Los siete nombres de nuestra leyenda o de la farsa. Por Daniel Rivas Pacheco

carrilloLa Transición parece ser capaz de crear debates pero normalmente no: las posturas terminan siendo juicios discriminatorios. Hoy en día da la sensación de que nada es cierto. Antes, sí: hace unos años ese periodo histórico tuvo su gloria, sus adjetivos sonoros y un poco vacíos, y, ese aire de jugada maestra en la que solo unos pocos se quedaron con la cara de tonto mientras los demás sonreían. Menudo triunfo.

 

Puede que la Transición fuese un milagro, una coincidencia, una chapuza o una mentira perfecta. Cuarenta años después, dudamos. La historia es flexible y esta da juego.

 

Entre los libros dedicados a desmenuzar el tema, el de Juan Antonio Tirado, Siete caras de la Transición, es una alegre novedad. En la obra, selecciona a los que considera protagonistas. Hay un repertorio con franquistas hasta la lágrima, como Arias Navarro; otros que lo fueron pero la responsabilidad les cambió el uniforme, como Adolfo Suárez; habla también de ese hombre ante todo ambicioso, pero errante, como Manuel Fraga. Y, del técnico de la ley, Torcuato Fernández-Miranda y su pupilo, Juan Carlos I. Y por supuesto está Santiago Carrillo, el enemigo necesario. Entre ellos, Tirado añade una sorpresa: Carmen Díez de Rivera, nacida de las entrañas nobles del régimen y que dulcificó ante Occidente la imagen de los otros seis protagonistas.

 

 

Porque queda menos de un mes para unas nuevas elecciones generales en España, y van doce sin el dictador, y ese momento histórico es parte del debate. En un costado, escriben los soldados de élite, tiradores que encañonan a los revisionistas. Quizá protegen la memoria de sus años dorados, sin admitir reproches, porque siempre es bonito querer un poco al yo del pasado. En el otro lado, hay voces que se revolucionan y señalan esos años como el origen del dolor de España. Juan Antonio Tirado actúa en el medio y se queda con los testimonios, las biografías y las hemerotecas.

Presentación del libro "Siete caras de la Transición"

Presentación del libro “Siete caras de la Transición”

 

Siete caras de la Transición puede ser uno de los mejores libros para que cualquiera, en 2015, se sumerja en la Transición, en medio de la disputa histórica. Y, la intente entender más allá de los datos que nos hablan de dos universos paralelos que pelearon tras la muerte de Franco. La calle vivía en tensión, sin abandonar la lucha pero con miedo de estar alimentando, al mismo tiempo, los músculos tensos de los militares. Y, el poder político se agarraba a sus tronos sin saber que el suelo tenía trampillas ocultas.

 

Sí, discutamos desde aquí: desde los protagonistas. No fueron más que hombres y mujeres con ambición, con errores y aciertos, y con un poco de suerte. Y será más fácil, después, situarse en el campo de batalla. La versión de los hechos cambiará mil veces más, sin duda. Pero si entendemos a Suárez, al rey, a Carrillo y a los demás en su contexto, quizá sea más sencillo medir si esto de la Transición fue un fracaso, un acierto o una leyenda.

Daniel Rivas Pacheco es periodista.

La leyenda del Comercial. Por Luis Eduardo Siles y Juan Antonio Tirado

 

A comercialLos abajo firmantes hemos vivido tantas horas leves, felices, amables, ajenas casi siempre a la gravedad de la vida en las mesas del Comercial que la noticia bomba del cierre del café ha impactado sobre nosotros con la fuerza con que llegan los avisos que informan de la muerte de alguien cercano. Y, naturalmente, que lo es, la biografía de uno se conforma con las vidas de los seres queridos y con el recuerdo de los lugares en que a menudo fuimos dichosos, con la modestia con que siempre hay que escribir esta palabra. Lo peor, en nuestro caso, es que no lloramos por la muerte de un fragmento irrecuperable de nuestro pasado, sino que lo hacemos por un sitio que es presente vivo, que lo fue hasta el domingo, un día antes del cierre, en que estuvimos por última vez en su terraza, con Alicia, infantil, sentimental y atenta a las cosas del mundo, que ha llorado este mediodía cuando se ha enterado de la noticia. Entre rentas de alquileres antiguos y nuevos “burguers” y mierdas están arrasando con las cosas que teníamos por más propias. Supongo que será el progreso, pero en París siempre que vamos está el café Flore. Aquí si tuviéramos la torre Eiffel se la venderíamos a un chino para que fabricara cáscaras de aire vacío.

Como ha escrito en Facebook Esteban Orive esto no puede quedar así, hay que hacer algo. Nuestra entrañable, de corazón inabarcable, Pilar Ortega ha dicho: “Una gran tristeza es lo que siento… De acuerdo contigo : venderían la torre de Eiffel … Y mis memorias en el Comercial van unidas a nuestra amistad”. Lola Clavero ha apuntado: “Es muy triste. Ahora construyen cafés con estética decimonónica. ¿Por qué no conservan mejor los originales? Es un sinsentido de muy mal gusto.

