Teófilo. Colaboración especial de Julián Salgado

Teófilo en la librería Cervantes de Asturias. Año 2016

Teófilo en la librería Cervantes de Asturias. Año 2016

La vida nos va modelando a través del contacto con los otros en un proceso de decantación continua cuyos resultados se alcanzan a contemplar en perspectiva únicamente a partir de una cierta edad. Es entonces cuando se obtiene la conciencia cabal de todo lo que de los demás hemos adquirido y, lo que es más importante, de la condición crucial que determinadas personas han tenido en nuestro devenir. En una palabra, sabemos que nuestro tiempo en la Tierra habría sido diferente si no nos hubiésemos cruzado con determinado “alguien”. Y ésa es la convicción que tengo para mí acerca de Teófilo.

A la altura del año 1974, en un país confundido y en una universidad convulsa, pocas cosas mejores se podían hacer fuera de las aulas -una y otra vez cerradas por las movilizaciones contra un régimen agonizante- que acodarse en cualquier barra de tasca de Argüelles a conversar bajo la excitación del momento histórico. Ahí, en compañía de muy discutibles vinos de Montánchez o Cacabelos, ejercía Teófilo de amigo, maestro y líder. Apasionado hijo de la razón, nos contagiaba su obstinado escepticismo, su agudeza crítica, su riguroso conocimiento, su ambición intelectual. En una misma conversación podía poner las cosas en su sitio respecto a las verdades y mistificaciones de mayo del 68, los procesos de revolución y reforma en América Latina, el futuro de la vanguardia teatral y, finalmente, regalarnos su secreto para hacer sublime un buen cuba libre que no era otro que rematar la mezcla con un par de golpes de angostura. Y, al día siguiente, más. Más preguntas a Teófilo, más recomendaciones de Teófilo, más proyectos por explorar, más carcajadas sarcásticas a propósito de tantos y tantos sucesos surreales que punteaban la incipiente transición política.

Escribo cuando se cumple exactamente un mes de la marcha de Teófilo. Hasta ahora no he encontrado las fuerzas para hilar mínimamente estas notas. Por la dificultad emocional para asumir su ausencia pero también por la infinita concentración de recuerdos y reconocimientos que, en justicia, debería evocar aquí. Su visionaria lucidez para embarcarnos ¡¡¡ a finales de los 70 ¡!!! en la producción y puesta en antena de un programa de informática. Su audacia para constituir una sociedad anónima que nos permitiera competir con las grandes cadenas radiofónicas por las nuevas licencias de emisoras de frecuencia modulada. Su ilusión cotidiana durante los días de director de la emisora local de Antena 3 en Alcalá de Henares donde, definitivamente, me inoculó el veneno de la radio, un medio al que yo no tenía un especial apego y al que, gracias a él, dedicaría desde entonces mi vida profesional. Nuestra dedicación al periodismo se bifurcó en distintas trayectorias pero Teo siempre estaba ahí. Para abroncar a alguno de los “suyos” si es que aflojaba o dudaba de sus capacidades al enfrentar algún reto y, de paso, ofrecerle su orientación generosa. Para celebrar éxitos o advertir de riesgos. Para compartir emociones y fabada.

Teo en sus años de oficial de la Marina Mercante

Teo en sus años de oficial de la Marina Mercante

Mi tiempo al lado de Teófilo es, en buena medida, mi “bildungsroman”, mi “novela de formación”, porque -como tantos que hoy le lloramos- aprendí mucho de él. Ojalá que también el coraje, el impulso y la fuerza de un gigantesco ser humano capaz de resumir en cuatro frases su estado de salud -durante tantos años de lucha contra la enfermedad- para inmediatamente pasar a los “asuntos”, a sus/nuestras cosas, a Nietzsche o a Monseñor Escrivá, a las imposturas políticas, a la reflexión sobre la naturaleza de las pasiones, o a las pulsiones de un futuro -para Teo- siempre excitante pese a todo.

Echar de menos a Teófilo es la condena agregada a la desolación de su pérdida porque no están los tiempos para prescindir de tipos como él. Con lo justitos que vamos de sensatez, de sabiduría, de buen gusto y de criterio, la salida del escenario de Teo es una grieta que nos hace, a quienes le queremos, más pobres y más vulnerables frente a la banalidad, la ramplonería y las simplezas. Por fortuna nos queda la inspiración de su manera de leer el mundo y unas cuantas frases muy suyas incorporadas a nuestro lenguaje diario. ¡Hasta siempre, torero! ¡Hasta siempre, querido amigo!

