, serlo. Nada garantiza tanto un cierto grado de felicidad como poseer un nivel estimable de tontería. Jardiel no fue feliz: le faltaban condiciones naturales para ello. El escritor fue un convaleciente perpetuo de su ingenio, de su espontáneo modo de ver el lado inverosímil de las cosas, con una inteligencia aguda que no estaba hecha para penetrar en el costado analítico de la realidad sino para la invención de una realidad distinta. El humor de Jardiel nace de una vocación terrorista que se disuelve en golpes de risa y acidez contra el entorno y contra él mismo. Militó en la derecha recalcitrante, castiza y franquista, sólo que su talante personal desbordó por el ángulo anarquista la cicatera cosmovisión de la dictadura. En 1940 estrena Eloísa está debajo de un almendro y recibe el mayoritario vapuleo de una crítica que le desdeña. Su carrera, antes y después de Franco, está hecha de incomprensiones y virulentas agarradas con el aparato crítico de la prensa. La mayoría le quiso mal, menos Alfredo Marquerie, que lo adoró. La escritura de Enrique Jardiel enlaza, en cierto modo, con la de Ramón Gómez de la Serna y sobre todo con Miguel Mihura y Tono. Estuvo menos suelto y más ayuno de libertad creadora que Ramón, ya que el teatro es un género de destino cerradamente burgués y la taquilla, la suprema dictadura.

El humor nace de la necesidad de cambiar el rostro de las cosas y las leyes de la vida y se ejerce como lucha de antemano perdida. Las guerras del ingenio no matan pero hieren, lastiman el corazón y debilitan las defensas. Todo gran humorista es un convaleciente de una enfermedad que encierra su propia imposibilidad de cura. La risa es una salida de tono que sólo aspira a buscar otra risa que la entienda. De ahí que el verdadero ámbito del humor sea el amor, un amor siempre insatisfecho. Ramón convaleció de gordo con el alma flaca y de exiliado que no se quitaba de la cabeza las noches de Pombo. Mihura fue el convaleciente de su cojera, para andar y para querer, que le hizo buscar en las entrañas del absurdo la sustancia poética que necesitaba para alimentar su soledad soltera, su ansia inflamada de ser otro o ser mejor. Jardiel Poncela convaleció por todos, y hasta tiene un libro titulado El convaleciente que es la crónica en risa de un serio malestar. Buscó en las mujeres curas de urgencia para su dolor de alma y encontró momentos de deseo compartido y a ratos placeres, aunque nunca halló lo que de verdad perseguía, quizá porque era el primero en desconocerlo. El día antes de morir, apenas en la cincuentena, tras acudir a su casa el barbero y afeitarlo, Jardiel le dio treinta duros. Ante la sorpresa del rapador, el humorista le contestó:

– No se apure, acaba usted de afeitar a un muerto.

 

 

6 Responses to “SÁBADOS LITERARIOS. En el mundo inverosímil de Jardiel Poncela”

  1. No sé que me ha hecho más ilusión si la dedicatoria o lo bien que hablas de mi Enrique.Es cierto que Jardiel siendo pieonero en eso del teatro del absurdo no se le hizo ni caso y al Ionesco se le puso en un pedestal pero, como dijo Kierkegaard “la ironía es para gente inteligente”(aunque todo el mundo crea que inteligencia le sobra por los 4 costaos)BESOS y MUCHIIIIIISIIIIIISiMAS GRACIAS

  2. Muy interesante el artículo aunque sufre usted de un excesivo gusto por el “terrorismo” literario. Puedo estar mal informado pero Jardiel Poncela no es un escritor de terror ni ha ejecutado actos de terrorismo, por lo que denominar su vocación como terrorista, por ejemplo, me parece excesivo y seguro que usted se refería a otra cosa.