Los viejos cafés son el espejo de una ciudad, sea Madrid, Sevilla o Pontevedra, esos cafés huelen a café, pero en su atmósfera flota un clima de eternidad mezclado con el murmullo de los contertulios y el sonido de las cucharillas, de clientes vivos y muertos, de pasado y futuro, de presente detenido en el poeta anciano sentado en solitario en una mesa porque todos sus amigos ya murieron.

El café más antiguo de Madrid era el Comercial, ubicado en la glorieta de Bilbao, que data de 1887, al que Enrique Tierno Galván acudía todas las mañanas, muy temprano, antes de ir al Ayuntamiento, a desayunar churros con chocolate, y algunos días redactaba allí uno de sus bandos municipales, que eran siempre una maravilla de palabra exacta y castellano clásico. El Comercial seguía con el mismo mobiliario, la misma luz, la misma atmósfera, la estudiante extranjera que se interesa por algún escritor español y que siempre parece la misma, de modo que las horas, los días, los años y los siglos, se detienen en la taza humeante del café. El Comercial tiene en invierno su mejor hora sobre las siete de la tarde, cuando las mesas se llenan de gente y un murmullo de voces envuelve el apresurado ir y venir de los camareros con su chaqueta blanca de camareros de toda la vida. Hubo quien dijo que al café se va huyendo de un hogar mediocre.

Ya quedan pocos famosos en los cafés. Casi nadie escribe a mano en las mesas. Hay quien llega y enciende el ordenador portátil. César González Ruano fue el último escritor vestido de escritor y viviendo en escritor que hubo en Madrid. Pero queda el café. Quedaba el Comercial. Empieza la leyenda.

 

 

Pepe Hierro y mi primer móvil

hierro PepeLa tarde en que se murió Pepe Hierro, diciembre más que mediado, yo me había ido al Vicente Calderón a ver a mi equipo, que jugaba con el Racing de Santander. Entre santanderino y madrileño era el poeta de Tierra sin nosotros. Yo había llegado al estadio del Manzanares a las seis menos cuarto, quince minutos antes de que echara a rodar el balón. Apenas había fijado el culo en la grada cuando por los altavoces del campo escuché lo que jamás habría sospechado: mi nombre. Juan Antonio Tirado Ruiz y tal y cual. Tengo que constatar lo que dicen los malos periodistas, que la sensación fue indescriptible. El hormigueo que me recorrió el cuerpo conformó una sinfonía dramática escrita en clave policiaca. ¿Qué había podido ocurrir en torno a mi vida para que mi nombre compuesto y mis dos apellidos sonaran como una canción desolada en el recinto del Manzanares? Cualquier cosa imaginable, y todas malas. No era de creer que me hubiesen sacado a la carrera del campo para darme una buena nueva, tal cosa sería imperdonable. Barajé las muertes de mi padre, de mi madre, de mi hermano, de alguna de mis hermanas mellizas, de mi suegro, de mi suegra… ¿de mi mujer? Incluso, aunque acababa de dejarla en casa y supuse que era suya la llamada. No es que uno tenga un espíritu dramático, que lo tiene, es que vocear a alguien a través de la megafonía de un estadio es asunto grave.

 Lo que ocurrió fue lo mejor que podía esperar, que ni siquiera supuse, y no porque no resulte triste la muerte de Pepe Hierro, sino porque puesto en el disparadero personal cualquier tema profesional había de ser bienvenido. El caso es que me marché a toda prisa a Torrespaña para improvisar, junto con mi compañero José Manuel Falcet, un reportaje sobre el poeta fallecido. Mi aversión al móvil me había jugado una mala pasada. Al día siguiente me compré uno.

José Hierro tenía la cabeza calva y preclara de ideas, el genio pronto, la voz entre aguardentosa y cazallera, el mirar limpio, las manos muy grandes, el corazón a la deriva, la respiración averiada, la rima en asonante, el verso exacto, como una multiplicación, la muerte a la espalda, cual sutil visitadora, la memoria pródiga y la taberna siempre a un paso. Supo de cárceles y de premios, de pérdidas y de amigos. Vivió contándolo a salto de mata, a golpe de libro, a veces demorado durante décadas. Escribió con palabras sencillas y hondas, hermosas y sombreadas sobre caminos, ensueños, prisiones, pálpitos, ángeles de otoño, paisajes del recuerdo, tardes olvidadas y alegrías cercanas.