 

Teófilo Ruiz, marinero en esta tierra

Con Teo, en San Pedro del Pinatar, hace varios veranos

Con Teo, en San Pedro del Pinatar, hace varios veranos

Teófilo Ruiz nos ha dejado a los 72 años, después de ese eufemismo que da en llamarse larga y grave enfermedad y que en su caso ha sido una batalla sostenida y admirable a lo largo de quince años con un cáncer que terminaron siendo tres y que se convirtió en el cáncer total. Y le mantuvo el pulso y la mirada, sin perder las ganas de vivir, de alternar con los amigos, de correr y cuando no podía correr, andar, de leer como un don Quijote cuerdo, y de escribir varios libros, uno de ellos sobre el OPUS DEI y otro sobre Nietzsche, que ha sido la pasión intelectual de su vida. Teo, que tenía un bigote breve de presocrático de Puertollano, leyó a los clásicos en los barcos en los que recorrió el mundo en su primera juventud de oficial de máquinas en la marina mercante. Pero su afán más hondo fue el periodismo, de manera que cerró el cuaderno de bitácora y se quedó en marinero en tierra, con matrícula en la Facultad de Ciencias de la Información. Como tenía una amplia cultura y el periodismo de finales de los sesenta/setenta solía valorar más la almendra que la cáscara, Teófilo comenzó a publicar en seguida temas de portada en “Triunfo” y “Tiempo de historia”, las míticas revista de Ezcurra y Haro Tecglen.

Manolo Martín Ferrand lo nombró director de la emisora en Alcalá de Henares de la naciente y pujante Antena 3 Radio. En la COPE trabajó con Manuel Antonio Rico y con Fermín Bocos, hasta que la SER decidió ficharle. Fue uno de los momentos más amargos de su vida, porque, caballeroso como era, se despidió de la COPE antes de firmar con su nueva emisora, con la mala fortuna de que en ese paréntesis cambió el director general de la SER y él se quedó en tierra de nadie y en el paro. No tardaron en llamarle de Radio Exterior de España. Ahí lo conocí yo en el otoño de 1988, en las profundas madrugadas, y en seguida nos hicimos amigos. Nos queda la amistad a Ceferino Montañés, a Enrique Jacinto, y en el recuerdo siempre, la malograda Mertxe Martín Gaitero.

       Cuando en 1989 aparece en el firmamento audiovisual Tele-Madrid, Fermín Bocos, director de informativos, se acordó de Teófilo y lo reclamó para incorporarlo a las filas de la que en seguida

Tertulia del "podólogo"

Tertulia del “podólogo”

sería exitosa cadena. Teo fue durante años editor de distintos tele-noticias, tanto en la época política de Leguina, como en la de Gallardón, pero cuando llegó, como una ola, Esperanza Aguirre se lo llevó por delante, como a tantos otros magníficos profesionales. Disciplinado y respetuoso como era, nunca protestó por hacer lo que podríamos llamar trabajos menores, lo que ocurre es que cada vez lo fueron orillando más, hasta amargarle la vida, y como ya andaba con su cáncer a cuestas se prejubiló a los sesenta y algunos. Antes había sido director de Onda Madrid.

            Lo malo de escribir obituarios es que este es un género en el que siempre se colma al difunto de loas y se le cuelgan medallas de toda condición, y acostumbrados como estamos a esa catarata de elogios asistimos a la tormenta biográfica perfecta como quien oye llover. Y, sin embargo, no todos los muertos son iguales. Y el que glosamos hoy es un tipo muy especial, no ya por su caudalosa cultura y su buen ejercicio periodístico, que también, sino y sobre todo porque ha sido un hombre de los que dejan huella. Octavio Paz escribió en “La llama doble” que los antiguos consideraban superior la amistad al amor. Teo, que amó mucho, fue un cultivador minucioso e incluso primoroso de la amistad. Son estos los hombres que le dejan a uno huérfano cuando se van. Deja dos hijos, Fernando y Dani, una exmujer, Marisa, a la que llamaba todos los días, y su última y gran compañera, Celia Martín Jiménez, que le ha querido, le ha cuidado y ha disfrutado de su presencia en estos tres lustros de sombras, pero también de alegría y amena conversación. Lo más grave ahora es saber, ¿con quién va uno a hablar como hablaba con Teo? Los dioses del recuerdo nos lo conserven.