    Decía Lázaro Carreter en su libro “El dardo en la Palabra” […]No suele tenerse en cuenta que el idioma bien empleado es bien entendido y apreciado por las personas poco instruidas, mientras que las rarezas y extravagancias, aunque no sean percibidas por esas personas, estremecen a quien sí posee alguna instrucción[…]. Y si bien no seré yo quien diga que la inteligencía me sobra por los cuatro costados, creo que un lenguaje menos barroco ayudaría a transmitir sus ideas de una manera más eficaz.

    Un saludo,

  3. Fernando: Evidentemente el término “terrorismo” sólo cabe entenderlo en un sentido figurado. Le concedo, en todo caso, que puede ser una imagen inadecuada. O al menos a usted le ha rechinado, eso es indiscutible. En cuanto al estilo más o menos barroco, eso ya es otra cosa. Estilo, como cara cada uno tiene el suyo. De modo que cada periodista o escritor tiene su manera de escribir y lo mismo ocurre con los lectores, que tienen sus preferencias. Yo, en cuanto a lector, me declaro ecléctico, de manera que disfruto tanto con el barroquismo de Valle-Inclán como con la la escritura pulida y clásica de Azorín, por poner dos casos. Comparto con usted admiración por el maestro Lázaro Carreter, y le agradezco mucho su participación en el blog. Espero seguir contando con usted como lector y comentarista.

  4. Fernando, usted me ha recordado algo que ni había olvidado porque no en realidad no lo sabía: las extravagancias y rarezas estremecen a quién si posee alguna instrucción. Ultimamente me empachan, me enturbian la mente. He pasado de ser epatadora infatigable a epatadora fatigada. No dire que me he quitao, que de eso no se sale así como así, pero en ello estoy.

  5. No sé yo, Pilar, donde estará Fernando, quien quiero recordar solo participó como comentarista en este post de 2009. Ahora bien, quiero intervenir por alusiones indirectas (o elusiones). Toda vez que la intervención de Fernando descansaba exclusivamente en la refutación de mi escrito, a partir de la utilización del término figurado terrorismo, quiero entender y entiendo que tú también te unes a la crítica de Fernando, cita de Lázaro Carreter incluida. Vale, te cabe ese derecho, solo faltaría, ahora bien esa compulsiva crítica, autocrítica en realidad, supongo que responde a un momento muy concreto de tu entendimiento del hecho literario. Me parece bien que te canse ser epatada y epatar, pero creo que ninguna de esas cosas está presente en mi escrito sobre Jardiel. Y creo que será difícil hallar extravagancia y rareza alguna que pueda estremecerte. Quedo a la espera de tu nuevo y sin duda espléndido traje estilístico, pues los antiguos dudo mucho que por cortos o por largos satisfacieran los gustos de nuestro lacónico Fernando 2009.

  6. ¡Ay, Juan! Qué bien vienen esas duchas frías cuando a una se le recaliente la caja de pensar. En realidad, mi comentario es fruto de un vicio que me adorna desde siempre: meterme en el entierro con vela cogida de cualquier manera, y abrir la boca porque sí, sin prestar mucha atención a los antecedentes de la polémica, en este caso, tu artículo sobre Jardiel (que ni siquiera había leído, manda huevos, ahora que Trillo vuelve a ser de actualidad).

    Por decir algo en mi favor, me parece que mi corta intervención tiene más valor precisamente desvinculada de lo escrito por tí y por Fernando, quien quiera que sea. Y casi añadiría que las florigangas suelen enmascarar material literario de mala calidad, mientras que el lenguaje sobrio, elegante, pulido, ajustado, difícilmente enmascara nada: sino hay talento, no lo hay, y se nota en seguida. En este sentido, soy muy muy fan de D. Lázaro.

    Sin embargo, tirar de florigangas y farfollas, no es el caso de Jardiel, ni el tuyo. De ciertos articulistas jovenzuelos, gaseosos y artificiosos (no daré nombres porque hace falta, ya conoces algunas de mis fobias), me temo que sí.

    Mis respetos, como siempre.

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