Donde había vino bebía vino, donde no había vino, whisky. Y no le hacía ascos al agua nacida en manantial sereno. Se murió porque es la constante, porque todos nos escapamos por las trampillas del tiempo, pero él no tenía apego a otras vidas que no estuvieran en esta, y aun respirando con una bombona de oxígeno se agarraba a la certeza del martes, a la ventura de una tarde de jueves con voces plurales. Su poesía, y más sus correrías, tienen un eco machadiano, bonancible, recio, castellanocántabro. En su voz ronca sus versos se desgranaban con gracia minuciosa y rigor, sin concesiones a la galería cantarina, con todas las emociones en su punto, sin forzar el tono, sin pintar sangre donde sólo había vino o acunar tragedias allí donde resplandecía la pura costumbre, la suerte de estar vivos.

Aguafuerte de un insomnio. Colaboración especial de Macaón.

falceteo¡Nada os pertenece en propiedad más que vuestros sueños! (Nietzsche)

 

 Por ahí ando a la cuarta pregunta por ahí ando al undécimo olor ¿Acaso me llega el olor de las preguntas? Cuestión de la séptima luna. ¿Ser taciturno de lengua hinchada te libra de toda culpa?

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Soy alguien que se desdobla en estrías de luz caminando sin prisa por los soportales. No es amarillo este fuego donde quemo mi vacilación.

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Me hago viejo y habré vivido una vida con papeletas, sábanas, mujeres, humos, puertas,  rincones y otras cosas, pero nunca vi un hombre vivo.

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Ser gargajo mañanero de silicótico viejo borracho tabaquero: ¡agua cruda!

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¡Cuidado, la mariquilla con sus dedos hábiles te enrula! ¡Mariquilla tu roete!

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Y de tanto llorar perdió los ojos.

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Estoy a favor de los juegos de comedia donde la verdad carece de buena conducta.

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Los rendimientos sexuales de los vegetales carnívoros brotan del estolón único de la única propiedad.

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No existe mayor ternura que acariciar un gallo. Sois todos unos pecantes.

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Ya es hora que los pájaros inicien su trino que también el lobo llora.

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No está nada bien arrojar afliges por las mareas ni regar la orilla de líricos vómitos aunque apenas queden ya sobrevivientes aunque no sé qué hacer si despedir la noche o despedir el día, pero el mirlo insiste en su chasquido.

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¿Quién teme al  amuleto de la mala suerte?

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Entre la generosa nada y la noble melancolía me contorneo, me mezo, diría que me mareo pero sería mentira, no me mareo, sólo respiro. El ahogo agarra a cualquiera pero la vida se desatranca con lágrimas de entrepiernas.

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¡Qué mala vergüenza severa vanidad!

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Aceleradamente aprenderé a no dejar huella, sólo garra, quién pudiera llegar al corazón de la garra, convertirse en hueco espacio sin las posturas del dolor.

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Arañando el suspiro, mordiendo con dientes robados: el hastío es como la escasez de un cuarto de baño, habrá que acudir al sudor más concentrado.

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¡Cuidado con las aéreas ronchas marinas! Contaminan la femenina y blanda sangre del sur, empiezan por el éter y terminan en los ganglios bajos, por muchos cuplés que creas cantar.

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Y los ojos abiertos, inmensos, buscando la tersura del día, creyendo que todo se acaba para el crédulo soberbio, pero quedo entreolas hablando con lengua de pez y resulta tan vano como cazar ratas muertas.

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Cabalgar en lomo de conejo persiguiendo la suprema necesidad: es importante saber que no existe nada más poderoso que la necesidad con pan ¿se me queda cara de judezno?

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La música del hambriento, la reliquia del tullido, el baile del ciego, las huellas en el desierto de un reptil con frío.

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Existen olores como el de la seda moribunda o los de alguna asociación tendenciosa que producen desechos en las entrañas, pero son irremediables. Siempre existirá algún tumoroso alquimista o alguna mujer con los ovarios fermentados.

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Ya se dijo que lo más prudente era buscar silencios y permitir que las matemáticas y la historia siguieran a su aire.

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Cuidado con los coños agusanados, son depredadores, salvajería de montaña: sabotean en mitad de la inclemencia y luego ningún patólogo quiere sanar.

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Se acaba el día, ¿hay que beber el vino de las tabernas?

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El gozo de un sexo aovado y motilón sabor a pichón sangrante, pero los paraísos y los infiernos se agotan y arrastran el prestigio propio dejándote en la cuneta.

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En la noche, el ululato del mono, el vagido del nacido, la dentellada de la lombriz. En la noche la gaviota se convierte en araña, la soledad en tramontana y el niño con peladera come algarrobas.

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Y de pronto no supe como cortar una patata para freírla. Todo es como la lucha entre el bosque y la pradera.

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El arco-iris se hará pájaro y volará a su nido llorando.

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A solas, con mi cuchara favorita, la voz del sueño me canta, en octogonales ecos, el aliento de los peces.