Recordando a Teo. Maestro, hasta siempre. Colaboración especial de Enrique Jacinto

Teo

Teo

 

 De Teófilo, Teófilo Ruiz, ya solo nos queda su recuerdo, su buen recuerdo, porque se ha marchado definitivamente. Me siento como si hubiera desaparecido mi hermano mayor, entre otros motivos, porque Teófilo me tenía calado…
 Él era el amigo que me daba  los buenos consejos, seguramente los mejores consejos. Nunca le vi perder la compostura: para mi, era el paradigma del equilibrio. Además, era el que aglutinaba al grupo de amigos; para nosotros, era el Maestro.
 La relación que mantenía con los demás, por lo que yo viví, siempre era en positivo, y sin aspavientos. En los últimos años, cuando el deterioro de su salud se agudizó, a sus amigos nos llamaba la atención su entereza física y mental, y el hecho de que no perdía la esperanza y la naturalidad. De hecho, días antes de su partida, me decía, convencido, “torero, todavía tenemos que hacernos muchas risas por ahí”.
 Y, a pesar de su circunstancia personal, siempre estaba pendiente de los demás; por ejemplo, preocupado por el devenir de mis hijos, especialmente de mi hija, a la cual él apreciaba…
 Ya no podremos seguir aprendiendo de Teófilo, pero, afortunadamente, hemos tenido el privilegio de compartir sus enseñanzas en todos los ámbitos, incluido el intelectual (recomiendo a todos que lean sus libros sobre Nietzsche ó sobre el Opus Dei).
 Se ha marchado alguien que consiguió lo más difícil: ser persona.
Enrique Jacinto

Enrique Jacinto

 

En la muerte de Teófilo. Siempre pena, nunca olvido. Colaboración especial de Ceferino Montañés

Teo con Tirado

Teo con Tirado

A veces las palabras se agolpan en la garganta, que es el peor lugar del mundo donde pueden nacer las emociones. La muerte de un amigo como Teo, que ha sido (y seguirá siendo) parte esencial de la columna vertebral de mi biografía, me deja una estela no de pena ni dolor siquiera, sino una sima donde van cayendo como piedras las lágrimas que no derramo. Teo era un abrazo, una sabiduría, un apoyo, un estímulo, un ejemplo de generosidad y bondad. Una caravana de recuerdos se acumulan ahora en mi memoria y se entrelazan de manera confusa, no por falta de clarividencia, sino por ser muchos. Ciudades, paisajes, Madrid, Asturias, que tanto quería y en donde tanto disfrutaba de la gastronomía y de la sidra. Poniendo aquella pasión suya, contenida, en cada resquicio de la vida, pero eso también se agotó o se fue agotando paulatinamente con la enfermedad, que tan solo le dio un momento de tregua. ¿Para qué quieres que vaya?, me decía los últimos meses, si ya no puedo disfrutar de lo que más me gusta. Se estaba escribiendo ya el prólogo de esa imaginaria novela efímera de su biografía, con el alma astillada por la ausencia.

Ceferino Montañés

Ceferino Montañés

Teo ha partido hacia ese viaje interminable de la eternidad sin tiempo. Ya no podré volver a compartir con él las sobremesas donde decía: “para vivir así, vale más no morirse nunca”. Su sentencia no ha podido cumplirse sempiternamente, aunque yo sé que él también lo sabía. La muerte, pese a todo, no acaba con todo. Teo perdurará en mi memoria por el tiempo que me toque vivir. Su apoyo y su interés generoso por todo lo que hacía y me pasaba, lo seguiré percibiendo siempre. Teo continuará conversando y caminando a mi lado como una sombra tangible y real hacia ese horizonte del mar al que tanto queríamos los dos.

Salvador Pániker, místico y libertino

Salvador-Paniker-partidario-nuevas-fronteras_EDIIMA20131228_0031_18Salvador Pániker se ha muerto a los noventa, en un momento en que quizás estaba dejando de ser nuestro coetáneo, y no es que él se estuviera quedando viejo, sino que nosotros estamos envejeciendo demasiado a prisa. El nuevo siglo no nos ha sentado del todo bien, pese a los indudables avances tecnológicos que han venido a dar alas a nuestra cotidianidad. Tengo la impresión de que por culpa del terrorismo internacional y de otros ismos hemos retrocedido algunas casillas en el tablero de la modernidad, nos hemos vuelto más tristes y desconfiados de manera que poco a poco hemos ido perdiendo de vista la estela mística, filosófica y libertina del maestro.

