Las historias de Juan Luis Cebrián
He leído con gusto y atención “Primera página”, el libro de memorias periodísticas de Juan Luis Cebrián, un personaje caído en desgracia en la opinión pública y publicada progresista, pues en la conservadora nunca se le quiso ni bien ni mal. Fue el tipo más odiado después de Polanco, cuando no a la par, entre los lectores de ABC, los oyentes de COPE y otros medios más templados. Yo mismo lo tengo entre mis demonios antes que entre mis santos y he escrito de él cosas subidas de tono como esta: “La muerte de Polanco fue el momento en que arranca la decadencia de “El País”, con el encumbramiento en solitario de Juan Luis Cebrián, sin duda el personaje más siniestro del periodismo español contemporáneo, habiéndolos de tanto fuste en la perversidad y el matonismo. Quizá en los últimos setenta años solo haya rayado en bajeza con él Emilio Romero, que fue el recadero periodístico del franquismo, maestro del propio Cebrián, con mejor pluma, aunque sin Academia”. Dicho esto está dicho mucho, pero no todo. Cebrián no me gustaba antes, ni me gusta después de leer su libro. Pero el libro me ha gustado. Por varias cosas: porque relata interioridades y momentos relevantes de la Transición, un periodo histórico sobre el que yo mismo he escrito, y porque me permite acercarme por dentro a “El País”, un medio que es un mito, el gran mito periodístico de la democracia. Naturalmente, penetro en el periódico que me muestra Cebrián, pero la suya es una versión tan autorizada como importante, parcial también, claro está. Lo primero que siente uno leyendo “Primera página” es envidia. No ya por ser el director de ese gran artefacto, pues hasta en los sueños retrospectivos conviene ser moderado, sino por no haber formado parte de su plantilla en los primeros tiempos heroicos o en los dorados que siguieron. Cuando llegué a la facultad, en el 79, casi todos los aspirantes a periodistas queríamos trabajar en el diario de Miguel Yuste.
Cebrián cuenta cosas de mucho fundamento y enjundia, traza un relato de época a través de su propia vivencia periodística. Juan Luis era hijo de Vicente Cebrián, personaje influyente en la prensa franquista, lo que le permitió con menos de 20 años ser redactor jefe de “Pueblo” y más tarde subdirector de “Informaciones” y director de los informativos de TVE en las postrimerías del franquismo, con Arias Navarro en la presidencia del Gobierno, tras el asesinato de Carrero Blanco. Con 31 años se convirtió en el primer director de “El País”, cargo en el que permaneció durante 12 años, antes de pasar a ocupar el puesto de consejero delegado de PRISA. A través de esa plataforma privilegiada, el periodista conoce las tramas y entramados de la política española, a sus protagonistas y a los grandes personajes de la vida social y cultural de nuestro país y de otras naciones, especialmente las hispanoamericanas. Son esas experiencias profesionales las que hacen interesantes y por momentos apasionante el libro. Un momento culminante, la tarde del 23 f del 81 cuando El País decide sacar una edición especial. Cebrián, dice, llamó a Pedro J Ramírez, director de “Diario 16”.
- Vamos a sacar una edición especial, Pedro, y me gustaría que lo hicierais vosotros también.
- Pedro J -cuenta Cebrián- se resistió alegando entre titubeos, un gesto habitual en él, que le resultaba imposible hacer una cosa así porque no tenía equipo suficiente.
- Vosotros sois un gran periódico y tenéis muchos más medios -habría replicado Pedro J.
- Tú lo que tienes es miedo -le contestó Cebrián. No es que no tengas medios, es que no tienes huevos.
- (Por cierto, que aunque nada dice al respecto Cebrián, e independientemente de “titubeos”, el periódico de Pedro J, “Diario 16”, sacó una edición horas después de la entrada de Tejero en el Congreso).
En el libro de Cebrián hay momentos que se me antojan hilarantes: “A pesar de las muy fuertes discusiones que mantuve con Polanco, los dos éramos conscientes de que pretendíamos lo mismo: el éxito de nuestra empresa y la institucionalización del periódico. No había ningún asomo de ambición personal, política o económica, por parte de ninguno”.
A la prosa de Cebrián le falta relieve, siempre ha sido plana y sigue siéndolo, pero ello no va necesariamente en detrimento de la historia. Él valora en el libro a quienes están dotados de esa gracia sintáctica, de Umbral a Martín Prieto, si bien es rácano en los adjetivos ponderativos, cuando no despectivo. No endiosa a nadie, ni siquiera a Polanco, y si hubiera que destacar a un gran personaje de ese tiempo sería el propio Cebrián, casi nunca por alusiones, pero sí por elusiones y a través de sobreentendidos. Con todo, tiene algo de autocrítica y no se pinta como un hombre puro, pero tampoco era imaginable que se flagelara en público. El libro es ameno, recomendable para quienes estén interesados en nuestra historia reciente y en la peripecia del diario “El País”. Yo lo he leído, me ha gustado y dejo constancia.