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El estupor y la calma. Soy de los que gustan tirar piedras y al caso esconden la mano y si me pillan no me guardo, incluso provoco con alguna mueca de ojos.

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Carezco de héroes pero aún así los míos están suicidándose. Como si nada hubiera sucedido.

Moncho Alpuente en Babilonia

aaaalpuenteSe ha muerto Moncho Alpuente y  siento que se me muere algo propio. Aunque sea lejano, algo indefinible, algo. Lo traté más que nada a través de las entrevistas que le hice para varios medios, la última en “Informe Semanal” para un reportaje sobre Tierno Galván. Él me presentó mi libro “Lo tuyo no tiene nombre” en 1995, junto con Julio César Iglesias, el Gran Wyoming y Ramón Irigoyen. Un cartel de lujo para una tarde muy divertida. Moncho Alpuente era ingenio en permanente ebullición, un tábano ocurrente, rival dialéctico complicado en aquellas tertulias de los ochenta más intelectuales que políticas, más de café o micrófono bullanguero que las de ahora que son sistemáticas, permanentes y de cuota. Era un hombre que se multiplicaba en sus creaciones, cantaba, hacía radio o televisión, escribía. Sospecho que su “siglo de oro” fue la década de los ochenta, aunque en las noventa también se le vio y notó mucho y aun en los dos mil ha tenido presencia, sin ser ya tan apabullante como en tiempos anteriores. Últimamente he comentado en alguna ocasión que no hubiera desentonado en “El Intermedio”, de hecho con Wyoming trabajó en diversas ocasiones. Los setenta se me escapan, pues era yo un muchacho, pero sé que fueron eléctricos e hiperactivos en la biografía de aquel hombre bajito que no quiso nunca, me parece, comerse el mundo pero sí mordisquearlo y besuquearlo fruitiva y furtivamente. No se ha muerto un genio, poca gente alcanza esa categoría, ni un hombre extraordinario ni un grande del humor o el periodismo. No fue hombre de poder sino de los que gustaban de tocarle los “güevos” al poder. Era palabrista y sabía adornarse en la parla pero brillaba sobre todo en el revés, respondiendo con rapidez y agudeza a cualquier interlocutor y en cualquier momento. Era o parecía uno de esos chavales apocados, con poco músculo y mucha imaginación que desarrollan en los patios de los colegios y en los institutos una portentosa dialéctica, un arma envidiable de autodefensa. Con toda la gente que uno admira que se muere, aunque no sean amigos, se van escapando puñados de uno mismo, de sus cosas y quereres, de sus afanes tantas veces vanos. Nada que sea muy grave, porque la vida sigue como siguen esas cosas que no tienen mucho sentido, allá donde habite el olvido.

El hijo de Greta Garbo

PacoFrancisco Alejandro Pérez Martínez tuvo una vida rica en novelerías, cuyo material no le valió para ninguno de sus libros. Francisco Alejandro Pérez, etc, conocido en el siglo como Umbral fue una paradoja en carne viva, en carne mortal y rosa cabría añadir aquí, como lo prueba el hecho de que su prolífica obra literaria, más de cien libros, fuera una continua indagación sobre el yo, pero no para contarse y descubrirse a través de la prosa, sino para esconderse y ovillarse en un último y secreto rincón, tan doloroso como inexpugnable. Detrás de su imagen romántica de escritor en buena medida desusado, con melena al viento y chalina roja o blanca, según las temporadas, de voz impostada y estudiados ademanes a contratiempo Umbral escondía una comprensible vergüenza, la del niño nacido en la inclusa, criado lejos de los pechos de su madre, sin padre conocido o reconocido; el adolescente amparado o desamparado en la calle, más allá de las aulas de la escuela, que apenas pisó; el chaval de 14 años que encontró trabajo (gracias a la influencia de su padre oficialmente inexistente) en una oficina del Banco Central de Valladolid. Umbral fue el niño que hasta los nueve o diez años creyó que su madre, Ana María Pérez Martínez, era su tía, el que siendo todavía un muchacho vio como aquella mujer, quizá su único asidero, moría de tuberculosis. Fue el que muchos años después compuso una novela tan bella como fabulada y mitificadora sobre ella, titulada “El hijo de Greta Garbo”. A aquel hombre todavía le quedaba por pasar el trago más amargo rondando los cuarenta años, la muerte de su hijo Pincho, de cinco, víctima de la leucemia. De esa fuente de dolor sin paliativos surgiría su gran libro, “Mortal y rosa”, el texto que desmiente al Umbral frívolo e insolente, el que fija al prosista intenso y profundo.