Barcelonés de 1927, de padre indio y madre catalana, la figura de Salvador Pániker deslumbra por su solvencia intelectual y por su búsqueda de un horizonte que estaba delante, pero también detrás. Tal vez su mayor aportación filosófica sea la del pensamiento retroprogresivo, según el cual cada paso auténticamente significativo que damos hacia el futuro conlleva un regreso al pasado. El progresismo de Pániker es original en el sentido de que va al origen. El pensador indio-catalán propugnó una filosofía alejada del dualismo que orienta el judeo-cristianismo, con su división tajante entre cuerpo y alma, que arrastra consigo una visión dual general del mundo. Pániker tuvo un pie en su oriente paterno y otro en su occidente materno, estudió con el mismo afán teórico y práctico las letras y las ciencias, fue a la vez un contemplativo y un hombre de negocios, con incursiones en la política: fue diputado de UCD durante 24 horas; fue editor de postín y escritor de éxito, hombre de vasta cultura, mujeriego, espléndido conversador y acomodado, que vivía en el barrio barcelonés de Pedralbes. Comprendo que la letanía de virtudes suele acompañar a los muertos, pero he sentido fascinación por el autor barcelonés desde que leí a principios de los noventa su Primer testamento y su Segunda memoria. Después tuve la suerte de entrevistarlo en 1999 para un reportaje sobre la new age, que nunca llegó a emitirse, que propició una anécdota que conté hace unos años en este mismo blog y que pueden consultar aquí.

Uno de los libros que más me han interesado es Filosofía y mística, en el que realiza un documentado y fantástico viaje por el pensamiento griego. Parte de la idea de que no estamos interesados por los griegos por un afán arqueológico, sino porque nosotros seguimos siendo los griegos. En su equipaje vital figura una hija muerta a causa de las drogas, una mujer singular, Nuria Pompeia, que fue su esposa y con la que mantuvo la relación de amistad después de la separación, amigas en distintos grados, con una joven amante que le acompañó todavía en los penúltimos escalones de su vejez, un hermano, Raimon, que fue sacerdote del Opus Dei y con el que tuvo frecuentes desavenencias intelectuales y familiares.

Pániker, que había sido un católico convencido en su primera juventud, decía que lo más triste del judeo-cristianismo es que es una religión sin humor, y citaba al filósofo Cioran, quien escribió que sin Bach, Dios hubiera sido un personaje de tercera categoría. Puede que la faceta que le haya hecho más conocido en las últimas décadas haya sido su defensa de la eutanasia, a través de la Asociación por una muerte digna. Arrastró durante buena parte de su vida una delicada salud de hierro, “soy un enfermo crónico con euforia farmacéutica”, le contó a Sánchez Dragó.  Aventurero de alma y sedentario de cuerpo, Pániker se ha apagado lentamente, al compás de su reloj biológico, sin necesidad de echar mano de la asociación que con tanta determinación presidió.

Ausencia. Colaboración especial de Macaón

descarga “Las formas de lo divino se sienten en la ausencia”  

(María Zambrano)

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                           

El beso seco

 la mueca  

 el quejido mudo.

 

Llega el pleno día y todo sonríe al sol, y los pájaros se echan a cantar, después, durante muchas horas, no había nada que oír ni que ver: sólo la ausencia. Y te has ido, sí, te has ido, ay. Trago saliva con mi rostro enquistado y no sé explicar pero duele en los rebuscos de la especie. Apareció el Tigre de Ocaña arrastrado por un mozo de cuerda, pero mordía como un esturión tirano. La ausencia que ladra y abuchea y nunca tiene sueño. Echo de menos hasta lo que nunca tuve. La chupona ausencia  que sopla como aire de  sótano. Contemplo ojos con reflejos de luna vieja mientras las cejas se vencen y ríen. No hay vapores desnudos ni las escaleras terminan en alto, las moscas escasean y los olores se disipan sin apenas polvo. La ausencia (que canta como lágrima  de ciego) te deja pávido, perro lobo, gonococo, y los días se convierten  en agua oxigenada. Quebrantado me levanto como un viejo combatiente contra la pared. Me siento enculado, un en mí retirado, un devuelto a mí, un desterrado. Tan de los dioses repelido que no tengo ni un perro dormido al sol ni un gato errático, tampoco un grifo que cerrar. No puedo contar el número de huesos que me separan de tu cuerpo ausente y, ¿dónde están los músculos de mi estómago? Mis sentidos se conturban. Miro de frente o de reojo, pero no veo ningún zapato debajo de la cama, sólo escucho el zumbido sordo del pasillo, el castañeo de los tenedores, que son los ruidos más solitarios del mundo. Siempre pasa la ausencia por detrás de las espaldas. Son las doce de la noche de un clima brujo, y sigo sin encontrar la huella de tu lengua. Enciendo una luz que en cápsulas de silencio voy apagando. No estás. No está. Qué tiempo, qué memoria.

