En ocasiones lo parece, en ocasiones lo somos: “museos durmientes” ante la evangelización, ante la misión de llevar el Evangelio a todos los confines del mundo. En nuestras programaciones pastorales, en nuestros ardientes deseos evangelizadores, en nuestros compromisos parroquiales… en ocasiones, no siempre, parecemos “museos durmientes”, acomodados, tal vez, en la mera conservación y en la sola exposición externa.
Vivir a contracorriente requiere de valentía, de compromiso, de responsabilidad. Vivir a contracorriente es el “día a día” de todos y cada uno de los discípulos misioneros, porque requiere superar la apatía, la tristeza, la costumbre, lo que habitualmente, y como siempre se ha hecho así, venimos repitiendo sin demasiado sentido y significado.
El Papa Francisco nos ha regalado una nueva Exhortación Apostólica que nos tiene que ayudar ¡a todos! para caminar como discípulos misioneros en nuestro constante peregrinaje.
Como título, ya lo habéis visto y seguido en los medios de comunicación, en nuestra Revista 21, es GAUDETE ET EXSULTATE, “Alegraos y regocijaos” (Mt 5,12). El Papa Francisco nos pone nuevamente en la estela de la “alegría”. Posiblemente sea una de las palabras que más utiliza en sus locuciones, homilías, escritos… la ¡alegría!, que nos hace mirar, de manera particular en estos días, la alegría del Resucitado: la fortaleza de nuestra fe.
“… el Señor se deja contagiar por su espíritu misionero…”, con esta frase, que el Papa Francisco pronunció en su homilía en la Santa Misa Crismal, del jueves 29 de marzo, podemos encontrar una invitación a vivir con intensidad misionera la Pascua de Resurrección.
Hablar de “contagiar” es hacer visible y testimoniar la alegría y la transformación que provoca en nosotros el encuentro con Cristo Resucitado, la vivencia del Evangelio, la fuerza del Espíritu Santo, en definitiva, hacer palpable ante la sociedad nuestra esperanza misionera.
La Cátedra de Misionología de la Universidad Eclesiástica de San Dámaso está de aniversario: ¡10 años reflexionando e impulsando la Teología de la Misión: la misionología! Por ello debemos felicitar a Obras Misionales Pontificias de España por su trabajo en la difusión de la formación y la animación misionera. Son los esfuerzos y el trabajo de un equipo, pilotado por Anastasio Gil, que poco a poco dan frutos, sabiendo que el tiempo es superior al espacio (EG 222).
En estos días de preparación para la Semana Santa debo confesar que en ocasiones me siento plena e intensamente sorprendido. Me siento un poco sobrepasado por todos los elementos externos que pretenden “imponer” en esta sociedad “neoliberal”, para hacer que unos días de oración y encuentro con Cristo sean realmente unos días de mercado, haciendo que se conviertan únicamente en días turísticos, exentos de toda presencia religiosa.
Hace unos años leía una pequeña publicación, que no llegaba a cincuenta páginas, titulada “El sentido del asombro”, de Rachel Carson. Una invitación para reavivar el “sentido del asombro”, la capacidad de asombro, que siempre hemos tenido desde pequeños.
Llega un momento en el que parece que el “asombro” desaparece, disminuye, enferma… pero es momento de redescubrir la alegría, la expectación y el misterio del mundo en que vivimos.
“Los grandes de la Iglesia son aquellos que tienen una visión que va más allá, los que comprenden: los misioneros”. Esta frase, categórica, es del Papa Francisco, que podemos encontrar en el libro “Papa Francisco. Política y Sociedad. Conversaciones con Dominique Wolton”, recientemente publicado por Ediciones Encuentro.
Puede parecer un juego. Cuando nos encontramos delante de una superficie recientemente pulida o barnizada tenemos la tentación infantil de arrojarnos y patinar sobre ella, tenemos el ingenioso momento de arrastrarnos sobre esas superficies barnizadas, o cómodamente adaptadas para patinar, con una sonrisa y con ganas de jugar.
Cuando estamos en nuestro ambiente, en nuestra cómoda sociedad, también parece que nos movemos por superficies barnizadas, fijándonos únicamente en el esplendor y el brillo exterior, pero sin adentrarnos en su interior, sin importarnos qué ocurre en su interior. En cierto modo lo que hacemos es ver, pero no miramos, no nos atrevemos a mirar.
“¿Para qué?, ¿acaso no lo estábamos haciendo?, ¿y dónde vienen ahora con estos aires americanos para hablarnos de salir?, ¿si siempre hemos estado en salida?… ¡vayas ocurrencias que nos llegan desde el Vaticano!… y el Papa Francisco, ¿no podría empezar a ser Papa?”.
¡No han entendido nada! El primer párrafo contiene palabras, interrogantes, cuestionamientos que escucho un día sí y otro también. Son personas diversas de la Iglesia Católica las que entran en una dinámica de cuestionamiento constante. ¿Saben? No han entendido nada. Claro, lo más fácil es “quejarse” y “echar balones fuera”. La responsabilidad es de otros. El ponerse en marcha, que lo hagan otros. El avanzar, que lo hagan otros. El volver a los orígenes y centrar la mirada en el Evangelio, que lo hagan muchos otros… pero ¡siguen sin entender nada!