Umbral, tan poco dotado como estaba para asumirse en toda la dimensión trágica, guardó siempre un silencio cerrado sobre aquel episodio terrible y a partir de entonces, dio vía libre en toda su extensión al personaje provocador, vanidoso y altanero que llevaba dentro, el creado en sus años de lector autodidacta sin otro afán que triunfar a costa de lo que fuese. El silencio sobre la pérdida del hijo fue en general respetado, pero sus nunca aclarados orígenes fueron motivo de curiosidad y comentarios malévolos en los círculos y covachuelas literarias de Madrid. Él procuró esconder la verdad en un sitio que imaginó infranqueable y así fue echando la vida, escribiendo buenos y malos artículos, libros afortunados y libros sin fortuna, en la idea de que nadie conocería nunca aquello que tanto le dolía: que había nacido en la inclusa, hijo de madre soltera y todo lo que vino después. Pero no hay secreto que cien años dure y la fortaleza se fue resquebrajando, hasta que la profesora Anna Caballé derribó el edificio en que vivió refugiado Umbral. Su biografía “El frío de una vida” es demoledora y con seguridad amargó los últimos años de Umbral. Ahora, casi siete años y medio después de su muerte ya nada puede dolerle al escritor. Ha sido en este momento cuando el periodista Manuel Jabois ha descubierto la identidad del padre del autor de “Las ninfas”, el abogado y amante de la literatura Alejandro Urrutia. Y hemos sabido también que Umbral y el poeta Leopoldo de Luis eran hermanos de padre. Una noticia sensacional que permite completar el puzzle biográfico de Francisco Alejandro Pérez Martínez, Umbral en el siglo. Con la velocidad de los tiempos, y también con rigor, la Wikipedia recoge ya los datos conocidos hace apenas 48 horas.

Por qué existe algo en lugar de nada… Un artículo de Macaón

                       Si Dios ha hecho este mundo, yo no quisiera ser Dios. La miseria del

                                                     mundo me desgarraría el corazón (Schopenhauer)dios

Casi 400 años después aún “coquetea” entre ciertos círculos teológicos, filosóficos e incluso científicos la “carismática” pregunta de Leibniz. ¿Por qué existe algo en lugar de nada? La pregunta es utilizada frecuentemente para intentar justificar la existencia y acción de Dios. Pero yo creo que parte de una premisa no demostrada, lo normal es que exista algo, lo sorprendente sería lo contrario. Leibniz fue considerado un genio universal por sus contemporáneos. Además de filósofo destacó como matemático, físico, estadista. Pero lo que Leibniz nunca pudo entrever es que de la nada surgiera algo (entendiendo como nada lo que no existe). No podía saber que las fluctuaciones cuánticas llevan a la creación espontánea de universos a partir de la nada, que el bosón de Higgs demuestra el origen de la masa de las partículas elementales, que cuando ciertas estructuras colisionan se crea un universo multidimensional como el nuestro, que la gravedad cuántica no sólo permite que los universos se creen a partir de la nada, sino que lo requiere, porque la nada es inestable.

 

Como afirma Hawking, las cuestiones fundamentales sobre la naturaleza del universo no pueden responderse sin los datos masivos que emergen de los aceleradores de partículas y los telescopios gigantes. Hace ya cierto tiempo que la ciencia ha saltado la barrera del origen de la materia. Pero no quiero entrar en este complicado terreno de la divulgación científica. Si bien es cierto que necesitamos respuestas, no es menos cierto que asumirlas como ciertas sin contar con evidencia proporcional es un camino que seguramente nos alejará de la verdad, tal como ha ocurrido anteriormente con tantos fenómenos cuya causa se achacaba a Dios y que ahora podemos explicar sin su intervención. Preguntar por Dios para la explicación del universo es, grosso modo, un botón de escape. ¿Por qué debemos aceptar la idea de un mago todopoderoso y primigenio situado fuera de la realidad del espacio y del tiempo y no la idea de unas leyes de la física eternas e inmutables (o mutables de universo a universo a partir de una realidad física subyacente)? Las energías intelectuales, las agudezas de sentimiento que se han invertido en tratar de probar la existencia de un Dios son impresionantes, sin embargo ¿va alguna de estas demostraciones más allá de los términos en los que está formulada? ¿Pueden acaso saltar al otro lado de su propia sombra? Todo intento de demostrar la existencia de Dios a través de argumentos razonados, a través del discurso humano, están condenados al absurdo. Estrictamente considerada, toda teología, por profunda o elocuente que sea, es verborrea. El enorme avance científico que significaron las teorías de Newton sobre la gravedad, turbaron muchas conciencias. Dios ya no movía el Universo. Voltaire ironizó sobre la cuestión: el Espíritu Santo no quiso enseñarnos la cronología de la física y la lógica, sólo deseó que fuéramos hombres temerosos de Dios y que nos sometiéramos a él, no pudiendo comprenderle. La historia de los sucesivos intentos de probar la inmortalidad o la existencia de Dios equivalen a una de las crónicas más embarazosas de la condición humana. 