 

Malvenido Mr. Trump. Colaboración especial de Pilar Pineda

descargaCuando Ronald Reagan abandonó la Casa Blanca, en 1989, tuve la tentación de enviarle una carta, y si no lo hice fue porque no supe a dónde, puesto que precisamente en la Casa Blanca ya no estaba. Quería expresarle mi gratitud, mitad sincera, mitad irónica, por los momentazos mediáticos con que nos había obsequiado, y dejar claro que, con ser un tipo odioso en lo político, en lo personal me resultaban entrañables su perfil de vaquero expresionista (en muchos moteles y bares de carretera de Estados Unidos cuelgan tíos así, dibujados en neón con revolver y sombrero) y su falsa candidez de paleto perdido en la ciudad, más parecido a esos turistas ancianos de sandalias y gorrito que a un superstar de la política norteamericana y por ende mundial.
       De su sucesor, y del sucesor del sucesor, no puedo decir nada amable, aunque también soy capaz de encontrar, con grandes dificultades en los dos casos, un atisbo de piedad eximente, el equivalente perdonador a ese punto de contrición de que hablaba el Tenorio. De Bush padre apenas recuerdo otra cosa que aquella pota memorable que soltó en un banquete ofrecido por el gobierno chino. Hay otras formas de decir a a opinión pública que no te gusta la comida china, pero el tiró por la calle de enmedio y seguro que se quedó tan a gusto. De Bush hijo, por no abrir el aterrador avispero que sabemos (y que estamos pagando tan caro) sólo destacaré el  pésimo gusto que tuvo para hacer amigos españoles, con la gente tan maja y tan presentable que hay en mi país. En fin, que por más que miro hacia atrás, no encuentro a ningún presidente de ese país que no se merezca siquiera un segundo de involuntaria simpatía, de empatía elemental o,  al menos de clemencia. Nada que ver con esto.
       “Esto”, con “o”, no es ya un error de la democracia norteamericana ni de su sistema electoral, sino de la evolución. Los humanos de hoy tenemos algo en la mirada que nos diferencia de los saurios, los reptiles, los selacimorfos… Los ojos humanos expresan. Lo que sea, pero comunican algo; dejan reconocer, tras la inquietante semitransparencia del fondo blanquecino y la pupila de color, una respuesta del alma, un interior palpitante y actuante. No es el caso de nuestro hombre, que no lleva nada, pero nada de nada, debajo de esas dos cejas, teñidas y maquilladas como para el reality del que nunca debió salir. No habla con los ojos, no interioriza, no procesa lo que vé, ni devuelve el imprescindible feed-back de quien ha dejado pasar la realidad a su cerebro y deja allí, cociéndose, su particular interpretación. Tampoco se expresa con los músculos de la cara, como hace todo el mundo, sino que se limita a activar el modo sonrisa o el modo enervado con indiferencia mecánica, con desprecio total del significado de cada cosa. Los expertos en lenguaje no verbal ya señalaron ese déficit de simpatía, la nula intención de seducir con el encanto y sí de amenazar con la hostilidad y el miedo. “Dos expresiones faciales que deben ser fuertemente evitadas, aunque el no lo hace, son la repugnancia y el desprecio Donald Trump muestra desprecio y desagrado mucho más a menudo de lo que debería, y más que cualquier candidato presidencial americano desde el advenimiento de la televisión. Esto reforzará la satisfacción de sus votantes, a los votantes, pero acentuará la animosidad de sus detractores”. No sé si cabe, a los pocos días de su toma de posesión, mayor animosidad.
       ¿Y qué decir de la voz? Es proverbial la llanura monocorde de los dictadores, la pesadez rítmica, la ausencia de color, calor, movimiento, sentimiento, énfasis… “America-great- again”, tres zafios martillazos en la mesa repetidos como un mantra torvo, maligno, desafiante y fanfarrón. América nunca ha sido tan grande como cuando sus hijos, nacidos allí o no, han mirado con altruismo y piedad a los que sufrían miseria y marginación, y les han ofrecido manos generosas y leyes justas. A estas horas, según acabo esta modesta y absolutamente pesimista impresión escrita, ciudadanos decentes que volvían de sus países, Iraq, Yemen, etc…. se han encontrado de buenas a primeras, no con advertencias o restricciones legislativas, sino con que no pueden -¡no pueden!- volver a sus casas y ver de nuevo a sus familias. Sólo un botón, de una lista que sabrá Dios, y nosotros, por desgracia, cuándo y dónde se detiene.
       ¿Debo seguir, continuar esforzándome para acertar con los adjetivos adecuados, para expresar tantas ideas tristes y envenenadas como me rondan por la cabeza?  De verdad que lo siento, pero no puedo. No tengo ya palabras. Malvenido, Mr. Trump. O más exactamente, mal nacido.

Una tentación realmente bárbara

barbara-reyDe lo de Bárbara y el monarca hoy emérito lleva hablándose hace por lo menos un cuarto de siglo: así, en pequeños círculos, que se iban agrandando, en un boca a boca que como un runrún bajaba de palacio a las tabernas de la plebe, pasando por los círculos generalmente bien informados. De lo de Bárbara y de lo de otras mujeres de hermosa presencia física y suficiente resonancia social, hasta llegar a Corina. Yo mismo me recuerdo yendo con esa mercancía a mis amigos y allegados hace toneladas de años; pero esas cosas quedaban envueltas en una cierta neblina de irrealidad, un sí es no es, entre la puñetera envidia y la quimera, entre la lujuria y la calumnia. ”Lo siento, me equivoqué, no volverá a ocurrir”. La leyenda de la bragueta fácil de los Borbones es antigua y acreditada y este pueblo no es de natural pudoroso ni inquisidor con los asuntos de ingles, de manera que la pérdida del estado de gracia de don Juan Carlos vino antes por el elefante abatido en África que por las piernas nobilísimas de Corina, coincidiendo todo ello con un clima de sospecha general del que ya no pudo escapar el rey.

Lo de Bárbara es otra cosa. Lo de María García García, familiarmente conocida como Marita, natural de Totana, Murcia, 66 años, y rebautizada para la gloria de las variedades como Rey es asunto hecho de noche y alevosía, de corazón de piedra y frialdad glacial. Acostarse con el rey no es en el fondo un tema de mayor alcance y de ello podrían dar cuenta otras mujeres del famoserío nacional que también han pasado por la cama del don Juan de palacio. Tráfico de lujurias y vanidades, del que no queda nada más allá de la memoria íntima de los protagonistas. El factor diferencial en el caso Bárbara es el chantaje, eso es lo realmente bárbaro de este cuento. Esta señora, de palmarés largo, casi infinito, como sus piernas, vino a Madrid muy consciente de las prendas que atesoraba, con las ideas claras y la cintura fácil. Quienes se sorprenden de cuestiones como la que se ventila estos días en los digitales tendrían que preguntarse si Bárbara Rey lleva una vida viviendo en un chalet de lujo en La Moraleja gracias a los beneficios sacados de sus películas y canciones, si acaso completados con lo que le quedó de su aventura en el circo con el pobre Ángel Cristo. Que Bárbara tiene pocos escrúpulos no necesita de mucha explicación, que quizá tampoco ha tenido demasiada cabeza al entrar a lidiar con los Servicios Secretos del Estado parece también palmario. La bella de Totana se arriesgó en su día, tal vez, a aparecer en una cuneta como una muñeca rota.

En este cuento del rey y la Rey me gustaría que nos retratáramos todos. Yo, el primero. Las señoras pueden cambiar a Bárbara por un objeto de su deseo, no sé Clooney, quien quieran. Si se me permite la licencia voy a otorgar a Bárbara el papel del demonio. Pareciera que cuando se habla de tentaciones nos imagináramos a un diablo horrible con rabo. Ese demonio no se llevaría al huerto a nadie. Hay que ponerse en la tesitura, no sé, finales de los 70, años 80, aquella mujer colosal, con curvas como una autopista del deseo, todo sexo. Que cada cual secretamente considere si hubiera resistido la tentación. Demos en imaginar que el monarca hoy emérito descubrió de pronto, marcada en el trasero de la vedette la cifra mágica, 666.