images¿Han sido las religiones una fascinante invención de los seres humanos que, con el propósito de conferir un sentido a la vida, han contribuido poderosamente a amargar la existencia de sus fieles, y, más que a menudo, las de sus prójimos? Dios es la soledad del hombre, apuntaba Sartre. ¿Dónde está dios ante el mal? Es la gran pregunta. El problema de fondo es la incompatibilidad de Dios: bondad y omnipotencia. Mucho antes de Dostoievski había quien exigía saber si la muerte por hambre, por inanición, de un solo niño lisiado no refutaba en su totalidad el concepto de un Dios justo y misericordioso. ¿Qué justifica el nacimiento de un ser humano aquejado de discapacidad o de locura por algún defecto genético? ¿Qué fundamento racional, no digamos moral, se puede concebir que vaya unido a la interminable secuencia de desastres naturales, peste, hambruna, matanzas que llamamos historia? Somos arrojados a este mundo profundamente desigual. Nacer en las famélicas zonas apartadas de Camerún es un destino, una condición de verdad enormemente diferente de la del que nace en Manhatan. Los que nacen sordos o ciegos viven en ámbitos vitales radicalmente distintos de los que habita un individuo normal. Padecer una minusvalía física es vivir, existencialmente y en innumerables aspectos, una vida que no es la que llevan quienes están bien constituidos. Las enfermedades mentales, con frecuencia hereditarias, hacen que la brecha sea más drástica. Las dolencias genéticamente transmitidas son la condena de los inocentes. Las capacidades, la riqueza o una posición especial heredadas son la bendición de quienes no se las merecen. La belleza, un recurso misterioso, está distribuida de forma aleatoria.

 

einstein¿Cómo puede cualquier credo político fundado en axiomas de la igualdad humana ser otra cosa que un ensueño edénico o un autoengaño? La tortura programada, el asesinato de millones de hombres, mujeres y niños inocentes, la incineración de ciudades enteras en planificadas tempestades de fuego, la coexistencia, muy estrecha, de una ostentación material desenfrenada y una pobreza, un hambre y una enfermedad homicidas, la explotación económica y sexual de menores a una escala sin precedentes: todas estas cosas han puesto al descubierto una vez más las falsedades, la vaciedad de la teodicea.  Una fría repugnancia nos domina cuando nos aseguran que el pecado y la desobediencia hacia los mandamientos divinos han provocado el castigo o que Dios también está en la injusticia. Palabras, palabras, palabras, por una parte, interminablemente elocuentes e ingeniosas. Y el fondo de odio fanático que brota del interior de las  propias religiones organizadas, como en estos días contemplamos. ¿Si Dios es racional y bondadoso, cómo es posible que haya creado un mundo en el que existe tanta maldad y tanta injusticia? Se siente que este mundo donde la gente sufre y se angustia no ha sido creado por ningún dios benévolo y omnipotente. El aullido de la Humanidad es la mejor explicación que existe para el silencio de Dios.

 

La metodología científica y filosófica de Einstein le condujo a ciertos errores, como la negación de las aplastantes evidencias de la física cuántica utilizando el célebre argumento de que “Dios no juega a los dados”. Su contemporáneo y también Premio Nobel Niels Bohr le contestó: “No digas a Dios lo que debe hacer”. Hoy pensamos que Dios es también los dados. El mundo es hijo del azar y la necesidad, y la vida se ha organizado a través de un largo proceso aleatorio: la realidad es autocreación. Percibo que cuanto más se eleva la ciencia y la razón, Dios más se aleja.

Camisa blanca de columnista

Manuel Jabois

Manuel Jabois

Los herederos de Camba y Umbral, los jóvenes columnistas, tiernos en su cuarentena o casi, vienen y van por los papeles, más de derechas que de izquierdas, con sus metáforas bien cortadas, sus ocurrencias a veces felices, su impronta de enfants algo terribles y esa gana natural de comerse el mundo de cuando se tiene edad y hambre. En realidad de lo que tienen hambre los jóvenes columnistas es de gol, porque todos llegan de una adolescencia lejana donde mitificaban más a Butragueño que a Umbral y soñaban con Raúl, en fin que se abanicaban con la “quinta del buitre”, esa prodigiosa acuñación de Julio César Iglesias, otro madridista con mucho talento. Y digo lo de otro porque todos, o casi, estos columneros de Castilla tienen el alma blanca y lucen blaquísima camiseta, como una bandera de su madridismo insobornable. En realidad llegan a la política de rebote, como un balón equivocado. Se equivocó el balón, se equivocaba, por ir al AS fue a El Mundo. En esta espléndida camada de articulistas destacan Gistau, Manuel Jabois, Hughes, Jesús Nieto, Guillermo Garabito y Jorge Bustos, todos cortados por un madridismo infantil y rockanrolero, tan merengue como antiatlético y anticulé, goloso de las glorias y las glosas imperiales del florentinato y mouriñistas hasta el desmayo. Por delante tienen a otros madridistas de nación como Ignacio Camacho e Ignacio Ruiz Quintano. El primero es quizá el mejor analista político de esta hora y el segundo tiene un hábil y rico manejo en columnerías, que bebe de Camba y de los demás clásicos, pero que desemboca en Mou, al que le tiene