Y luego lo buena que estaba. Lo mala que era.

El extraño caso del escritor Juan Manuel y míster de Prada

AromaJuan Manuel de Prada arrastra una fama, no diré que inmerecida, de niño repelente, que se ha hecho mayor, de meapilas contumaz y de impertinente por vocación en tiempos de consensos pusilánimes. Lo que no se le puede negar, a menos que uno se empeñe en militar en las falanges de la ceguera, es poderío de escritor. Con veintipocos años debutó en la república de las letras con un libro de raíz ramoniana titulado “Coños”, que fue bendecido por su entonces idolatrado Francisco Umbral. En seguida publicó su primera novela, “Las máscaras del héroe”, tan brillante que le costó la amistad con Umbral, al parecer celoso con el alumno, demasiado aventajado. Con 25 años ganó el premio Planeta con “La tempestad”, la que a juicio del propio autor es su peor libro. Luego ha seguido escribiendo novelas, unas más acertadas y otras menos, que yo no he leído, y artículos en ABC y otros papeles de la derecha. No me gusta como columnista, y no por su temática e intención, sino por su estilo cargado de nicotina de moral (moralina) y prosa empachada, despachada en mazacote. Lo que no ha perdido es su aire de literato que vive gustoso a la contra y que no tiene amor más perdurable que el que le hace vivir arrejuntado con las metáforas.

umbral-cordonportLa última novela de Juan Manuel de Prada, “Mirlo blanco, cisne negro” me parece una verdadera joya, obra menor podemos considerarla en razón de su alcance temático, pero una fiesta para cualquier lector no envenado de sectarismo. Es una historia desarrollada en el mundillo de la literatura, un retrato mordaz y descarnado sobre las figuras y figurones de la constelación, los trapicheos editoriales, los suplementos de libros (“Barataria” y otros). Hay personajes en clave como Andrés Trapiello o Javier Marías, muy fáciles de descifrar, pero más allá de lo que podemos considerar pequeñas vendettas es una novela ambiciosa, sostenida por una trama consistente y entretenida, y en la que si algún personaje es despellejado es el propio De Prada, que sería el mirlo blanco, pero que tiene también mucho del cisne negro. Dos tipos distintos, que en buena medida son uno, ubicados en dos secuencias temporales. Aun así, la novela no es solo eso, ni de Prada es de Prada, ni nadie es exactamente nadie. El cisne negro es en cierta manera Francisco Umbral, que tira los libros a la piscina de su chalet, y cuya infancia de niño de inclusa y su etapa de artista adolescente,  coincide casi punto por punto con la del original. Ahora bien, el personaje tiene otras proyecciones, que engloban al propio de Prada, aunque no exclusivamente.

De Prada ha reconocido que esta novela es en alguna medida la de su reconciliación con Umbral. Me parece que sí. El joven autor de “Coños” quedó atrapado y enamorado por la prosa y la personalidad umbralianas, en una amistad que por razones diversas se rompió muy pronto. Desde entonces De Prada dejó caer un completo silencio sobre su primer mentor, silencio que ahora ha roto novelísticamente y lo ha hecho en una aproximación que podríamos considerar un homenaje, personal y como escritor, pese a que el libro, antes que un collado de ternura es una poderosa bomba incendiaria. Aun así, tengo la impresión de que Umbral es rescatado por De Prada, aunque ma non tropo, pues el escritor aquí hace ajuste de cuentas con todos los personajes de la farándula literaria, empezando por sí mismo. Una novela, en fin, esta “Mirlo blanco, cisne negro”, tan deliciosa como amarga. No me extraña que haya pasado bastante inadvertida en el mundillo literario. Mi recomendación es: léanla.