David Gistau

David Gistau

incluso abierto bar en las páginas de su ABC. Si uno quiere mirar y virar a Atlético tiene a la fuerza que quedarse con Rubén Amón, un enciclopédico del día y un tío tan agudo como sus colores y con Luis Eduardo Siles, casi dos metros de amigo, de columnista total y de colchonero. Y por encima de todos con Juan Tallón, el prosista con más talento de las letras deportivas. En todo caso estos jóvenes, blancos por lo general, son el recambio de los grandes maestros de la columna, los Vázquez Montalbán, Umbral, Cándido, Haro, Campmany. En las mocedades de aquellos, el fútbol tenía poco predicamento, por opio o por coñazo, de modo que aquellos gigantes de los periódicos no se abanicaban con rabonas y regates, sino con prosa clásica y camisas políticas de tallas y colores varios, salvo Manolo Vázquez Montalbán para quien el Barça era su patria y la encarnación de Catalunya toda. Manolo tocaba las palabras como un Cruyff de la cosa, en tanto los otros citados eran más o menos apolíticos del balón, lo que es tanto como decir madridistas indiferentes. En cualquiera de los supuestos, ayer como siempre los columnistas más destacados son de derechas y del Madrid. Los de ahora son de plantilla y manual.

Familia de paso. Por José Luis Alvite

José Luis Alvite

José Luis Alvite

(Se ha ido José Luis Alvite, único en su especie de columnista lírico y expresionista. Su prosa, vecina de la poesía, era un surtidor de metáforas felices y con frecuencia asombrosas. En homenaje al periodista gallego, fallecido a los 65 años, reproducimos uno de sus artículos  publicado en  el periódico “Faro de Vigo” el 3 de marzo de 2011. Asimismo recogemos el conmovedor artículo en el que informaba de que le habían diagnosticado un doble cáncer de pulmón y colon. Para leerlo hay que pinchar aquí. Pero si grande es el Alvite que escribe en los diarios sus colaboraciones en radio son sublimes. Reproducimos una de sus columnas emitidas en el programa de Carlos Herrera, en Onda Cero, en el que colaboró semanalmente durante años. Pinchad aquí.)

“Un tipo que estaba muy delgado y decía sentirse muy solo, me contó de madrugada en un garito que su idea era coger diez o doce kilos para sentirse acompañado. El sabía que el de la soledad era un problema que no se combatía subido en una báscula, pero su extrema delgadez le hacía sentirse más solo de lo que realmente estaba, hasta el punto de que, según él, a su cara incluso le veía grande el espejo retrovisor del coche. Yo para que no se sintiese raro le conté que de niño era también un muchacho alto y muy delgado que tardaba demasiado en volver a casa cuando soplaba viento de cara. Recuerdo que Carlos Herrera rió muy serio cuando le conté que en una ocasión salí de casa con mi madre, en un descuido me solté de su mano y por culpa del viento al cabo de un rato me encontré dándole la mano a una señora de la que no sabía nada. El tipo del garito se sintió algo aliviado cuando le conté que la única foto de mi infancia en la que mi cara tan delgada se veía bien fue una que me hicieron cuando estaba tan hinchado por las malditas paperas que incluso me parecía a Bob Hope.

Hay personas que son solitarias y para no parecerlo dicen que en realidad son independientes, que es lo mismo que cuando un mendigo para que no lo consideren un indigente presume de ser un bohemio. Se da también el caso de personas que se relacionan con facilidad y sin embargo a veces son tan reservadas que resultan en cierto modo herméticas. Yo no sabría muy bien cómo clasificarme. Me gusta la soledad y al mismo tiempo soy propenso a relacionarme. La verdad es que mi vida social ha palidecido mucho respecto de cómo era antes y me resisto a reunirme con más de tres personas porque sé que en grupos más numerosos es inevitable la presencia del tipo que cuenta por enésima vez el dichoso chiste sexual del elefante y la hormiga. Al tipo del garito le confesé aquella madrugada que a lo único que le encuentro sentido que ocurra en grupo es a las epidemias y a las guerras. Sobre todo, me gusta el hacinamiento social con motivo de las guerras. Se trata de que en un conflicto a gran escala el pánico pone a la gente en desbandada, destruye las organizaciones sociales y los lazos vecinales, la gente va y viene sin rumbo, y en medio del general desbarajuste, y al haber ardido el registro civil, uno puede cambiar de familia sin remordimientos de conciencia. Yo sé que no está bien decirlo, pero siendo aun un niño me producía cierto regusto emocional la idea de dar con mis huesos en un hospicio y que luego se hiciese cargo de mí en otro idioma una familia de paso entre Albania y Luxemburgo. Siempre he encontrado aburridos el equilibrio emocional y la estabilidad social. De hecho, a las doce años recuerdo haber empezado un diario personal que estrené con una anotación sobre la idea decepcionante de que las normas me impidiesen tener unos padres distintos cada poco tiempo.

La verdad es que yo era un niño pensativo y solitario que leía mucho, pensaba demasiado y estaba seguro de que para ser escritor lo mejor sería procurarme algún sufrimiento; unos buenos sabañones en las manos, sin ir más lejos, o una carga autobiográfica que fuese al menos tan pesada como el gabán de don Benito Pérez Galdós. En la calle jugaba solo muy a menudo. Sentía envidia de los muchachos atrevidos y fue en ellos en quien me inspiré años más tarde para entender que si uno no tiene grandes conflictos emocionales que le estimulen a ser creativo, lo mejor será que consiga tener alguna cicatriz. Un costurón no garantiza el éxito literario pero genera expectación, igual que aquellos chiquillos de la calle atraían a las niñas no porque fuesen inteligentes y razonables, sino porque en vez de tener en la cabeza una idea, como tenía yo, lo que tenían era una pedrada. Entonces no me daba mucha cuenta de eso, pero ahora sé que los tipos solitarios que combatieron en la guerra no son admirados si regresan vencidos, pero al menos son compadecidos si vuelven lisiados.

En definitiva, me gusta la soledad y la cultivo. Y si no comprendo muy bien que alguien se esfuerce tanto en hacer amigos, es por lo difícil que resulta luego perderlos.”

Las viñetas

AL MENOS 12 MUERTOS EN EL ATAQUE CONTRA EL SEMANARIO SATÍRICO "CHARLIE HEBDO"La tentación ante los recientes crímenes de París es no escribir. ¿Para qué? ¿Qué puede uno aportar de nuevo ante los ríos de tinta que van a dar a la mar, que es el morir? Poca cosa. Pero escribiré porque hay algo que me preocupa, me desazona al punto de que creo que no hay solución. Hay una corriente de opinión muy amplia en Occidente que descree de su propio sistema de valores, que naturalmente es imperfecto y en cuyo nombre también se mata y se miente. Esa corriente de opinión incluso ante un hecho tan diáfano como los asesinatos en la redacción de “Charlie Hebdo”, con los cadáveres aún calientes, se apresura a trazar una equivalencia entre el sistema occidental y lo que podríamos llamar islamismo, para concluir que sí, pero que no, que ellos matan pero que hay una larga serie de antecedentes que explican esas matanzas, en una suerte de sutileza de lo que podríamos denominar “y tú menos”. Por ese camino podríamos llegar a Caín y Abel para explicarlo, cuando no justificarlo todo.

El escritor francés Jean Baudrillard, escribía en 1990, en su libro “La transparencia del mal”, en alusión a la sentencia a muerte dictada por el Irán de Jomeini contra Salman Rushdie por la publicación de su novela “Los versos satánicos”, algunas reflexiones que vienen al cuento:

“El Islam entero, el Islam actual, que no es en absoluto el de la Edad Media y que hay que apreciar en términos estratégicos y no morales o religiosos, está a punto de hacer el vacío alrededor del sistema occidental y de practicar de vez en cuando, mediante un solo acto o una sola palabra, unas grietas en este sistema por el que todos nuestros valores se precipitan al vacío. El Islam no ejerce una presión revolucionaria sobre el universo occidental, no amenaza con convertirlo o conquistarlo; se contenta con desestabilizarlo mediante esta agresión viral en nombre del principio del Mal. (…) La estrategia del ayatolá es sorprendentemente moderna, al contrario de lo que pueda afirmarse. Mucho más moderna que la nuestra, ya que consiste en inyectar sutilmente unos elementos arcaicos en un contexto moderno: una fatwa, un decreto de muerte, cualquier cosa. Si nuestro universo occidental fuera sólido, eso no tendría el menor sentido. Por el contrario todo nuestro sistema se hunde en él y le sirve de caja de resonancia: ejerce de supraconductor del virus.”.

En fin, así hablaba Baudrillard en 1990. No sé cuánta razón tendría, ni creo que la realidad sea fácilmente explicable, asimilable y digerible, pero en todo caso me parece que sus palabras podrían tener alguna vigencia. Al menos merecen formar parte del debate en la misma medida que las de quienes a fuerza de cogérsela con papel de fumar terminan, indirecta y sutilmente, claro, culpando a las víctimas de su propia desgracia, que es la nuestra.

P.D. Recomiendo este artículo de Enric González en “El Mundo”.