El valor de un cigarrillo. Colaboración especial de Macaón

descarga (3)“Cuando fumo me fumo hasta el humo”, verseaba Edmundo de Ory. Otro verso pero del “loco” Panero: “Mi hermano muerto fuma un cigarrillo junto a mí”. El provocador Bukowski: “Es mejor simplemente existir mientras el cigarrillo acaba”, o el atrevido Lezama Lima: “Los cigarros van reemplazando los ojos de los que no van a llegar”. Me parece que solo el poeta es capaz de profundizar en el  significado de un mágico cigarrillo y sus atractivas volutas. Afirmo que en los momentos más cruciales de mi vida, cuando algo importante estaba por decidir, la ayuda de un cigarrillo me ha sido más eficaz que todas las recomendaciones de todos los sabios (incluyendo los evangelios). Nada más puro que el humo de un cigarrillo para aclarar las ideas (…sombras a plena luz, humo en los ojos…). Yo, mientras tenga medio paquete de cigarrillos en el bolsillo, puedo soportar, sin pestañeo y con la más pacífica de las paciencias, cualquier desagradable avatar que la jodida existencia desee adjudicarme. Me gusta fumar (y beber) a solas, preferiblemente sentado, descansado, relajado. Cualquier actividad, incluso una charla, o la abstracción de un pensamiento, o una lectura, me rebaja el placer de fumar un cigarrillo. Me gusta mascar el golpetazo alcohólico, hacer sólido el humo. Thomas Mann, riguroso gran fumador, pone en boca de un personaje de su novela “La montaña mágica” (todos tuberculosos) la siguiente reflexión: “No comprendo cómo se puede vivir sin fumar. Cuando me despierto me alegra saber que podré fumar durante el día y cuando como pienso lo mismo. Sí, puedo decir que como para fumar. Un día sin tabaco sería el colmo del aburrimiento, sería para mí un día absolutamente vacío e insípido y si por la mañana tuviese que decirme hoy no puedo fumar creo que no tendría el valor para levantarme”. Thomas Mann vivió, sin mayores dolencias, hasta los 80 años. Seguro que en la actualidad hubiese llegado a los 90. Lo que dice su personaje ya me lo había dicho yo mismo, y apuro más: si me siento hastiado, aburrido, jodido, sólo me alivia un cigarrillo, y al contrario, si me siento confortable, alegre, confiado con la vida, el mayor homenaje es fumar un cigarrillo. Si me gusta pasear es para buscar un asiento al sol, en invierno, o a la sombra, en verano, y fumar un cigarrillo. El tiempo lento, el que no pasa, sí pasa con un cigarrillo, el otro, el vivaz, el entretenido, lo mejoro con otro.

Quien estas, más o menos, banalidades escribe, le fue diagnosticado, apenas hace un par de años, un cáncer de pulmón. Un neumólogo, un internista y dos cirujanos, del Gregorio Marañón, fueron tajantes: cáncer maligno. No quiero entrar en detalles, ni acordarme, de la dureza del preoperatorio (entre otras pruebas, una semana de ejercicios para aprender a respirar con un solo pulmón). El día anterior a la operación quedé a comer con dos entrañables amigos. Comí, bebí y fumé lo que me dio la gana. Hablamos y reímos de todas las tonterías que hablan los amigos. La única referencia a la operación fue la que yo hice comentando cómo disfrutaría si pudiese ir en camilla hacia el quirófano fumándome un pitillo. El protocolo (que palabra más fea) quirúrgico consiste en que te extraen (por la espalda) un trozo de pulmón que rápidamente analizan (tú estás narcotizado). Comprueban la malignidad, y  a continuación sajan lo que consideran. Todo quedó en la primera parte. No tenía cáncer, ni maligno ni benigno. Se habían equivocado. Solo era un tejido muerto, restos de una infección que tuve en la niñez (yo lo sabía y lo había advertido pero los médicos van a su ciencia que son sus máquinas). Cuando salí del hospital era feliz, y no tanto por haberme librado de tan gravosa enfermedad, sino porque pude fumarme un cigarrillo.

Disculpen tantas citas pero me veo obligado a terminar con las íntimas palabras de Fernando Pessoa con su sensibilidad y lucidez para expresar sensaciones: “Enciendo un cigarro al pensar en escribir y saboreo en el cigarro la liberación de todos los pensamientos. Sigo el humo como mi camino, y gozo, en un momento sensitivo y adecuado, la liberación de todas las especulaciones y la conciencia de que la metafísica es la consecuencia de una indisposición. Después me reclino en la silla y sigo fumando. Seguiré fumando hasta que el Destino me lo permita”. Yo seguiré con mi diario paquete de cigarrillos.